Ya llevamos algún tiempo en el que pareciera que Dios o la musa de la historia o algún demiurgo revoltoso han estado inclinando las balanzas de la política occidental, con un ojo puesto a lograr los resultados más perturbadores y que parecen más inverosímiles.
Desde el impacto por el “Brexit” hasta el ascenso de Donald Trump (y podría ir más atrás e incluir la renuncia del papa Benedicto y el ascenso del papa Francisco), los acontecimientos han parecido dictados para confundir a los expertos, y cualesquiera estrellas que hayan tenido que alinearse para que sucedan locuras, se han movido sin demora a la posición requerida.
Lo que sintieron los liberales en octubre y principios de noviembre al observar a Anthony Weiner dispararse como la pistola de Chejov y cómo Trump tuvo una buena mano en el Colegio Electoral, fue lo que sintieron los conservadores, a un ritmo bastante más lento, durante toda su temporada de elecciones internas: un sentido de comienzo de que lo que había parecido imposible era, en cambio, de hecho y de alguna forma, inevitable.
Pronto tendremos otra prueba de este patrón insólito: las elecciones presidenciales francesas en abril, en las que es muy probable que el Frente Nacional de extrema derecha de Marine Le Pen termine en primer lugar en la ronda inicial de votaciones. Érase una vez que esto solo habría sido un terremoto, pero ya pasamos ese punto; todos aceptan que Le Pen será finalista y la única pregunta es si tiene alguna posibilidad de ganar en forma absoluta.
Es fácil argumentar que no será así. El Frente nacional ha recorrido un largo camino desde que el padre de Le Pen, el fascista irascible Jean Marie, llegó, de alguna forma, a la segunda ronda de la contienda presidencial de Francia en el 2002, y prosiguió a perder por 64 puntos frente a Jacques Chirac. Sin embargo, parece haber un techo en el apoyo al FN, y la tendencia de los electores de la corriente dominante para votar tácticamente en contra de la extrema derecha en la segunda vuelta, sigue siendo demasiado evidente.
En las elecciones regionales del 2015, el partido de Le Pen no pudo capitalizar una vigorosa participación en la primera vuelta, y no consiguió las presidencias regionales, ni siquiera en sus localidades más fuertes. Hoy, las encuestas de opinión muestran que, para la segunda vuelta, Le Pen tiene cuarenta y pocos puntos, sin importar quién sea su oponente; aunque ha subido un poquito últimamente, pero siempre con 10 puntos sólidos de diferencia con el puntero.
Todo lo cual está perfecto, pero los lectores ya antes han oído tales palabras tranquilizadoras y, con todo, Trump está en la Oficina Oval. Así es que solo parece razonable buscar la evidencia de que la victoria de Le Pen se está dictando en alguna parte del empíreo, y que los expertos volverán a estar confundidos una vez más.
Existe tal evidencia. Por ejemplo, está el desvanecimiento de François Fillon, el candidato que se escogió de centro derecha, quien parecía estar bien posicionado para ganar la segunda vuelta y derrotar contundentemente a Le Pen, cooptando partes de su mensaje… hasta que se enredó en un tipo de escándalo muy de la elite francesa, por los salarios públicos que se la pagaban a sus hijos y a su esposa.
También están las conversaciones sobre una planilla de unidad entre los diversos candidatos de izquierda y extrema izquierda, cuyo apoyo, si se combina, podría ganarles una planilla para llegar a la segunda vuelta; lo cual permitiría a Le Pen contender directamente en contra del legado de Françoise Hollande, el actual presidente socialista, y sus índices de aprobación subterráneos.
Y también están los disturbios que estallaron este mes en los suburbios franceses, mismos que siguieron a los alegatos de brutalidad policial; el tipo de desórdenes que la dejan bien posicionada para capitalizarlos, dado sus mensajes en contra de la inmigración y de ser duros contra el crimen.
Así es que hace una o dos semanas no era tan difícil imaginar un futuro en el que Le Pen, que ya había ganado para llegar al Asalto 2, se encontrara frente a un conservador plagado de escándalos o a un socialista poseído por Hollande, y tuviera la oportunidad de contender con ellos, mientras se incendiaban coches y el vandalismo llenaba las noticias.
Desde entonces, no obstante, el guion ha dado un giro distinto. En lugar de la tan cacareada planilla de unidad en la izquierda, ahora hay una recién establecida en el centro tecnocrático, donde el candidato independiente Emmanuel Macron ha proclamado el respaldo del frecuente contendiente presidencial, François Bayrou.
Al juvenil Macron, cuyos antecedentes empresariales y su posicionamiento de político externo son, en sí mismos, vagamente parecidos a Trump, ya le iba mejor en las encuestas que a Le Pen, cara a cara, que a los otros candidatos; desde el apoyo de Bayrou, ya casi está igual que ella también en las encuestas sobre la primera ronda.
Segunda vuelta
Si Macron llega a la segunda vuelta en lugar de Fillon o los izquierdistas, el camino ya difícil de Le Pen será todavía más duro - al menos, con base en lo que vemos en los datos actuales de las encuestas. Sin embargo, Macron, políticamente inexperto, con su centrismo que es como andar en la cuerda floja, estuvo hace poco con el agua hasta el cuello con la derecha por calificar al régimen francés en Argelia como “crimen en contra de la humanidad” y con la izquierda por acercarse a los escépticos del matrimonio de personas del mismo sexo.
Y el apoyo que le dio a Angela Merkel para abrirle las puertas a la inmigración -hace poco dijo que se salvó la “dignidad colectiva” de Europa- es el tipo de cosas que podría convertirse en un problema mayor, en caso de que aumentaran la agitación o los ataques terroristas.
También hay una equivocación en cuanto a los méritos, ya que la política de Merkel fue imprudente, el problema de la inmigración y la integración en Europa es grave y es probable que empeore, y las nefastas advertencias de Le Pen al respecto son más sensatas que el optimismo despreocupado de la elite. Lo cual señala una diferencia interesante entre la candidata del Frente Nacional y el populismo que triunfó en la contienda presidencial en Estados Unidos: el de ella está mejor razonado, es más disciplinado y es acertado con mayor frecuencia.
El pesimismo de Le Pen sobre la inmigración en masa puede ser demasiado aciago, pero es un correctivo necesario para el merkelismo y muchísimo más razonable, en el contexto europeo, que las advertencias de Trump sobre los refugiados, publicitadas en exceso. Su resumen en contra de los disparates del euro es, casi siempre, indiscutiblemente cierto (por razones sobre las cuales se puede leer en “Vox”, no en “Breitbart”).
Así es que, mientras que es factible que Le Pen enfrente menores probabilidades que Trump en octubre pasado, ella tiene una ventaja a agregar a cualquier extraña asistencia que la providencia pudiera enviarle: de hecho, podría merecer ganar.