El "ooooooo..." que precede a la ejecución de un tiro libre anuncia que hay inminencia de festejo. No es una exagerada demostración de optimismo, sino todo lo contrario: se palpa en el ambiente, en esa energía que se retroalimenta entre el campo de juego y la tribuna. Y esta predestinada a futbolistas cuya excepcionalidad los ha convertido en paradigmas de distintas época: Maradona, antes; Messi, ahora.
Y fue Leo, precisamente, el dueño de todas las respuestas. Encaró, le cometieron falta, se posicionó en actitud de cazador ante la presa, midió, de reojo, el movimiento de un arquero que dos minutos antes le había frustrado un remate de gol, y eligió hacia el mismo palo, el primero, pero esta vez a media altura, con esa capacidad de reducir en un segundo lo que a otro le tardaría un siglo: potencia, precisión, estética y un estadio que se contagia de la alabanza coreando su apellido, expandiendo la "eeeeeee..." como antes lo había hecho con la "o".
Está Leo acercándose a su punto justo, como si él mismo supiera cómo ir madurando de a poco. Es dueño de todo, ya se siente dominador absoluto de la situación. Recorre la cancha conforme intuya que se aproxima al mejor espacio posible. Evita cambiar el ritmo sin tenencia de pelota, como si cuidara el físico para lo que vendrá. Encara con balón dominado, buscando la pierna menos hábil de su eventual marcador; lo obliga a retroceder y estar a un paso de cometer una falta en la zona de definición. Es su Mundial.
Por más que la Selección intente evitar la "Messidependencia", es absolutamente natural que se mueva en dirección a su eje. Gira alrededor de quien compatibiliza a la vez la figura del creador con la del contenedor. Nunca es positivo para un conjunto que tanta concentración de fuerza de desequilibrio se encarne en un mismo jugador. Como aquí, cuando Messi abandonó la cancha, la ovación prolongada se asemejó a un punto final, igual a que el partido hubiera concluido en ese momento. Debe aparecer un equipo en su dimensión plena si es que se busca concretar el objetivo máximo. Y aquí está planteada la duda: cuál es el techo de esta formación con o sin Leo. Ni siquiera los tres triunfos en fila han podido decantar en tal conclusión.
Argentina ya era la gran amenaza del sueño brasileño antes de empezar esta Copa del Mundo. Imagínense ahora: ganadora del Grupo F con puntaje ideal y fuera del camino local hasta que se crucen en una hipotética final. Se percibe en el humor social de los anfitriones. Tienen la fiesta preparada para el Hexa. Y que justo aparezca Messi en toda su dimensión para hacerlos tambalear cuando opinan que su escollo principal está creciendo en forma ilimitada.
Ya es un tema recurrente, también, que el talón de Aquiles albiceleste sigue estando en zona defensiva. Por decantación, parecía el punto flojo a medida, pero la realidad demuestra que es frágil cuando se la encara con pelota dominada y no sólo a través del balón aéreo lanzado al área. Nigeria tardó poco en darse cuenta: llegó al primer empate en su primera acción armada por bajo. Musa, se encargó de trabajar sobre la pierna izquierda de Zabaleta en todo el partido, y le ganó por primera vez tras haber controlado una habilitación filtrada entre Federico Fernández y el lateral del Manchester City; frenó, enganchó y clavó el disparo por el segundo palo de Romero.
Esa primera igualdad le marcó a la Selección que debía estar al máximo de concentración para evitar quedar expuesta a dejar espacios en defensa. Ni siquiera había podido acomodarse a manejar el trámite luego de la apertura, en un ataque bien trabajado por el centro y los costados: pelota larga de Mascherano a Di María, el remate de éste fue desviado por Enyeama, pegó en el palo y Messi, de arremetida, le entró abajo al balón para que tome la altura justa y penetrara junto al travesaño, ya sin chances de que el arquero interviniera.
