Cuando dos personas se encuentran, cuando el momento indicado se da y coinciden entre el mar de humanos, se reconocen, logran verse el uno en el otro y la magia sucede.
"Al iniciar una relación sentimos que vamos a estar con esa persona para siempre. Unimos nuestras vidas para hacerlas una", nos cuenta la psicóloga Mónica López. Todo aquello que se comparte en pareja tiene la intención de perpetuarse con el tiempo, pues nadie comienza una relación sabiendo que terminará en un tiempo determinado; no sería nada serio.
El cerebro y sus andanzas
Todo lo que nos sucede a nivel físico y emocional tiene un correlato cerebral. La relación entre la activación de diferentes áreas cerebrales, la secreción de ciertas hormonas y el comportamiento físico u emocional, no es unidireccional sino que están en constante interrelación.
El ambiente externo y nuestra percepción del mismo (que también se origina en el cerebro) estimulan dicha activación y producción química, la cual a su vez tiene efectos en nuestra conducta. Durante la primera fase del amor (deseo) se segregan hormonas sexuales: estrógenos y testosterona.
La dopamina, por otro lado, es segregada por nuestro organismo en situaciones placenteras y nos lleva a repetir los comportamientos que generan dicho placer.
La producción de esta hormona suele decaer, después de uno a tres años, cuando la relación comienza a consolidarse. En esta etapa la pareja pasa a ser algo más que alguien que nos atrae físicamente. A pesar de esta reducción los abrazos, caricias y realizar actividades placenteras juntos estimula la secreción de dopamina.
Otra hormona importante, llamada “hormona del amor” es la oxitocina. Puede funcionar también como neurotransmisor, estimulando distintas zonas del cerebro y provocando respuestas como la excitación sexual. Cuando estamos en la fase de enamoramiento y tenemos fuertes sentimientos de deseo por estar con la otra persona, nuestro cerebro muestra mayores niveles de oxitocina.
La feniletilamina (FEA) es un neurotransmisor que se comienza a producir al principio del enamoramiento y es responsable de las sensaciones fisiológicas que experimentamos cuando estamos enamorados. De la misma forma, también se la encuentra en varios alimentos como el chocolate y algunos quesos y activa la secreción de dopamina.
Otras hormonas relacionadas con el enamoramiento son las feromonas (relacionadas con el olor de la persona amada) y las endorfinas (producen sensaciones de bienestar y euforia. Son las responsables de que olvidemos comer y dormir y ser inmunes al cansancio físico).
Se muere el amor
Nos conocemos, nos reconocemos y elegimos estar juntos. Pero, con el tiempo, comienzan a aparecer actitudes y giros inesperados que hacen tambalear el amor que nos profesamos, “a veces surgen discusiones, distanciamiento, falta de deseo sexual y, estas situaciones se dan cuando la pareja cambia de estado. O sea, dejan de ser simples novios para avanzar en la relación y llevarla a un espacio más serio o cercano -como es la convivencia e, incluso, el matrimonio-. Estas nuevas experiencias nos encuentran bajo otra realidad: conocemos más profundamente cómo es cada quien. Y, hay parejas que sufren desencuentros y -en consecuencia-, el desenamoramiento”, comenta la profesional.
Puede pasar que el amor renazca, o también puede pasar que con el tiempo el amor decaiga: el denominado “desencanto emocional”.
"El desencanto o desenamoramiento es una etapa por la que pasa toda pareja. Se da cuando la idealización del otro -como algo que me completa totalmente- se corre y da paso a su normal imperfección, a sus defectos, o simplemente cuando nos damos cuenta de que esa persona no puede darnos todo lo que pretendemos. El desencanto no es más que la desilusión de ver que el otro no es suficiente, ni todo lo perfecto e ideal que yo creía", agrega la psicóloga María Magdalena Moscuen.
Nos preguntaremos: ¿cómo es que empieza todo? Y la respuesta es simple, con su opuesto, el encanto: “este comienza por la atracción física y emocional. Hay un deseo de fusión con el otro en ambos aspectos. Basta con que el otro haya mostrado algo que yo creo estar buscando. Nace de algo que me falta y creo que el otro va a venir a completar”, explica Moscuen.
El enamoramiento es una ilusión, imposible de sostener ilimitadamente. Implica idealizar y resaltar las virtudes y negar los defectos, o pensar que el otro va a cambiar como forma de sostener esa ilusión. Es una etapa de mayor dependencia y de cierta vulnerabilidad emocional, donde el enamorado está indefenso y pierde algo de su ser, su centro está ahora en el otro.
