“Íncubo” (Editorial Wu Wei), la nueva novela de Nicolás Correa, es la continuación de “Súcubo”, primera parte de la trilogía de terror que concluirá con “Señor de las moscas”. Narración oscura que gira en torno del exorcismo, y el descenso a los infiernos de su protagonista, una posesa.
Tras iniciarse con varios libros de cuentos de corte realista, Correa ha optado por modificar su rumbo, trocarlo por una realidad horadada a merced de la poesía y lo fantástico, potenciando así, una historia tan visceral como única. El cristianismo, la demonología, el esoterismo, la fe, son pretextos para forjar un estilo alucinado. La ritualización del mal en conjunción con el temor a desmoronarse por siempre, y para siempre, en la alienación.
-¿Es posible escribir una buena novela gótica en el Río de la Plata?, ¿hay una tradición del género en nuestro país?
-Mi vida fue y es atravesada por el relato fantástico. No quiero decir, con esto, que vivo en un castillo o que me visto de negro. Concibo un mundo ritual. Un mundo en constante contacto con otras posibilidades. Por el lado materno de mi familia, desde las lecturas, las enseñanzas y prácticas, mi vida fue siempre una posibilidad e intento de abordar otras maneras de vivir.
De ahí que el fantástico como género literario, se ciñe a mi formación vital. Y yo lo descubrí tarde a él, en esa anagnórisis personal, después de haber escrito un par de libros de cuentos de tinte más bien realista, caí en cuenta que dentro del relato fantástico, el terror me servía para poder contar experiencias y mundos muy íntimos. Creo en el mundo que escribo, no quiero decir que viva en él, pero sí creo en la realidad que funda el relato.
Además, el género me sirvió para algo fundamental en cualquier literatura, en mi humilde opinión, y es poder ampliar una realidad representada. El relato fantástico se inserta en lo cotidiano e irrumpe en un momento determinado, generando un espacio distinto y trastocando los elementos de esa cotidianidad. Eso me parece siempre, valioso en un texto. No puedo decir que lo haya logrado, más bien lo intenté.
En la literatura Argentina hay valiosos escritores que hoy están abordando el gótico, tal vez desde distintos lugares, pero lo están haciendo. Sin ir más lejos, el proyecto Pelos de Punta con Narciso Rossi, Rubén Risso y Luciana Baca, está poniendo nuevos, y ya conocidos autores, en circulación. No digo que sean todos interesantes, porque te mentiría.
Muchos de esos autores no me interesan en cuanto propuestas, pero están ahí en el fragor de la batalla. Relatando el género en el Río de La Plata. Creo que los clásicos del género de terror se están escribiendo hoy mismo. Que no se han escrito. Y en ese sentido, estamos produciendo y no reproduciendo los modelos que nos legaron.
En tanto tradición, en nuestro país no tenemos una gran tradición, es más, es bastante pobre. Siempre sospeché que el terror político había saturado todas las posibilidades estéticas y originado relatos de forma abrumadora, y necesaria, seguramente. Cuando descubrí los trabajos de Pablo Ansolabehere entendí que había sospechado bien. Ojo, hay momentos en que la tradición literaria utilizó el terror estético para narrar el terror político.
-¿Quizá esto sea mejor?
-Imposible saberlo. Ahora, yo a la hora de escribir “Súcubo”, la primera parte de la trilogía, no tuve un punto de referencia al cuál seguir en la literatura Argentina. Iba a escribir la historia de un exorcista que estaba en cana, y realmente, estaba solo. Mis amigos fueron algunos clásicos europeos y norteamericanos y sí, escritores contemporáneos como Leo Oyola. La literatura Argentina no tenía exorcistas.
-¿Qué significa para vos, una segunda parte en una trilogía?, ¿qué elementos te preocuparon experimentar con Súcubo?
-En “Súcubo” lo fundamental fue establecer un código, escribir una historia, y que esa historia pudiese articular las dos primeras experiencias que eran Súcubo e Íncubo. Una vez establecida la historia, me permití avanzar un poco más en el sentido estético del trabajo, ver qué podía hacer el lenguaje aprovechando la voz de un personaje alienado, como ocurre en Íncubo.
Fundamentalmente, no vivo de esto, no estoy necesitado de vender un libro para vivir o que la gente lo compre de modo automático, y no tenía por qué reproducir ese gesto en el texto. No escribo para entretener a la familia o para contar las historias que alguien quiere escuchar. Por eso me importó muy poco lo opaco de la segunda entrega. Al que le gusta bien, al que no… hay mil libros entretenidos para leer.
-¿Ves algún paralelismo entre religión y política en tu texto?, ¿se asoma el kirchnerismo por alguna parte?
-Si religión se entiende como manipulación, sí. En caso contrario, como yo concibo mi propia fe, no. En la trilogía se narra una tragedia colectiva, que se inicia el día que asume Carlos Menem como presidente, el gran sapo peronista, digamos. Si el kirchnerismo asoma de alguna manera, es siendo parte de esa tragedia colectiva, de esa maquinaria. Y con esto no estoy dando un juicio de valor sobre el proceso kirchnerista, sino diciendo que es parte de algo mayor, que se inicia con lo trágico neoliberal y se resuelve en Señor de las moscas.
-Hay una labor muy lograda en torno al nivel gótico de la prosa. Y eso aflora, también, en el uso acertado de metáforas oscuras y viscerales. Aquí te recuerdo un ejemplo: "se pudre su voz en un nuevo idioma de espejos". Subterráneamente, hay un flujo poético que atraviesa la novela íntegramente. Y, además, un nombre que no nos resulta del todo desconocido, hablo de Miguel Ángel Bustos.
-La poesía de Miguel Ángel Bustos directamente me dictó por dónde y cómo. Trabajé líneas enteras a partir de versos suyos. Creo que él me dio el tono, y en cierto sentido, ayudó a que pueda encontrar la voz del personaje. Eso fue algo muy importante para mí. Poder darle una voz orgánica y no repetir voces ya leídas. Miguel Ángel Bustos, durante el proceso de escritura fue una suerte de manual. Ahora es un poeta amigo, y yo le rindo un humilde homenaje en Íncubo. Espero haber estado a la altura de las circunstancias.
-Íncubo está armado a través de escenas francamente espeluznantes. Es un material muy fuerte, pero que no llegás a la exploitation, ni al grotesco. Yo creo que fundás un nuevo espacio donde se ponen en juego otros valores.
-No hay moral en el relato, porque no considero a la moral en nada. La idea era ser orgánico con la historia, no impregnarla de golpes bajos. El espacio en juego es el espacio del ritual mismo. Traté de ser fiel a eso. Nada más. No hay traición en el relato.