Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Si Ud. pertenece a esa especie en extinción que conforman quienes leen todos los días los diarios, puede no leer esta columna. En cambio, si está en el infinito universo de quienes no compran diarios o sólo lo hacen los fines de semana y el resto del tiempo apenas clickean la información que le ofrecen las redes sociales, estas líneas pueden interesarle. Aunque sea para superar la “infoxicación” de mala onda que campea por todas las variantes que ha adquirido la difusión y consumo de noticias en los últimos tiempos.
Mauco Abeiro tiene 9 años y vive en el humilde barrio Escorihuela, de Guaymallén. El lunes encontró a un perro callejero lastimado en una de las patitas delanteras y no dudó: se lo llevó a su casa. Después fue al veterinario para que lo curara. Y tropezó con la realidad: había que afrontar los gastos de las curaciones y hasta de una posible operación. Y no tenía plata. Entonces tampoco dudó: recurrió a la cuenta de Facebook de su mamá para poner en venta uno de sus objetos preferidos, una patineta casi flamante que le regalaron en agosto por el Día del Niño.
La reacción fue inmediata. Decenas de personas respondieron y el niño que va a 4to. grado de la escuela Granaderos Argentinos no tendrá que vender su patineta. Una asociación protectora de animales ofreció cubrir los gastos que demandará la atención de Rocko (así le puso Mauco al perro) en una veterinaria que atiende a sus animales.
“La repercusión ha sido impresionante. Me llenaron de mensajes, han compartido el pedido más de 200 personas. Es la primera vez que pedimos ayuda porque esta vez no tenemos cómo asumir los gastos. Por suerte, la acción de Mauco despertó la solidaridad de las personas” dice, orgullosa, la mamá. Cuentan que Mauco nunca deja de sonreír, como sólo sonríen los que conservan el alma pura.
Tomás Béccar Varela tiene 18 años y haciendo honor a su apellido vive en San Isidro, una acomodada y tradicional zona de Buenos Aires. Hace un par de meses fue asaltado en su casa junto con su padre y su hermana. La situación fue tan violenta que su padre resultó seriamente herido por un disparo de la policía que persiguió al auto de la familia en el que lo llevaban como rehén. El ladrón, que tiene 19 años, terminó detenido.
Hace poco Tomás decidió buscar a Javier, el joven que los había asaltado. Lo ubicó en una comisaría del Gran Buenos Aires y logró que lo integraran al equipo de rugby de presos Los Espartanos, que se entrena y juega en el penal de San Martín. Allí se busca una reinserción mediante la educación, los valores y el trabajo.
“Yo creo que todos merecemos segundas oportunidades. Javier no tuvo muchas. Su mamá murió, su papá lo abandonó, su hermano estaba en la cárcel. Nunca aprendió a leer ni a escribir”, dijo Tomás para explicar su inusual actitud. Días atrás jugaron juntos, integrando el mismo equipo, mirándose a la cara. Ni mano dura, ni venganza. Un corazón abierto.
A Paloma Landaburo la apasiona la filosofía. Tiene 18 años y ganó la olimpíada nacional de la materia superando a los más de 5.500 chicos de 5to año de escuelas de todo el país que se presentaron a la primera instancia y a los 90 que llegaron a la final en Villa la Angostura, Neuquén. En esa instancia, el desafío fue escribir sobre los ejes políticos, éticos y antropológicos de un asunto candente en todo el mundo: "Traducción, inmigración y geopolítica. ¿Es posible un nosotros hospitalario?". Fue la mejor.
En mayo del año que viene, Paloma representará a la Argentina en la etapa internacional de la olimpíada que se realizará en Holanda y cuando termine la secundaria en el colegio ISEP de Godoy Cruz piensa ingresar a Medicina, en la UNCuyo. “En estos tiempos en que se habla del cambio y de cambiar el mundo, la filosofía puede ser una gran herramienta para ayudar a mejorarlo. Pero considero que la filosofía necesita estar de la mano de la política, por ejemplo, para que efectivamente pueda haber cambios. Pero sé que no es fácil”, dice Paloma y su claridad llena de esperanza el futuro.
Son de esas historias que pasan casi desapercibidas, que no rankean entre las más leídas, que no conmueven ninguna estructura. Cero escándalo, cero espectáculo. Historias mínimas se las suele llamar. De ésas que ayudan a respirar.
Disculpas por no ocuparme de cosas importantes, serias. Como la desatada carrera de los políticos argentinos del Gobierno y de la oposición que insisten en jugar a la ruleta rusa con nuestras cabezas, una vez más. Como el jardinero de un matrimonio revolucionario de Santa Cruz, procesado por quedarse con la concesión de una empresa de carga aérea. Como las llamadas “organizaciones sociales” que negocian y sacan plata en privado pero agitan y se movilizan en público. Como los gremios que lloran y patalean, se llevan su tajada y también salen para no dejarse “ganar la calle”. Como Brasil, que está que arde. Como Donald Trump, que presagia calamidades mundiales.
No me animé. Lo lamento. Otra vez será.