Por Luis Alberto Romero - Historiador. Club Político Argentino - Especial para Los Andes
¿A quienes se oponen los opositores? Algunos son específicamente anti kirchneristas y y otros globalmente antiperonistas, y las campañas electorales optan por mantener la ambigüedad. Pero kirchnerismo y peronismo son conceptualmente incomparables.
El kirchnerismo es un régimen concreto y tangible; forma parte del peronismo pero no lo agota. El peronismo, en cambio, tiene una larga historia y engloba versiones tan diferentes que hasta puede discutirse cuánto tienen en común. La distinción no es solo un tema para la inagotable discusión de café, sino una cuestión urgente, pues -diría Sancho Panza- no es lo mismo enfrentar a un caballero armado o a un molino de viento.
El kirchnerismo detenta hoy la franquicia peronista: es el peronismo brutalmente adecuado a una Argentina decadente, con muchos pobres y muy poco Estado.
Llegó al gobierno por una serie de azares y en una situación imprevista -el esplendor de la soja-, que creó la ocasión para aplicar el modelo de Santa Cruz, basado en la corrupción en gran escala, la fabricación del sufragio y el silenciamiento de la oposición. Lo notable del grupo "pingüino" fue su capacidad para adecuar su modelo, surgido en una provincia chica, a la escala nacional.
El kirchnerismo tiene mucho del peronismo tradicional: una idea precisa del valor y la utilidad del poder y un estilo de gobierno autoritario, que está en las antípodas del sistema democrático construido en 1983. Está algo escaso de verdadero calor popular, pero lo ha remplazado con un relato bien elaborado, que funde el setentismo con los derechos humanos.
Su gestión es mala, y hoy dejan su huella en un país con más pobres y más problemas graves que el que recibieron. En suma: son algo tangible, que puede apoyarse o rechazarse.
El peronismo fue -y probablemente será- mucho más que la nefasta franquicia kirchnerista. Surgió en 1945 como una fuerza nueva, asociada con la integración popular y la justicia social, puestas en el marco de un Estado autoritario y potente, que abrevaba en la tradición católica y en el fascismo. Fue a la vez democrático y autoritario, hasta convertirse finalmente en una dictadura.
Otro peronismo surgió cuando fueron al llano, en 1955. Con muchas deserciones, el sindicalismo se hizo cargo de organizar las fuerzas para el juego de la democracia limitada y la negociación corporativa, y hasta intentó prescindir del jefe y apropiarse de la franquicia. A fines de los sesenta surgió otra franquicia, que asoció la ilusión del retorno de Perón con la nueva sensibilidad contestataria que estalló con el Cordobazo.
Invocado por todos y sin desmentir a nadie, en 1973 Perón fue, como en 1945, el bombero piromaníaco, que expresó a la vez la contestación social y los deseos de orden. Pero esta vez fracasó estrepitosamente y estalló el incendio, del que se hicieron cargo los militares.
Con la democracia surgió otro peronismo, con jóvenes políticos consustanciados con la democracia como J. L. Manzano o J. M. De la Sota. Mientras competían con el radicalismo en prolijidad democrática, construyeron una red territorial adecuada a la nueva conformación social, con muchos pobres necesitados de ayuda estatal.
Desde 1989 montaron el "partido del gobierno", que fue un apéndice de la administración pública, dedicado a transformar pequeñas prebendas en sufragios. Sobre esta base se organizó luego el kirchnerismo, que, en cierto sentido, resulta ser la fase superior del peronismo.
Hay quienes los identifican. Critican al kirchnerismo y condenan globalmente al peronismo. Quizá sea estupidez de mi parte, pero me parece una mirada estrecha y falta de perspectiva. El peronismo fue y es muchas otras cosas. Hay peronistas que lo son por lealtad a las viejas y respetables banderas, ya sean las de 1945, las de 1955 o aún las de 1970.
Muchos de ellos son perfectamente capaces de sostenerlas en un sistema político democrático y pluralista. Son ciudadanos valiosos, que poseen saberes y sensibilidades indispensables en una democracia plural.
Los antiperonistas construyen su identidad en espejo, responsabilizando al peronismo de todos los males del país. Sugiero un ejercicio mental que consiste en invertir la premisa: el país hizo a los peronistas a su imagen y semejanza, y los sigue haciendo, aun admitiendo que ellos suelen potenciar algunos de sus rasgos.
En todo caso, es bueno hacerse cargo de que el peronismo genérico y multifacético no se va a acabar. Se trata de una identidad política fuerte y es un colectivo con una fina sensibilidad para lo popular, un terreno en el que ninguna otra fuerza ha conseguido competir con ellos.
De modo que los antiperonistas deberían abandonar la fantasía de que pueden derrotarlos y hacerlos desaparecer; transformarán cada derrota en una victoria, como lo hicieron a partir de 1987 y reaparecerán en una nueva versión, mejor adecuada a la realidad.
El peronismo es un conjunto heterogéneo con una tendencia a agruparse y alinearse detrás de quien conduce. El antiperonismo cerril solo sirve para fortalecer la conducción o la franquicia que en ese momento lo represente. Si se descarta la hipótesis de la desaparición, lo mejor es pensar en convivir, y tratar de mejorar la convivencia, lo que no significa convertirse al peronismo sino considerarlos adversarios y no enemigos.
Una actitud convivial y dialoguista puede flexibilizar el bloque y reducir su pulsión agonal. También es posible educarlo, siempre que los adversarios acepten que ellos también tienen mucho que aprender de un movimiento que descubrió, antes y mejor que ellos, todo un costado del imaginario popular.
No es solo una propuesta a largo plazo sino una necesidad de hoy, de la semana que viene y de los meses siguientes. No se podrá vencer al kirchnerismo sin el apoyo de una parte del peronismo. Sobre todo, no se podrá gobernar el país que dejan los Kirchner sin un amplio acuerdo que incluya a peronistas y antiperonistas. No es fácil llegar a esto. Pero un buen comienzo puede consistir en dejar de echarle la culpa de todo.