A seis meses de cumplir 40 años, Emanuel Ginóbili juega al básquet mejor de lo que decenas y decenas de integrantes de la NBA jugaron, juegan y jugarán a los 25: así de gigantesco es quien como mínimo ya cuenta entre los cinco mejores deportistas argentinos de la historia.
"Disfruto cada partido como si fuera el último", palabras más, palabras menos, confiesa el Manu que emociona a la gente.
El Manu que el sábado pasado en el AT& Center de San Antonio regaló diez minutos fabulosos y añadió un hito al interminable rosario de sus quince temporadas en la NBA.
En ese breve lapso, casi nueve minutos menos de su media en la cancha, encestó cinco de seis, metió cuatro de cinco triples, más un doble, más cuatro lanzamientos libres, consumó su puntaje más alto en la vigente temporada regular y de inmediato Gregg Popovich lo relevó.
Ginóbili se sentó en el banco y escuchó la enésima ovación dispensada por la afición de San Antonio Spurs, entretanto los devotos de las estadísticas afinaban el lápiz, reacomodaban el ránking histórico de los máximos anotadores de triples en la NBA y lo subían al puesto 28.
Es decir: Ginóbili, que jamás fue lo que se da en llamar "un tirador", un tirador puro de los que viven de su muñeca de terciopelo, resulta que por imperio de su luminoso abanico de recursos ha sido capaz de convertir la friolera de 1406 triples y devenir el rey de los 7.25 y una suerte de infiltrado en esa nómina que encabezan monstruos del tipo de Ray Allen, Reggie Miller, Jason Terry, Paul Pierce, Jason Kidd y por delante de especialistas como Terry Porter, Clifford Robinson, Stephen Jackson y Derek Fisher, entre otros.
En ese contexto, el lunes en el FedEx Forum, estadio del Memphis Grizzlies se vieron las caras los dos jugadores más longevos en actividad; uno, el mismísimo Manu, y el otro, Vince Carter, el legendario crack originario de Daytona que ha vestido la camiseta de Toronto Raptors, New Jersey Nets, Orlando Magic, Phoenix Suns y Dallas Mavericks y que hace un par de semanas, el 26 de enero, ya cantó los 40.
Manu, que soplará las 40 velitas recién el 28 de julio, al pasar recibió una broma de Carter y la comunidad de devotos de la NBA celebró esa fraternal comunión de los dos dinosaurios.
Después, en el juego propiamente dicho, volvió a ofrecer segmentos de calidad que rubricaron una planilla de cinco aciertos en nueve tiros y dos de cinco en triples.
Pero lo más notable de esta temporada, hasta donde se sabe su temporada de despedida, es que en los términos condicionantes de su rol en el equipo (suplente, un promedio de 18.8 minutos por partido en un San Antonio de espesor colectivo mellado, ya sin el inconmensurable Tim Duncan, Tony Parker declinante y una excesiva dependencia en Kawhi Leonard, igual de crack como de anárquico), amén de algunos números positivos (porcentaje de triples por encima de su registro histórico y similares en tiros libres y bloqueos), conserva la impronta de su chispa amateur, de su entendimiento supremo y de un compromiso que declina refugiarse en el atenuante del límite biológico.
Desde luego que ya no es el spiderman que azotaba el aro y burlaba gigantes por doquier, faltan piernas, motor de arranque y vigor, pero así y todo persevera intacto, goloso, glorioso, el cóctel de sabiduría, sangre caliente y beligerancia virtuosa.
Cuando Manu Ginóbili era una estrella lozana en el documento y lozana en la cancha, míster Popovich declaró que jamás en sus más de cuatro décadas vinculadas con básquet había visto alguien así, con semejante ferocidad bien entendida, con semejante fervor competitivo.
Hoy, cuando el destinatario del elogio se ríe de los almanaques, o tal vez no, tal vez no se ría de los almanaques y ni siquiera de los mal intencionados que llevan casi un lustro en el intento de pegarle la etiqueta de caduco, porque es un hombre respetuoso y cabal, el gran Manu bahiense, el cazador de murciélagos, genuino animal de la pelota naranja, persiste en alimentar la osada sentencia del viejo Gregg, en honrar la casaca número 20 que calza desde 2002 y en consumar la infrecuente amalgama de la materia gris, el sudor y el aura del crack.