Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Lo decimos en nuestros espectáculos cuando hablamos de los árboles de Mendoza. Decimos que hay un árbol que debería estar en nuestra bandera provincial y en nuestro escudo provincial porque nos identifica, nos da domicilio dentro del mundo, nos especifica en todo caso: el palo borracho. Es un árbol simbólico para los nacidos en esta tierra etílica.
Porque la copla lo dice: “Si hay culpables de la fiesta / aquí están los mendocinos/ nosotros somos culpables / de las curdas incontables / de todos los argentinos”. El vino es el que nos señala la producción, el que nos hace aparecer en las estadísticas del mundo, el que nos da jerarquía en el manual de los tragos.
Y los curdas son una exageración del beberaje, un estado que es más que estado, es un estado de sitio, porque el vago no se puede mover del lugar de donde está, porque si se mueve, se vuelve absolutamente legal, es decir cumple con la ley de la gravedad y se pega un planetazo como para que se le pase la curda y vuelva a chupar.
“Cada vez que me curo / me llevan preso / argentina son las viñas / será por eso”, dice la copla de una cueca y otra cueca le contesta: “El comisario me quiere / meter preso por chupar / pero si a ese condenao / yo lo he visto más baleao / que cartel de vialidad”.
Es curioso que en la Fiesta Nacional de la Vendimia, donde se celebra el nacimiento de la bebida nacional: el vino, se tome tan poco vino. Sería procedente que cuando se hace la fiesta en el Frank Romero Day el vino se distribuya no sé si equitativamente pero si abundantemente. He llegado a observar, con estos humildes ojos con los que me proveyó la naturaleza fiestas de la vendimia auspiciadas por gaseosas. Esto es una falta de respeto a la esencia, una afrenta a la identidad.
Me decía un amigo: “El éxito de la Fiesta de la Vendimia debería medirse por la cantidad de mamaos. Que del Romero Day en vez de micros bajen camiones con volquetes y depositen, en la Plaza Independencia, frente al escudo, a los buenamente damnificados por el festejo, y que cada familia vaya, revise y se lleve a su mamao.
Elevando lo que digo, digo llevándolo a la categoría de sonrisa, los chistes de borrachos deberían pulular en Mendoza. Dos compadres, a una hora de la trasnoche del sábado, digamos tipo tres de la mañana, en un boliche de los aledaños a cualquiera de nuestras poblaciones aledañas, alentados por un vininito que no por patero deja de ser fuertón, entran en la etapa de las confesiones.
-Compadre. Si yo le digo que me he acostao con su mujer ¿Quedamos como amigos?
-No, compadre.
-Entonces quedamos como enemigos
- No, compadre.
- ¿Y entonces cómo quedamos?
- Quedamos a mano, compadre.
Todo mendocino tiene sus recursos bodeguísticos. Y a la hora de celebrar a los amigos es común que saque una botella cuidadosamente guardada y digan: “Probá este malbec que es de la Bodega “Curdeli” de Luján”, o “tomate unos tragos de este bonarda que está hecho con uvas de la Finca de los “Chupandinos” de San Martín”. Porque todo mendocino tiene su rebusque y sabe encontrar los mejores vinos.
Difícil que un mendocino, de relaciones activas, tome un vino malo. Muy difícil. Claro que están los sibaritas que son capaces de aparecer del sótano con una botella de cabernet sauvignon llena de polvo de la cosecha de 1976, con la etiqueta impresas en tipografía gótica.
¡Qué lindo es pertenecer a la tierra que produce brindis, festejos y alegría en tantos países del mundo!
Y sin embargo, en la mayoría de las fiestas cuyanas, lo que más chupan los asistentes es cerveza. No lo entiendo, realmente, no lo entiendo.