Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
"Los peronistas somos como gatos: cuando parece que nos peleamos nos estamos reproduciendo"
Juan Domingo Perón
Con 70 años de historia a cuestas, al peronismo le va costando cada vez más reproducir y multiplicar su especie, pero -sin embargo- sigue siendo el gran obstáculo para normalizar la política argentina. E incluso para normalizarse a sí mismo. Cuando lo intentó, impulsado por los aires renovadores que el alfonsinismo y la democracia trajeron a la Argentina en los 80, ese deseo de transformarse en un partido más, adherido a todas las normas republicanas, fue apenas una coartada. Una coartada para que las huestes decrépitas de Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias le traspasaran el peronismo a Carlos Saul Menem, como primer nuevo emperador luego de la muerte de Perón. Después Eduardo Duhalde haría lo mismo traspasando el movimiento de Menem a los Kirchner como nuevos monarcas absolutistas del imperio peronista. Constituyéndose con esos dos grandes pases de manos un nuevo sistema político con el cual el justicialismo devino en un gran deformador de la política argentina, por sus pretensiones de totalidad, de transformar al resto de los partidos en sus apéndices. Como si el peronismo fuera la Nación y el resto del país no peronista apenas un cuerpo extraño dentro de la Nación. El mundo al revés, que eso viene siendo hace tiempo la Argentina.
A su manera, es un triunfo de aquel Perón que quería convertir su movimiento en algo que superara al gregarismo, porque como decía el general, “sólo la organización vence al tiempo”. Y en este caso, a diferencia de la mayoría de los grandes personalismos similares, el peronismo trascendió a su fundador y se organizó estructuralmente. Lástima que sigue sin poder hacer coincidir sus necesidades con las necesidades del país. Tiene una capacidad de sobrevivencia increíble, pero casi nula capacidad de normalización o de renovación. No puede dejar de ser sino fiel a sí mismo pero esa fidelidad es muy problemática porque así constituido, el sistema peronista es muy difícil de hacerlo compatible con una democracia republicana. Y en ese modo de ser en que devino el movimiento después de Perón, las similitudes entre Carlos Menem y Néstor Kirchner son infinitamente superiores a sus diferencias. Como que se hubieran esforzado -conscientemente o no- en mantener vivos todos los defectos de Perón y en hacer desaparecer sus virtudes. particularmente las que tuvieron que ver con la integración y movilización sociales de los sectores más carenciados.
Así, en los casi 30 años que van desde 1989 hasta el presente el peronismo se ocupó de sobrevivir absorbiendo todas las energías del país para ponerlas al servicio de una estructura eclesiástica corporativa que desarrolló un tipo de liderazgo fuertemente personalista de caracteristícas fundamentalistas camaleónicas. Un mejunje nacional y popular cuya supervivencia se explica por esa capacidad de abrevar en diferencias tradiciones históricas argentinas y ponerlas a su servicio sin demasiados escrúpulos por obtener síntesis racionales y razonables. Expliquemos.
Carlos Menem verificó que sus años presidenciales coincidían con el auge del neoliberalismo por el mundo, pero en vez de intentar un diálogo con las tendencias hegemónicas del momento, se convirtió en una avanzada del reaganismo, del thatcherismo y del bushismo como si en vez de ser seguidor de éstos, fuera su superador. Una sobreactuación oportunista que sobreviviría a su creador. Ese caudillejo local seguidor de Facundo Quiroga y de la Mazorca, que prometía malvinizar el país cogobernando con Mohamed Seineldin, devino emperador ultraprivatizador, pero se apoyó en la tradicional estructura peronista, a la cual le sacó de cuajo cualquier tentación renovadora o socialdemócrata y la transformó en una corporación de tipo vaticana donde los dirigentes principales se hicieron obispos al servicio de la corona sin cuestionar ninguna de sus políticas por más contradictorias que fueran entre sí y el resto del movimiento devino tribus cada una con su cacique y sus malones, cuya única doctrina era de la poner el país al servicio de esa gran estructura en vez de poner la estructura al servicio del país. Pura lógica corporativa.
El kirchnerismo fue su continuación superlativizada. Un matrimonio de caciques sureños aprovechó una grave crisis del poder nacional para apoderarse del mismo inventándose una trayectoria de defensores de derechos humanos que jamás tuvieron y llevando el peronismo esta vez a un fundamentalismo inverso al neoliberal, recuperando los ideales montoneros de los años 70 y adhiriéndose al movimiento chavista antiglobalizador y aislacionista con ínfulas socialistoides que tuvo su apogeo en los primeros años del siglo XXI en América Latina.
Otra vez un camaleonismo sobreactuado por el cual al final los falsificadores terminan creyéndose su propio engaño. Como ese Menem que ya en su decadencia propuso como solución a la anarquía, la de dolarizar el país. O esa Cristina Kirchner que quiere identificar al peronismo con el desastre venezolano y la teocracia iraní.
En tanto, los obispos que se adaptaron por igual a uno y otro tipo de fundamentalismo camaleónico, deambulan desorientados por fuera y por dentro del movimiento, desde Massa a Randazzo, tratando, más que de renovar al peronismo o a las prácticas políticas argentinas, por ver si pueden heredar a los emperadores vencidos y sustituirlos por un nuevo rey. Pero aún con un pie cerca de Cristina por si ésta logra regresar como lo logró Perón. Una falta de coraje a prueba de balas. Estar con todos y con nadie a la vez.
En fin, he aquí quizá los primeros palotes que deberían aprender los peronistas si desean adaptarse al mundo republicano y renovar sus costumbres como lo intentaron infructuosamente 30 años atrás: acabar con esa corporación de obispos serviles buenos para nada excepto en el arte de sobrevivir. Y ponerle fin definitivamente a ese tipo de liderazgos tan oportunistas como mesiánicos que no gobiernan ni dejan gobernar. Los peronistas deberán tener en cuenta que con más de 70 años cumplidos ya no les será tan fácil reproducirse como los gatos.