¿Qué es el populismo? Su naturaleza y actualidad

¿Qué es el populismo?  Su naturaleza y actualidad

Hace un mes la Argentina superó un período político de más de doce años durante los cuales gobernó un modelo que casi unánimemente se ha calificado como “populista”, o bien, diciéndolo abstractamente, como “populismo”. Esta proximidad de ese fenómeno hace conveniente hilvanar algunas ideas acerca del concepto mismo, la génesis y la praxis de esa realidad política que se denomina “populismo”, y que ha dividido las opiniones, los valores y hasta los afectos de los argentinos de nuestra generación.

A esos efectos, conviene recurrir a un libro reciente: “El populismo”, del politólogo, historiador y ensayista político italiano Loris Zanatta, profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia y autor de varios libros recientes de historia política argentina.

En este libro, Zanatta recoge una serie de ensayos publicados separadamente sobre el tema del populismo, reordenados y reformulados para que aparezcan como un libro unitario; y aunque el estilo es a veces un poco reiterativo, es indudable que existe una sólida coherencia de ideas en todos los capítulos, y que todos ellos son el resultado de una investigación bibliográfica consistente y de una observación aguda de la realidad política actual.

Lo primero que encara el libro es la elaboración del concepto de populismo, que resume en varias características principales: la primera de ellas es que se trata indudablemente de una ideología; es decir, de un conjunto de ideas prácticas, que proponen una solución total y definitiva de los problemas centrales de la vida política y social, de carácter maniqueo, simplista y presuntamente redentor.

Evidentemente, en el caso del populismo se trata de una ideología soft o “no formalizada”, sin una estructura filosófica definida, como es el caso del marxismo, pero reúne -aunque de modo difuso- las notas propias de las ideologías. Y dentro de este concepto, se trata de una ideología de carácter colectivista o comunitarista, centrada en una idea de “pueblo” considerado como una realidad de índole única y homogénea, en la que radica exclusivamente toda la virtud o el bien social.

El populismo, por lo tanto, desemboca en una idea de comunidad orgánica, u “organizada”, que fortalece las relaciones de pertenencia y los requerimientos de identidad colectiva de los sujetos individuales; en rigor, estos sujetos no existen en cuanto tales sino que desaparecen integrados en el pueblo, que es el verdadero sujeto político.

Por otra parte, como este pueblo es el único depositario de la virtud y del bien, los que se oponen al movimiento populista habrán de pertenecer al partido del mal y de la infamia, en una suerte de oposición maniquea que divide al mundo en amigos totales y enemigos absolutos.

Zanatta recalca del populismo “su tendencia a expresarse a través de un liderazgo carismático y la de exacerbar una visión maniquea del mundo y de las relaciones sociales, que suele representar como un campo de batalla entre el bien y el mal, entre los amigos y los enemigos, sin compromiso alguno posible”. Y esta visión maniquea se concreta en alguna forma de caudillismo o caciquismo, según la cual ese pueblo homogéneo en lucha contra el mal absoluto necesita de un líder carismático que lo conduzca a la victoria.

Este caudillismo, en el cual el líder magnánimo conduce a su pueblo a la redención de su cautividad en manos de enemigos externos (el imperialismo yanqui, la plutocracia internacional, un país vecino, etc.) o internos (los oligarcas, los “vendepatria”, algún grupo étnico o cultural, etc.) se concreta, en mayor o menos medida, en un régimen autoritario.

Este régimen es encabezado por un líder que representa directamente al pueblo y mantiene con él una relación sin mediaciones institucionales o partidarias, generalmente de corte clientelista y de lealtad personal. Por eso el populismo tiende a concretarse en “movimientos” más que en “partidos”, que tienen siempre una connotación parcialista y no pueden por ello representar a la totalidad del pueblo.

Esto último conduce a la actitud inevitablemente anti-institucional, es decir, anti-constitucional y enemiga del estado de derecho y de todos sus elementos integrales: división de poderes, independencia judicial, transparencia de la administración, etc. En otras palabras, se opone a todos los mecanismos ideados por la modernidad para limitar el poder de los gobiernos y garantizar las libertades y los derechos de los ciudadanos.

