La llamada “Primavera Árabe” constituyó una serie de cambios radicales que se produjeron desde enero de 2011, y aún perduran, en los países del norte del África y Oriente Medio. La denominación evoca la “Primavera de Praga”, que consistió no en el triunfo sino en el brutal aplastamiento militar soviético, de un movimiento por la libertad en la Checoslovaquia comunista de Dubcek.
Identifica este proceso una serie de revueltas, cuyo objetivo era la conformación de gobiernos democráticos. Túnez y Egipto fueron los primeros países en los que se generaron revueltas, en los que la multitud ocupó plazas y calles en demanda de una transición democrática.
La Primavera Árabe si bien tuvo su origen en protestas populares, éstas crecieron sistemáticamente y derrocaron a los respectivos gobiernos en pocas semanas. Sin embargo, en Libia y Siria, por ejemplo, los gobiernos reaccionaron y se negaron a dejar el poder, lo que motivó verdaderas guerras civiles entre las fuerzas adictas al gobierno y parte de la población armada.
El fenómeno se extendió velozmente por el Norte del África, desde Marruecos, Argelia, Libia, Túnez, Sudán, Egipto, al Oriente Medio, incendiando a Yemen, Omán, Bahrein, Siria, Líbano, Palestina, Arabia Saudita, Kuwait, y hasta la sahariana Mauritania y Djibouti, en la costa somalí.
Por último, la profunda crisis económica que sumió a los países del Norte del África, en una acuciante pobreza, fue el detonante que, sumado a la corrupción de los regímenes gobernantes, encendió la mecha que se extendió por casi todos los países árabes.
Una flamígera convocatoria
¿Quién hubiera podido imaginar que la inmolación a lo bonzo de un joven desocupado tunecino, el 17 de diciembre de 2010, iniciaría un proceso que algunos califican de revueltas y otros de revoluciones, que produciría consecuencias tales como la caída del dictador Zine El Abidine Ben Ali, de Túnez, siendo el próximo Hosni Mubarak y posteriormente el déspota libio Muamar Gadafi, de Libia.
Para tratar de explicar el rápido contagio de esta fiebre democratizadora, que en poco tiempo se extendió por casi todo el mundo árabe, puede traerse a colación la famosa alegoría que dice: “Puede el aleteo de una mariposa en Brasil provocar un tornado en Texas”.
En los dominios de la ciencia meteorológica tal vez no, pero en un sistema geopolítico, aparentemente estable, una pequeña modificación, un “leve aleteo”, puede provocar consecuencias imprevistas.
Revuelta o revolución
Yo diría que para catalogar un movimiento, en una u otra categoría, debe evaluarse el proceso de acuerdo con sus consecuencias. Si existía una monarquía y ésta es reemplazada por una república estamos frente a una revolución, sin importar si la transformación fue traumática o pacífica. Vale decir que tomo en cuenta los resultados y no la metodología empleada.
La Revolución Francesa, a mi criterio, fue una auténtica revolución no por la cantidad de cabezas que cortó sino por los cambios trascendentales que produjo, dentro y fuera de Francia.
En el caso de los países árabes es necesario tomar en cuenta que la mayoría de éstos devienen de la desintegración del Imperio Otomano, derrotado en la Gran Guerra, como así también del proceso colonial franco-británico, que se distribuyeron a su antojo las naciones árabes del Oriente Medio; al finalizar aquélla dejaron monarquías que respondían a sus intereses.
En la década de 1960, varias de ellas fueron derrocadas por golpes militares que presumían de nacionalistas; Egipto, Irak, Siria, Libia, etc.
A diferencia de situaciones anteriores, en la “Primavera Arabe” predominó la espontaneidad, sin líderes manifiestos, y lo que se exigía era democracia en lo político y mejores condiciones de vida en lo social.
En el mundo, en general, estas demandas de democracia y libertad, fueron recibidas con entusiasmo. En América del Sur, sin embargo, un grupo de países que presumen de populistas y progresistas, entre ellos la Argentina, no adhirieron, temerosos quizá, que el ejemplo árabe cundiera en sus territorios. Con lo que hay una explícita admisión de gobiernos totalitarios.