No tenía memoria de su padre. Lo único que tenía era un librito que -intuía- le pertenecía. Medio escondido en lo profundo de la biblioteca materna, el ejemplar delataba como autor a un tal Bela Andahazi, cuya foto de solapa le resultaba sospechosamente familiar.
“Cuando cumplí los 18, en la esquina de Montevideo y Corrientes, lo vi parado. Vencí la timidez y me acerqué a hablarle. ‘¿Sos Bela?’, pregunté. Asintió. ‘Yo soy Federico’, le dije. ‘¿Qué Federico?’, me devolvió. Tuve que aclararle a ese señor que yo era su hijo”.
Cuando volvió a su casa ese día, Federico buscó el libro que había guardado todos esos años. Al abrirlo, se deslizó un recorte de periódico de los ’60 que hablaba del reconocimiento que se le otorgaba a Bela Andahazi (su abuelo) y a Emilie Schindler (la esposa de Oskar Schindler) por resguardar la vida de familias judías durante la Segunda Guerra Mundial.
“En ese momento me lancé a reconstruir la historia familiar. Porque mucho más complejo que recrear el siglo XVI, por más que hay que hacer una profunda investigación bibliográfica, es indagar en la propia historia familiar, que suele estar entreverada de silencios y ausencias. Fue, para mí, emocionalmente difícil”, confiesa.
La primera escala de su investigación fue la tierra natal de su abuelo: Budapest. “Estuve allí. Lástima que hoy es inevitable sentir vergüenza”, dice.
Es que, en medio de la crisis inmigratoria europea, la nota del día pone en evidencia a la periodista húngara Petra Laszlo golpeando a inmigrantes. Y, más allá del caso puntual, el escritor conecta: “Uno escribe sobre las persecuciones de los años ‘30 y ‘40 y se despierta viendo lo mismo en las noticias. Los inmigrantes de hoy son los judíos de ayer. Y eso provoca una desazón tan grande. Me pregunto si existe salida. Y todo me indica que no. Los signos, las políticas siguen siendo absolutamente retrógrados. El racismo, enraizado en la cultura europea, no parece debilitarse. A mí no deja de sorprenderme el paralelismo con la época histórica en la que está ambientado mi último libro”.
Entonces, entre las grandes tragedias, habrá que buscar esperanza en las historias pequeñas, en los pocos pero existentes focos de empatía y coraje.
-De hecho, tu abuelo fue una persona-refugio, ¿no?
-Sí, creo que ahí está la clave. Mi abuelo se jugó la vida para salvar a su ex esposa y al hombre con el que ella supuestamente lo traicionó.
La suya era una ética muy difícil de encontrar hoy. Y sí, creo que en las pequeñas historias que implican grandes acciones está la luz de esperanza, no en un libro iluminado.
La vida de los otros
Budapest, 1944. Hanna y Bora se reencuentran muchos años después de su doloroso divorcio. Jamás imaginaron que volverían a convivir en circunstancias tan extremas. Los nazis han ocupado la ciudad y cazan judíos. Bora, un aristocrático pintor y diplomático, refugia en el sótano de su casa a su ex mujer y a su actual marido, los dos judíos. De hecho, Andris es el hombre con quien Hanna lo engañó.
En una Europa devastada por la guerra; los inesperados giros del destino llevarán a Bora y a Marga a exiliarse en un pequeño pueblo de Córdoba. Allí se establecerán y tendrán descendencia argentina.
En síntesis, ése es el argumento de “Los amantes bajo el Danubio”, el primer libro en el que Andahazi aborda su propia biografía familiar.
“A los escritores se nos plantean dos dinámicas: primero, nunca podemos escapar de nuestra biografía (ni en “El Anatomista”, que está ambientada en la Edad Media, pude desaparecer por completo); segundo, al escribir nuestra autobiografía, es imposible que no nos atraviese, siquiera inconscientemente, la Historia con mayúscula”, reflexiona.
La trama de “Los amantes bajo el Danubio” se desarrolla en dos planos: el del subsuelo donde habitan los refugiados y el de la casa, donde Bora vive con Marga, su segunda esposa.
Ambos mundos entran en un conflicto silencioso que modificará dramáticamente la vida de los personajes. Mientras Bora recibe la visita diaria de un oficial nazi que quiere ser retratado por el eximio artista, los cautivos encontrarán la salvación en el placer. El sexo será el vínculo más puro con la vida frente al acecho de la muerte.
Todos los escritores tienen -más que temas- obsesiones que se van volviendo evidentes a medida que desarrollan su obra. Posiblemente, una de las obsesiones de Andahazi es el sexo y su aura.
“Siempre me pregunté cuándo el sexo dejó de ser algo sagrado para pasar a ser pecaminoso. En sucesivas investigaciones, la historia ha dado cuenta de ese proceso. Y puede rastrearse en ella esta concepción. La sexualidad para el judaísmo es muy compleja y lo es para el cristianismo a través del judaísmo. El gran problema que hemos tenido en Occidente es que esa separación entre sexo y espíritu ha provocado una separación entre el sexo y el amor. Porque el sexo más placentero es aquel que se practica cuando hay amor”.
Andahazi sabe que la vida consiste en derribar prejuicios pues son, en realidad, las fronteras más impenetrables. “El lugar en donde abrevan los prejuicios es el pago chico. Los viajes te muestran que el mundo es mucho más de lo que creíamos y que la mayor parte de las cosas que nos desvelan no tienen la menor relevancia fronteras afuera. Los viajes jerarquizan y ordenan las ideas. Te ponen en perspectiva”. Y lo dice quien se pasó la infancia viajando adentro de libros.
Soy Federico
Federico Andahazi es hijo de Béla Andahazi, poeta y psicoanalista húngaro radicado en la Argentina, y de Juana Merlín. Durante su adolescencia comenzó a leer a los clásicos argentinos y universales, sobre todo cuando, escapando del colegio, reflejo de la opresiva dictadura militar gobernante, se reunía con amigos en librerías y bares de la avenida Corrientes, calle emblemática de la cultura porteña. En esos tiempos ya incursionaba en la escritura de sus primeros relatos.
Obtuvo la licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires; ejerció como psicoanalista algunos años, mientras trabajaba en sus cuentos. En 1989 terminó su primera novela, obra que permanece inédita por voluntad del autor.
Creció en el ruido de Corrientes y Callao, sin memoria de su padre. Su madre, Juana, trabajaba en un banco. Así que Federico quedaba a veces al cuidado de los abuelos Margarita y Samuel Merlín, inmigrantes llegados de Rusia después de la guerra.
Su abuelo materno, Samuel Merlín, lo convenció de que era descendiente del célebre mago.
La suya fue una adolescencia complicada: dejó el colegio, trabajó de cadete, grabó números de patentes en los vidrios de los autos.
Tuvo bigotes desde los 17. A los 18 se encontró cara a cara con su padre. Hablaron por primera vez en su consultorio. Entonces empezó a estudiar psicología en la UBA. Ya escribía.
“El anatomista” fue su primer gran éxito. Lleva vendidos en la Argentina 120.000 libros y fue traducido a treinta idiomas.