Es por ello que Zanatta califica al caudillismo de una forma de primitivismo político, de factura cuasi-tribal, pre-moderna y contraria a todas las mediaciones institucionales que tienden a racionalizar y limitar las relaciones del poder político con los miembros de la comunidad. Y es por eso que el populismo es tajantemente opuesto al pluralismo político y a sus corolarios: la libertad de prensa, la multiplicidad de partidos, la diversidad cultural de los habitantes y así sucesivamente.

De lo anterior se sigue claramente el radical rechazo del populismo en todas sus formas a los principios republicanos y del estado de derecho. Pero hay un elemento de la modernidad política que el populismo adopta y pretende monopolizar: la idea de la soberanía del pueblo.

Efectivamente, para el populismo el pueblo es el soberano y el sujeto excluyente de la vida política, pero en esta versión se trata de un pueblo que está representado y encarnado sólo en el líder populista, sin mediaciones representativas jurídicas o partidarias, y con un carácter de infalibilidad inexorable e irrefutable, que se concretó en el famoso lema de los fascistas: “Mussolini siempre tiene razón”.

Respecto del modo como los populismos acceden al poder en una comunidad determinada, Zanatta sostiene que casi siempre asumen la conducción de una comunidad luego de que ésta haya sufrido lo que llama una “crisis de disgregación”, es decir, una serie de transformaciones de carácter cultural, político y económico, que desembocan en fenómenos como la desocupación, el empobrecimiento brusco, la inestabilidad política y la descomposición de las relaciones sociales y de propiedad.

Producida una crisis de este tipo (que nunca es meramente económica), el movimiento populista suele echar la culpa de todo a la clase política (“que se vayan todos”), a los sectores dominantes de la sociedad (las “corporaciones”), o a factores externos (los “fondos buitre”). Y propone una regeneración de la sociedad de la mano de un líder carismático y presuntamente omnisciente, que unirá nuevamente al pueblo, devolverá la seguridad a las relaciones sociales e incluirá a todos en una comunidad única y homogénea.

El problema de todo esto es que, como sostiene el autor analizado, “el primitivismo político de los populismos -reflejo de sus características autoritarias- está destinado con el tiempo a desembocar en contradicciones insostenibles; (...) su idea de pueblo como comunidad homogénea, en cuyo seno el individuo se funde en el conjunto que lo trasciende, es por un lado una fuente inagotable de popularidad, dada la necesidad de la comunidad de una respuesta cuando la modernización en sus mil formas la pone en peligro; pero por otro lado (el populismo) está siempre en contraste evidente con la fisiológica pluralidad de la sociedades modernas”.

Por esto el populismo no sólo combate la pluralidad (el “pluralismo”) de las sociedades actuales sino que resulta radicalmente inadecuado para “gobernar en estado moderno, que exige instituciones fuertes, estables y neutrales, clases dirigentes autónomas y competentes, además de eficacia y racionalidad, sin las cuales la sociedad de masas se debilita y sucumbe”.

Además, en el ámbito económico, la negación del mercado, la búsqueda de una autarquía completa, el rechazo de la globalización, el distribuicionismo exacerbado que anula la inversión y la pretensión de que una economía autoritaria pueda resultar productiva, conducen necesariamente al estancamiento, primero, y a la crisis económica, después, con el subsiguiente traslado de la disgregación al ámbito político y cultural.

Y así terminan los populismos, luego de atrasar en décadas a la comunidad, cercenar las libertades y los derechos civiles, arruinar la cultura (que por definición es universal) y desmantelar las instituciones de la modernidad republicana y constitucional. Y estos experimentos tienen lugar siempre que la cultura política de una comunidad se ha debilitado y que las estructuras sociales no son capaces de absorber los desafíos de la modernización tecnológica.

Entonces las sociedades recurren a la política del avestruz, encarnada en el populismo, niegan la realidad (la sustituyen por un “relato”) y buscan la seguridad engañosa de un pueblo mítico: unitario, homogéneo y virtuoso, que va a salvar a los hombres de la responsabilidad de pensar, trabajar, esforzarse y relacionarse de un modo racional y libre. El libro de Loris Zanatta constituye un interesante análisis de toda esta problemática generada por los fenómenos populistas.

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