“A pesar de que es bueno que no dure ilimitadamente, es una etapa fundamental para iniciar una pareja y dar los primeros pasos en su consolidación. Enamorarse, ilusionarse, es un motor fundamental para acercarse al otro lo suficiente como para formar una pareja que se pretende estable”, dice la psicóloga.
Las parejas que pasan por este estado de desencanto emocional “sufren la sensación de sentir que no encajan, que son incompatibles; pero, aun así permanecen juntos añorando el inicio de la relación o persistiendo a pesar de todo”, agrega López.
“Nadie escapa al desencanto sin negación, y esto tiene también un costo psicológico. En algún momento todos nos topamos con esa pared”, suma Moscuen.
Y..., ¿cómo nos damos cuenta?
El desenamoramiento o desencanto en la pareja se manifiesta a través de “reproches y la queja de que algo nos falta y el otro no nos está dando. Descubrir que no puedo poseer al otro y que es otro diferente despierta cierta violencia y necesidad de control. El desencanto es sacarse la venda y poder mirar al otro como es: un ser humano con virtudes y defectos, diferente a mí y que no puedo poseer”, afirma Moscuen.
Y, como bien dice el dicho “hay que tomar el toro por las astas”, revivir lo que unió a la pareja, lo que los hizo elegirse para que logren mantenerse en pie -si así lo desean-, “son pequeños avisos que nos van diciendo que algo funciona mal, ya sea porque la vida nos acelera: el trabajo, la rutina, las responsabilidades ocupan nuestra cabeza y nos aleja de lo que ocurre ‘entre las sábanas’, lo que puede empeorar aún más la situación o, porque, simplemente no lo queremos ver. Como sea que se dé la situación, las señales se dan de a poco y con el paso del tiempo, se van haciendo más visibles”, comenta Mónica López.
Según Moscuen, además de reproches y quejas se presenta la imposibilidad de disfrutar en lo cotidiano. Pero, también podemos sumar la dureza en las maneras de pensar que tiene cada uno, el llamado “no dar el brazo a torcer”, no buscar consensos ni estar dispuestos a ceder algo de sí.
En algunas parejas se da una especie de “lucha de poder”, “uno -o ambos- necesitan imponer su opinión y su forma de hacer las cosas.
Por supuesto que esto no es sano ni adecuado. No tiene nada que ver con tolerar la diferencia ni con construir. Luchar para superar los desafíos no implica luchar entre sí para ver quién gana, es luchar en conjunto y contra las dificultades a pesar de las diferencias. Implica un consenso, no imponer voluntades a costa del otro”, aporta.
Del mismo modo podemos notar la sensación de asfixia, la incapacidad de enfrentar la situación y ponerlo en la mesa de discusión, el alejarse de la realidad y por lo tanto de la persona en cuestión, “buscar el portazo en vez de sentarse a hablar sobre lo que está pasando. El irse, es una forma de huir de lo que le está pasando internamente”, dice López.
Sin olvidar el archiconocido “es tu culpa” -focalizando constantemente en los errores del otro- como manera de evadir la responsabilidad, “recordemos que por algo se llama pareja, por ‘par’, cualquier cosa que ocurra en ella, la responsabilidad es compartida”, agrega.
Luchar para superar los desafíos ayuda a la pareja. La conocida expresión “tirar para el mismo lado” se hace evidente, pues esta es la opción más saludable y “en algunos aspectos es fundamental, sobre todo a la hora de definir proyectos en conjunto.
No es sano vivir en el encanto del enamoramiento de manera permanente, ni está bueno dar un paso al costado ante cualquier contratiempo (por supuesto que hay situaciones excepcionales)”, aclara Moscuen.
Es necesario aprender a sostenerse y construir desde la diferencia, poder tolerarla como algo natural de la vida. Esta sería una tercera etapa de la pareja, donde surge un proyecto vital compartido, donde le doy un sentido a lo diferente del otro como una posibilidad diferente de mí.
Donde yo también me permito mostrarme más como soy, con mis virtudes y defectos, sin tratar de aparentar para complacer. De aquí surge la síntesis, la estabilidad, la creatividad y el nosotros conformado desde la tolerancia, la independencia y la empatía.
Estas etapas de la pareja, enamoramiento, desenamoramiento y diferenciación deseante, no son de temporalidad lineal y cronológica. Son espirales por las que la pareja transita varias veces en su ciclo vital y que de cierta forma también están presentes en el funcionamiento cotidiano.
“No hay una salvación mágica. Toda resolución depende de la voluntad y las ganas de conformar un proyecto con el otro, y si esto produce mayor bienestar que sufrimiento. Tampoco se deben tolerar las diferencias a cualquier precio, hay algunas que pueden ser irreconciliables o que simplemente generan sufrimiento y en estos casos es mejor alejarse”, reflexiona Moscuen.