La crisis estructural en la que hoy se encuentra la industria vitivinícola alarma a todos los sectores. Leemos en distintos medios, con mucho asombro, que los compradores de uva se preocupan por los precios de la misma este año y casi culpando a los viñateros por el alto costo que les puede significar pagar esos precios, agregando que no puedan trasladarlo a sus precios de venta lo que impide que se recupere el consumo. Con esto está claro: nos quieren hacen parte del problema.
Es necesario analizar las situaciones de los mercados por separado. Por un lado, tenemos la caída de las exportaciones. La gran causa de esto es casi exclusivamente al atraso cambiario que viene sufriendo la macroeconomía argentina, sobre lo que venimos reclamando con énfasis desde hace varios años. Vale remontarnos a 2010 y comparándonos con nuestro principal competidor regional Chile. Hace algo más de una década Chile exportaba cuatro veces más que Argentina (600 millones de dólares contra 150).
Desde entonces, los dos países fueron en constante ascenso y multiplicaron sus exportaciones, pero Argentina crecía más rápido, y lograba reducir la brecha de 4 a 1 y en diez años Argentina se colocó 2 a 1, y siguió avanzando. Según cifras de la OIV, en 2010 Argentina exportó 733 millones de dólares y Chile 1.276 millones de dólares. La brecha era cada vez menor.
Para el año siguiente, Argentina volvió a batir su récord histórico, al exportar 920 millones de dólares. Sin embargo, a partir de entonces se perdió el impulso: las exportaciones de vino argentino se estancaron en la temporada siguiente y luego comenzaron a declinar, para exportar 876 millones de dólares en 2013 a cerrar un 2016 con 826 millones, disminuyendo el monto desde 2013 a la fecha. Insistimos, cuando el cambio estaba bien éramos competitivos y no tan sólo eso, ganábamos mercados; a partir de que se tocó a la baja el precio del dólar, comenzamos a retroceder.
Por otro lado, tenemos el mercado interno, un mercado mucho más complejo y mucho más sufrido. Si nos remontamos a los años 70, cuando se consumían 90 litros per cápita a los 21 de hoy, el lamento es aún mayor. Pero también vale hacer un repaso de qué sucedió en los últimos años. En 2010 estábamos en los 24,8 y llegamos a un techo de los 25,7 en 2013 para luego comenzar a descender nuevamente hasta los 21,59 de 2016. Preguntémonos qué paso con la economía argentina en ese lapso: en los últimos 6 años el proceso inflacionario (flagelo que hasta el día de hoy ningún gobierno logra eliminar) del 25% sostenido por año causa indefectiblemente una caída del consumo. La gente pierde poder adquisitivo y comienza a restringir ciertos gastos.
La retracción del consumo en los principales rubros de comercialización masiva alcanzó también al segmento de las gaseosas y las cervezas que, en lo que va del año, registraron caídas del 11 y el 8 por ciento, respectivamente.
El consumo por habitante de carne vacuna se ubicó en 55 kilogramos por año lo que implica una caída de 8,3% interanual. Está claro y es más que evidente que el vino no es ajeno a la realidad económica de la Argentina.
Veamos cómo evolucionó el precio de la uva en ese tiempo
Ahora volvamos al principio de lo planteado en la nota. Cuando las cosechas eran altas y “excesivas” con 24 millones de quintales, se producían excedentes y, cuando esto sucede, la regla básica de la economía no perdona, nos explican los compradores de uva (cuando la oferta es mayor que la demanda los precios bajan). Es por eso que por un período de 6 años (2010- 2015) los productores recibimos los mismos precios nominales e inclusive en 2015 fueron menores que en 2010 perdiendo así no sólo rentabilidad, sino que debimos producir a pérdida, desapareciendo como consecuencia miles de hectáreas y llevando a la industria a la situación de hoy de “escasez” estructural.
Ahora con asombro leo en este mismo medio el domingo 12 de marzo de 2017 en el suplemento Economía, que los bodegueros dicen: “Con estos precios, que duplican o triplican lo pedido el año pasado”, según señalan desde las bodegas, “es difícil encarar previsiones de aumento de consumo”. Con esta afirmación ¿qué pretenden? ¿Que vayamos en contra de la economía y bajemos los precios para ustedes así poder recuperar rentabilidad? ¿Esa rentabilidad que venimos reclamando hace 6 años?
Cuando pedíamos reajustes de precios, en aquel escenario, nos decían: “Es el mercado”. Ahora que el mercado marca estos precios nos quieren convencer que la ley del mercado para nosotros no se aplica.
¿Por qué no ajustan ustedes sus costos como nos lo exigían a nosotros y trabajan a pérdida cuatro o cinco años hasta que el mercado se recupere? ¿No es lógico? No, no lo es, pero eso hicieron con los viñateros y ahí están las consecuencias: aun con mercados en baja, la uva no alcanza, porque de nuevo vamos a volver a tener la peor cosecha de los últimos 50 años, pese a los mal intencionados pronósticos hechos por la nueva conducción del INV, tan elogiada por ustedes, por su profesionalidad e independencia. Estamos seguros de que independientemente de nosotros, de ustedes no estamos seguros. Como en todas las actividades de la vida, los errores se pagan y, pese a su “profesionalismo”, este INV con nuevo presidente volvió a equivocarse mal, y en beneficio de ustedes, los compradores de uva.
Tenemos todo el derecho a señalárselos.
Busquemos un camino que cambie esta puja nefasta
Pero en fin, de nada vale seguirnos enrostrando errores recíprocos. Hemos llegado a una gran encrucijada donde debemos lograr consensuar mecanismos para que estas distorsiones de precios de la uva no nos maten: ni a ustedes ni a nosotros, porque estamos casi seguros que aquellas bodegas chicas, que no son parte de la concentración, esta situación las debe afectar tanto como para llevarlas a la extinción.
Creemos que no es bueno que se pierda ni una hectárea y ninguna bodega. Es por eso que insistimos en que es el momento de buscar una solución en serio al tema de cómo se determina el precio de la uva, sin ignorar el mercado, claro está, pero no utilizándolo como argumento para siempre pagarnos menos por nuestro trabajo.