"Pasen, la muestra está expuesta en los pasillos, desde el tercer piso hasta abajo, donde están los palcos", nos dicen. Somos un par de cientos. Seguimos la instrucción: recorremos los tres espacios con sus fotos.
Son miradas, cuerpos, rostros, puestos en un juego estético, que generan una atmósfera oscura. Dialogan, en la imagen, con los elementos que los completan: el vestuario, un violín, la desnudez, el maquillaje, un espejo... Pero hay algo más; algo pesado que flota en esas fotos, un misterio íntimo que el ojo del espectador ansía develar.
Pasamos a la sala. Sostenemos, entonces, la promesa que nos hicieron: ¿de qué va esa oscuridad taciturna y suspendida que ronda por entre los cuerpos de las fotos? En el escenario estará la respuesta.
Cuando el espectáculo termina, la sensación es la de una pequeña traición: lo que fue allí representado, no completa ese primer enunciado que se nos entregó en el tránsito por las fotos.
Es, casi, lo opuesto: un ensayo conceptual sobre el cuerpo en tensión, sí; pero no desde la perspectiva de una intimidad angustiante y filosófica, sino desde la carga moral que las normas y la disciplina imponen, para gestar materialidad hermosa y precisa.
Estamos, entonces, ahora, frente al espectáculo de Otro Ojo: "Pretérito perfecto".
Y así como fue eficaz el recorrido por las imágenes de la muestra, para pactar con nosotros un destino perceptivo y de sentido, lo es esta puesta de danza teatro.
El logro de "Pretérito..." es la coherencia intrínseca de sus elementos, que cooperan en la gestión de un sentido total.
El humor y la acidez que Pablo Longo le impone a los textos -precisos, sin letras ni puntos demás para transmitir lo que necesitamos saber a través de la palabra-, el dispositivo escénico que incluye a la orquesta de cuerdas y bandoneón en vivo, los paneles que se convertirán en dibujo y mensaje, las luces, los objetos y la utilería... Todo eso está allí para completar el discurso que apela al juego de la espacialidad y el tiempo.
Las proposiciones escénicas se amalgaman en la puesta sin olvidar que lo primordial, en esta obra, es la corporalidad.
Y allí están los actores-bailarines, propiciando que la técnica sea el instrumento de encuentro entre nuestra percepción y el concepto que derraman sobre el escenario: los sujetos estamos sometidos, en el ámbito social, al rigor de la disciplina para construir un discurso elocuente que se vuelva materia.
En ese proceso sufrimos, nos tensionamos, nos angustiamos y buscamos cómo equilibrar el padecimiento con su resultado.
Un apunte aparte merece la música, compuesta por Joel DiCicco, que no está destinada al acompañamiento de la acción sino que la marca, le impone el ritmo, la atmósfera y el destino.
Es notable cómo la concepción de la puesta nace del lenguaje de la danza-teatro y se mantiene inalterable hasta el final: no hay un injerto en el que compiten la danza y la interpretación teatral, sino un bien construido discurso entre ambas disciplinas.
El resultado es un espectáculo solvente, que nos permite el disfrute de la belleza plástica entre cuerpos, música e imagen. Un disfrute que se instala en la vivencia leve y fresca, para referise a ese universo rígido y sádico que nos está narrando.
Lástima aquella traición inicial. Es que cuando concluye la obra nos deja incompletos, desorientados.
Ficha
"Intimidad expuesta" | Muestra fotográfica + "Pretérito Perfecto"
Idea original: Analía Iacopini y Joel DiCicco.
Intérpretes: Otro Ojo Danza Teatro.
Música: Orquesta de Cámara Enarmónica.
Diseño de luces: Marina Sarale.
Dibujos: Marcia Sartor (bailarina invitada).
Diseño de maquillaje y peinado: Luis Fernando García.
Diseño y realización de vestuario: Karina Tartaglia.
Textos: Pablo Longo.
Coreografía: Analía Iacopini y Otro Ojo.
Dirección escénica y coreográfica: Analía Iacopini.
Composición y dirección musical: Joel DiCicco.
Día y hora: viernes 31, a las 21.
Sala: Teatro Independencia.
Calificación: Buena