Jorge Sosa - Especial para Los Andes
En mi último espectáculo cuento lo siguiente: “ Cuando, como artistas nos toca ir a algunos festivales donde se juntan una caterva de colegas de distintos lugares del país, a veces recibimos esta pregunta: “Che, ustedes, los mendocinos ¿tienen humor?”. Respondemos con algo de indignación: “¿Cómo si tenemos humor, uom?” (porque no es con “hache - u”, ni siquiera con “ge” -“u” y diéresis, no, es UOM, como la Unión Obrera Metalúrgica).
“¿Cómo si tenemos humor, UOM? Claro que lo tenemos y es un humor que se nota, que se canta y se baila, ahí está la cueca y el gato que son dos ritmos folklóricos eminentemente festivos. Raro que uno encuentre un gato nostálgico, querendón, protestón, angustiado, y menos un gato estresado. Porque este género nativo apunta directamente al corazón de la alegría y le pega de lleno”.
Sin embargo, los otros, los que preguntan, los de más allá, los pajueranos, nos reconocen como algo parcos, poco expresivos, “como si hablaran el idioma de la piedra”, me dijo una vez un poeta salteño que acostumbra a ofender con alto vuelo.
¿Y nosotros cómo nos reconocemos? Bueno, somos montañeses, dirán algunos. Los montañeses suelen ser reservados, metidos para adentro, poco extrovertidos, grandes contempladores y grandes creyentes. Mi viejo me decía que el montañés tiene el horizonte más alto, entonces debe mirar más hacia arriba e indefectiblemente se encuentra con Dios.
Más, ¿ejercemos realmente la montañería? Mirá menduca querida, menduco querido, a mí me parece que cada vez le damos menos pelota a la montaña, que preferimos quedarnos adentro de las junglas de cemento y asfalto, en los majestuosos centros comerciales a donde vamos a no comprar, “¡Ah, sí! Porque cuando nosotros salimos a no comprar, nos gusta no comprar en lugares bien bacanes”.
Me parece que preferimos el ruido, el tumulto, la respiración ‘esmogüeada’, la velocidad y las multitudes, en vez de la montaña. Pasamos por la montaña para ir a las playas de Chile, pero no la apreciamos, no la consideramos, es más, creo que muchos la sufren.
Hermano, Hermana, el 33 por ciento de esta provincia es cordillera. Tenemos más de quinientos kilómetros de Ande ¿qué estamos esperando? A ver, repasemos: paisajes, pero paisajes a rolete, paisajes verdaderamente conmovedores, de esos por los que mucha gente de otros países pagaría buenos verdes por conocer, sumale espacio (espacio para caminar, espacio para explorar, espacio para respirar), sumale aire puro, sumale el mensaje de los pueblos ancestrales que poblaron el país de las alturas, sumale energía (de esa que se siente a flor de piel), sumale silencio, ese silencio que construye el viento y el descenso de los arroyos serranos, y algún pájaro que canta cerca, esa otra forma que tiene el silencio para expresarse en plenitud, y sumale encuentros; menduca, menduco, encuentro con la gente que ha venido viviéndola hace años y sabe un cachito más de altura que nosotros, encuentro con aquellos que te acompañan en la visita, y fundamentalmente encuentro con uno mismo, con este que somos y que en la ciudad la mayoría de las veces se nos escapa a hacer un trámite.
Yo estoy realizando los fines de semana un reconocimiento por afuera y por adentro, me meto en la montaña a tratar de entender por qué somos así, y ¿sabés qué menduca, menduco? Lo estoy entendiendo y me gusta. Lo entiendo y me conmueve. Lo entiendo y me define. El fin de semana que pasó, un pedazo de cordillera que habita por Tunuyán, me preguntó por vos. Y no supe qué contestarle. Andá, probá, sacate un cachito la pilcha de ciudadano y ponete por unas horas la ropa de montañés. Te aseguro que la vas a sentir muy cómoda y muy cálida, sobre todo, en la zona del corazón.