Después de la derrota sufrida en las últimas elecciones, no se ha visto de parte del kirchnerismo intenciones de hacer una seria autocrítica para identificar las causas que lo llevaron a perder el gobierno. Debería hacer una revisión del camino recorrido, con sus grandes aciertos y errores.
A finales del gobierno menemista y del proceso de la Alianza, la Argentina transitaba una época de crisis terminal. Se hallaba sumida en un gran endeudamiento, destrucción del aparato productivo, desocupación, corralito financiero, y una gran parte de la población en la marginalidad.
Néstor Kirchner asume la presidencia inspirado por ideas progresistas, que avanzaban en América Latina y pone en valor la recuperación de la política como el instrumento clave que empuja a una sociedad al bienestar colectivo. Implementó un programa económico de sesgo antiliberal, que incluía un mix de políticas de desendeudamiento, rompimiento con el FMI, reservas en el Banco Central, balanza comercial favorable (por los altos precios de commodities agropecuarios) y superávit fiscal. Acompañando esto, la reestatización de empresas y de las AFJP. Estas acciones constituyen lo que se llamó el modelo nacional y popular.
Dada la envergadura de este proyecto, era necesaria la creación de un instrumento político que ampliara las bases de sustentación del gobierno. Con el apoyo de aliados políticos, radicales, socialistas, y otros partidos, se da forma a la Concertación para poder ejecutar esta titánica tarea de revertir la situación de crisis.
Con el tiempo, esta coalición progresista fracasa por los desacuerdos planteados en la crisis del campo. Constituye el primer grave error del gobierno. La autocrítica debería empezar aquí, por la incapacidad de Kirchner, Cristina y Cobos, que no tuvieron la visión estratégica de garantizar la estabilidad de la Concertación, o si sólo era una visión cortoplacista de meros objetivos electorales.
El fracaso de la Concertación condujo a un personalismo que llevó al gobierno al aislamiento, en donde la lealtad y el apoyo incondicional se sostenían únicamente en los jóvenes de La Cámpora. Este sectarismo extremo ya durante el gobierno de Cristina, no permitió un trasvasamiento moderno que pudiera renovar las viejas estructuras del PJ. Incluso tuvo desprendimientos como Sergio Massa y De la Sota y no sumaron al socialismo.
Así, el kirchnerismo fue perdiendo fuerza propia, promoviendo el rechazo de la sociedad que los había votado. Nadie tuvo acceso a discutir o debatir los asuntos políticos. Los que se atrevieron cayeron en una suerte de “maldición herética” por contradecir el dogma cristinista.
Eran los “traidores”.
El contexto favorable se agotó. Los precios de la soja no son los mismos. La caja cada día era más chica, se necesitaban dólares para pagar la deuda externa y la compra de energía en el exterior. El gobierno, sin crédito internacional, depende de préstamos del Banco Central y de la emisión monetaria para cerrar las cuentas en rojo. Todo esto desemboca en inflación, atraso y cepo cambiario, caída de reservas y estancamiento económico.
También se enfrentaron a la CGT por el impuesto a las ganancias, acción que sostuvieron hasta los últimos días de gobierno. La Ley de Medios, aparte de ser un instrumento para democratizar la comunicación, fue utilizada para enfrentar al grupo Clarín. El mensaje es claro: Cristina no negocia con nadie.
Se confundió el concepto de un Estado presente con un Estado sobredimensionado. No toda estatización de empresas, aumento del gasto, incorporación de empleados públicos, contribuye a mejorar su funcionamiento. El Estado cargó sobre sus espaldas gran parte de los costos de la economía, como los subsidios de energía y transporte. La fortaleza de un Estado no está en su tamaño sino en su capacidad de intervenir, de gestionar con éxito en las políticas públicas, en la capacidad de regular y la eficacia en controlar los abusos del sector privado.
En la Argentina de hoy, las provincias, municipios, obras sociales tienen preocupantes déficits, producto de mala gestión, gastos desmedidos, incumplimiento como funcionarios, falta de moral y responsabilidad política. Basta ver lo ocurrido en Mendoza: déficit fiscal, imposibilidad de pagar salarios, obras sin terminar, sobreprecios y aumento desmedido de la planta de personal.
Otro rasgo característico del kirchnerismo fue la vocación por la ampliación de derechos para el pueblo. Fue un gran acierto que contribuye a la paz social y a garantizar la satisfacción de necesidades básicas y urgentes de millones de argentinos. Pero la sola ampliación de derechos sin la debida responsabilidad, que implica una contraprestación, contribuye a crear una sociedad facilista, sobreprotegida, donde la cultura del trabajo y el esfuerzo dejan de ser valores primordiales.
También para el análisis fueron las políticas de seguridad, o la falta de ellas. Confundieron el respeto de los derechos humanos con un excesivo garantismo, evitando cualquier intento verdadero y sostenido de controlar el delito. El resultado fue el crecimiento del delito y del narcotráfico, con una fuerza de seguridad obsoleta, descuidada y precarizada, más un sistema judicial que no ayuda. En el corto plazo hay que garantizar a la sociedad poder vivir en orden.
Corresponde al justicialismo aprovechar estos años de oposición para producir las correcciones ideológicas, organizativas y humanas para que cuando la alternancia en un futuro les permita volver al poder, no cometan los mismos errores.
La democracia tal como la concebimos no es factible sin los partidos políticos para alcanzar los mejores niveles de bienestar social y económico. El debate, la participación y el compromiso, son los mejores generadores de acciones para superarnos.