¿Piropo o agresión?

Para algunos hombres la mujer pareciera ser un objeto al que se puede libremente afrentar por el solo hecho de estar circulando por las calles. ¿Cuándo el piropo se convierte en acoso?

¿Piropo o agresión?
¿Piropo o agresión?

Tradicionalmente el piropo ha sido algo permitido, algo normal para la sociedad. Pero, con el paso del tiempo esta expresión de “aprecio” que algún día fue, ha ido transformándose en acoso callejero, vergonzoso y visto como una invasión a la intimidad de la mujer.

Expresiones como “mamita, que linda estás”, “estás más fuerte que casa del tercer chanchito”, “los ángeles no tendrán espalda... pero qué cola, ¡Dios mío!”, “Mami, si te agarro te hago otro hijo” o “Gordita, te hago de todo menos upa” (hemos considerado los más sutiles) fueron remplazando en alguna medida a los de corte más fino: “Perdí mi número de teléfono, ¿me das el tuyo?”, “Por favor caminá por la sombra, que el sol derrite los bombones”, “Si quererte fuera pecado, tengo el infierno asegurado”. Las frases son infinitas, hay de todos los estilos y de todos los tonos: los picarescos, lo galantes y aquellos de extrema vulgaridad. Sumadas a los silbidos, las miradas penetrantes, los bocinazos, los movimientos pélvicos, besos, y demás formas de acoso. Si bien algunas mujeres se sonrojan con estas expresiones, no necesariamente las aprueban.

¿Qué diferencia al piropo del acoso?

El primero tiene la habilidad de vestir al cuerpo de metáforas, o sea, lo engalana. Como dice la Real Academia Española, “pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de la mujer”. Mientras que las groserías dejan a este cuerpo desnudo, desprotegido, indefenso y débil. O sea: son palabras y acciones llevadas a cabo por desconocidos, en lugares públicos, que invaden el espacio físico y emocional de una persona de manera irrespetuosa. Se dice por ahí que el piropo es como un “regalo” con el que el hombre expresa su aprecio hacia la mujer. Si es así en el seno de la pareja, ¡bárbaro!; pero, qué lejos estamos de eso en las calles.

¿Qué decir al respecto?

Según Ximena Olivares -psicóloga- el piropo está relacionado con la galantería. Durante mucho tiempo fue sinónimo de cortejo del hombre hacia la mujer. Pero siempre ha existido el acoso callejero: expresiones vulgares u ofensivas que hoy en día se hacen evidentes, tanto en hombres como en mujeres.

Lo que antes era hermoso y halagador, hoy se ha trasformado en invasión a la intimidad de la mujer. El constante acoso ha generado que muchas jóvenes sientan temor al estar en las calles, cambien de actitud e incluso su forma de vestir y de transitar por la ciudad. Es que el acoso callejero puede despertar diversos sentimientos, todo depende del tipo de piropo, las palabras utilizadas, la forma de decirlo, la expresiones, entre más.

Olivares, afirma que: “en la mujer puede generar, por un lado, un sentimiento favorable, ya que en algunos casos levanta la autoestima; por otro lado, puede despertar el sentimiento de miedo o vergüenza ante el agravio recibido. Un aspecto que juega en el miedo es la cercanía: la proximidad física entre quien dice y quien recibe el piropo atemoriza, porque esta cercanía no sólo incluye comentarios lujuriosos, sino a veces casos de persecución, manoseo; incluso la exhibición y la masturbación pública. Mujeres, travestis y homosexuales están expuestas constantemente a este tipo de situaciones”.

Freud planteó que aquel hombre que elogia a una mujer tiene la “esperanza” de tener a esa bella dama y, como presiente que no lo logrará, brinda este tipo de expresiones (piropos). Y si la mujer piropeada responde, conseguiría su objetivo, el de la recepción; sin importar como sea esa respuesta (si una sonrisa, un gesto de enojo, un insulto).

En los casos de grupos de hombres, el piropeador no espera una respuesta de la mujer, lo que necesita es lucirse delante de otros, por ejemplo, los amigos. Necesita “expandirse” por sobre los demás.

¿A quién no le ha pasado?

Ante el grito de “tus piropos no me agradan”, “el piropo es sexismo” o “eso no conquista” miles de mujeres - también travestis y homosexuales- de todo el mundo están militando para generar conciencia sobre estas prácticas callejeras. Todas, en cualquier momento de nuestras vidas, hemos sido piropeadas por desconocidos en la vía pública. Algunos de esos piropos pueden haber sido halagadores, otros más ofensivos y vergonzosos.

En Argentina la legislación no lo contempla con un tipo de acoso, aunque cada vez más países están tomando medidas al respecto. Tal es el caso de Bélgica, donde se aprobó una ley que condena a los piropos con multas que van entre 50 y 1.000 euros y penas de hasta un año de prisión para quienes realicen dichos comentarios con contenido ofensivo y sexual.

En el mundo entero el cuerpo de la mujer es cosificado y considerado como una propiedad pública. Recibe agravios de todo tipo, comentarios violentos y sexuales, relacionados con las partes del cuerpo: el peso, el tamaño de los pechos, la forma de la cola, etc. Socialmente se ha naturalizado el acoso callejero, que nada tiene de piropo:  éste ha ido despidiéndose de las calles hace años, casi sin dejar rastro, aunque hay excepciones.

Hay ciudades donde las jóvenes han cambiado su forma de vestir usando capuchas, colocándose auriculares para no escuchar lo que le dicen en la calle. Otras, cambian el recorrido habitual porque saben que van a toparse con grupos de hombres que tienen como costumbre acosarlas con comentarios violentos y fuera de lugar.

Aún permanece intacta en la sociedad la idea de que hay que sonreír y hasta agradecer ante estas “observaciones ajenas”. ¡Una ironía!

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