Mi padre, nacido en 1907, joven radical en los finales de la presidencia de Yrigoyen, me contaba que en sus últimos días de gobierno, mientras se gestaba la revolución de Uriburu, a su departamento de Constitución donde el “Peludo”, como le llamaban, vivía con decoro y sin ostentación, le hacían llegar periódicos impresos ad hoc con noticias positivas y alentadoras de su gestión. Nada de pálidas ni verdades.
Fue el primer mandatario argentino elegido por el voto secreto masculino, gracias a la Ley 8871, la ley Sáenz Peña que él mismo impulsó.
Tuvo que gobernar en momentos de grandes convulsiones y guerras mundiales y apoyó a los sindicatos, fundó YPF, concretó la jornada de 8 horas, la jubilación en las empresas privadas, logró reformas educativas y nos dejó ejemplo de estadista.
Derrocado por la Revolución del ’30, comenzando “la década infame”, moría tres años después y su entierro reunió a una multitud nunca vista que llevó a pulso sus restos hasta la Chacarita, como pidiéndole disculpas por haberlo abandonado.
Ahora aclaro el por qué del título de estos comentarios, porque posiblemente la señora Cristina en este punto de ruta final, tampoco lee los diarios que relatan la actual situación del país y sólo recibe una información maquillada para su propia puesta en escena.
Y tal como le ocurrió a Yrigoyen, fatalmente golpeada por una historia de errores y mentiras que sólo disminuyen su capacidad de discernimiento, desconoce los números negros que acosan a la Argentina. No se entera de que faltan remedios oncológicos, repuestos para maquinarias, tramos para armar autos, que nos rodean los despidos y falta de trabajo; ignora que barcos con gas licuado se encuentran varados en varios puertos porque no hay plata para que los descarguen...
Sabios asesores la hicieron ignorar al Papa, alentar a Víctor Hugo Morales o apoyar a la universidad de la Bonafini. Son los que siguen fogoneando acciones con la excusa de la ley, la persecución a Clarín con un Sabbatella mendaz y avasallador.
Rodeada de manipuladores profesionales, trepadores inescrupulosos e imaginativos descubridores de enemigos y conspiraciones, insiste en sus discursos de victimización, con su brújula desorientada apuntando al Norte, entusiasmada porque ahora los Qom y los Wichi se enterarán de lo que ocurre en Rusia y tendremos la torre más alta de América. Continúa ignorando el diálogo y el consenso que le permitiría poner al país en el potencial lugar mundial que merece ocupar.
Seguramente por lo antedicho, por no acceder a una prensa seria y realista, la Señora no debe haber leído la ingeniosa propuesta de La Cámpora en Santa Cruz.
En esa provincia de nuestro sur nació un pequeño pueblo con el nombre de Lago Posadas. Con el tiempo y para recordar al histórico dirigente radical, se le impuso el nombre de Hipólito Yrigoyen.
Sucede que la ambición por destruir cualquier manifestación que recuerde los méritos del enemigo, esta ambiciosa y descalificante agrupación oficialista pide que se le restituya al pueblo su nombre original y que el de Yrigoyen se hunda en el olvido.
La casi desubicada moción, teniendo en cuenta los importantes temas que debieran ocupar el esfuerzo de las autoridades, no deja de preocuparme.
Mi preocupación reside en que, si encontré un paralelo entre aquel final de gestión radical a ciegas de la década del veinte y los tiempos agónicos que castigan hoy al gobierno, se repetirá la historia y en unos años también, de norte a sur y del este al oeste, necesitaremos un nuevo GPS, porque calles, plazas, puentes, rutas, edificios, escuelas, hospitales y vaya a saber cuántas cosas más, cambiarán de nombre y perderán fatalmente el padrinazgo kirchnerista.
Que la historia los juzgue.
Haydée Magnani - DNI 1.758.596