Tras ese arranque de vértigo a puro gol, Leo se afirmó en esa posición indefinida de líbero de ataque que mejor le sienta. Ya no en un extremo o el otro, sino partiendo como ocho clásico quebrando con su zurda hasta quedar en postura de remate franco o de armador de triangulaciones a un toque. Como cuando habilitó milimétricamente a Higuain (se sacó de encima al arquero pero le faltó ángulo para concretar) o se asocio en la corta con Agüero, Di María, "Pipita" o algún volante que acompañara desde el lado ciego.
Un disparo cruzado de Di María comenzó a convertir en figura a Enyeama. El guardameta, precisamente, volvió a darle seguridad a su equipo cuando le tapó un tremendo tiro libre a Leo, sobre el ángulo superior izquierdo. Hasta que vino el siguiente remate con pelota parada y Messi dio otra clase maestra de cómo exponer su nivel de excelencia en el ámbito indicado.
El inicio del segundo tiempo trajo otro baño de realidad. Casi desde el arranque, otra vez Musa aprovechó un error de desconcentración, quedó en posición de remate y se tomó un segundo entre Federico Fernández y Rojo para observar el movimiento de Romero y vulnerarlo con un remate perfectamente colocado. Otra falta de coordinación, que también se había observado contra los bosnios y los iraníes. Una prueba a superar en el futuro inmediato, en el cual se debe disminuir el margen de riesgo si es que no se quiere volver rápido a casa.
El tanto definitivo, tras un lanzamiento de corner que derivó en el impacto en Rojo para transformarse en el tres a dos, apuró la decisión de Sabella para preservar a Leo y reemplazarlo. Era una oportunidad propicia, también, para ver en acción al equipo en cómo moverse sin su nave insignia. Y también para modificar el sistema hasta terminar probando un 4-4-2 y un 4-1-4-1 en la media hora sin Messi.
La prueba sirvió y hasta pudo haberse ampliado el marcador tras una volea de Lavezzi y un cabezazo de Garay, pero también fue importante para volver a poner énfasis en que es necesario defenderse más con la pelota para evitar que el adversario llegue armado hasta posiciones de definición. La entrada de Ricky Álvarez tuvo que ver con ésto y además sirvió para darle desahogo a Di María y a Gago.
Pasó la primera ronda y ya se está en octavos. Queda tiempo para corregir errores, con el trabajo táctico necesario que haga foco en que para que una defensa no quede expuesta todo el conjunto debe convencerse del sistema colectivo. Messi, en este estado, hará la diferencia. El resto, tiene que acompañarlo. Él solo, no va a poder.
Síntesis
Argentina: Sergio Romero; Pablo Zabaleta, Federico Fernández, Ezequiel Garay y Marcos Rojo; Fernando Gago, Javier Mascherano y Angel Di María; Lionel Messi, Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero. DT: Alejandro Sabella.
Nigeria: Vincent Enyeama; Efe Ambrose, Kenneth Omeruo, Joseph Yobo y Juwon Oshaniwa; Ogenyi Onazi;Peter Odemwingie, John Obi Mikel, Michael Babatunde y Ahmed Musa; Emmanuel Emenike. DT: Stephen Keshi.
Goles en el primer tiempo: 2m. y 45m. Messi (A) y 4m. Musa (N).
Goles en el segundo tiempo: 2m. Musa (N) y 5m. Rojo (A)
Cambios en el primer tiempo: 37m. Ezequiel Lavezzi por Agüero (A). En el segundo: 17m. Ricardo Alvarez por Messi (A); 21m. Okechukwu Uchebo por Babatunde (N); 34m. Uche Nwofor por Odemwingie (N); y 45m. Lucas Biglia por Higuaín (A).
Amonestados: Omeruo y Oshaniwa (N).
Arbitro: Nicola Rizzoli (Italia), asistido por sus compatriotas Renato Faverani y Andrea Stefani.
Estadio: Beira-Río de Porto Alegre.
Público: 43.285 espectadores