Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
¿Por qué la Fiesta? Y mirá, es el tiempo de la cosecha. Allá cuando el mundo no conocía ni la cibernética, ni la informática, ni la cosmonáutica, ni la astrofísica, ni la aeronática, ni la tele, ni la radio, ni los satélites, ni los celulares, ni el enchufe, ni el bidet, ni la nafta, ni el bolígrafo, y mucho menos la gaseosa y Mac Donald, la cosecha era lo más importante que le podía ocurrir a una comunidad.
Era el momento de recoger lo que se había sembrado, el instante de saber si lo invertido en el pasado valió la pena, el tiempo de hacer el resumen de lo que fue sacrificio, atención, espera, paciencia, temor, angustia, ilusión, mientras los frutos de la tierra se ponían a tiro de mano, de hoz, de guadaña, de tijera.
No era cualquier día, era el día de asegurar el futuro, porque una buena cosecha significaba que habría alimentos mañana, y mañana habría bienes de cambio, y mañana habría semillas para el tiempo de volver a sembrar. Pero además era el día de los amigos. Porque esos, los del campo, los que habían estado al asecho, no eran suficientes para recoger tanto y pedían ayuda, y venía la ayuda, con las ganas invictas, con las sonrisas frescas, con las manos activas y tal vez con una canción en los labios ¿por qué no? Si se trata del “nosotros”, que uno de nosotros cante, pues.
Por eso la Fiesta, porque al terminar todos querían celebrar, de alguna manera, la victoria del esfuerzo, el triunfo de la comunidad, la conjunción de los amigos, el augurio de mejores tiempos y la alianza fecunda con la tierra. Entonces, cuando ocurría el último grano, la última espiga, el último manojo, la última hoja, la última mazorca, del último manotón de trabajo, llegaba la hora de los abrazos, y los brindis, del baile y el canto, de una sola noche que valía por días, del amor salvaje y la alegría salvaje, el hermoso tiempo de cosechar sonrisas. Entonces la vida presente celebraba la vida pasada que la había hecho posible y la vida futura porque la cosecha aseguraba la continuidad de la vida.
Viene siendo así, hermana, hermano, desde que el hombre se dio cuenta que podía inventar naturaleza, que podía domesticar lo verde, que podía hacer algo para que los equinoccios y solsticios no pasaran al divino botón. ¿Por qué la fiesta? Porque la cosecha es simplemente, la continuidad de la vida. A veces una vida cascoteada, difícil, aparentemente ingrata, lejana de las opulencias y los despilfarros; a veces una vida promisoria, pletórica, rica, pero siempre vida. Como sea, vida. Como duela, vida. Como pese, vida.
Esta cosecha de hoy hará posible aquella cosecha del futuro donde nos acordemos de la de hoy como uno recuerda los trances difíciles pero superados. No puedo darte otro mensaje, hermana, hermano, más que un mensaje de crecimiento. Mendoza se hizo luchando todos los días, y yo sé que vos ahora, tal vez, no sentís ninguna sensación de triunfo, pero Mendoza siempre volvió a triunfar. De alguna manera o de todas las maneras Mendoza se hizo cosechando.
Es tiempo de vendimia, allá a noche abierta, con techo de universo, con guitarra “empriestada”, con el canto sin vergüenza, con el vino hasta los sueños, ocurrirá la verdadera fiesta de los vendimiadores, la doméstica, la de su pago chico. Desde lejos acerquémosle nuestro agradecimiento, a ellos, que en nombre de todos, terminan de renovar la esperanza.