“Recordemos que el poetizar no es sólo la construcción de un género literario, sino ante todo, un modo de vida y de conocimiento”. Así delimita un mundo, al demarcar un tema de conversación, la poeta, narradora, crítica y docente, Graciela Maturo.
Sus visitas a nuestra provincia ya se han convertido en una dichosa costumbre que la unen a estudiantes, profesores e investigadores mendocinos que asisten a las conferencias que dicta en auditorios y universidades. En esta ocasión y en el marco de las actividades de la Feria del Libro, viene a presentar sus libros “La poesía, un pensamiento auroral”, y “Cortázar, Razón y Revelación”.
El camino
Nació en Santa Fe, pero parte de su vida transcurrió en Mendoza. Aquí se graduó en Letras en la Universidad Nacional de Cuyo, institución que recuerda con mucho cariño. Dice haber recibido de ella, tres cosas fundamentales: la formación clásica, el revisionismo histórico -en lo nacional- y el compromiso ético.
Se doctoró en Letras, y enseñó en aulas universitarias en numerosas instituciones del país; ha sido Investigadora Principal del Conicet, directora de la Biblioteca de Maestros, fundadora de centros y grupos de investigación, asesora de editoriales, etc. Los primeros años de la década de los 60 la encontraron en Mendoza dirigiendo la revista de poesía Azor. También condujo la revista interdisciplinaria Megafón (1975-1989) órgano del Centro de Estudios Latinoamericanos que fundó en 1970. Integra el Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli” de la Academia Nacional de Ciencias y colabora en revistas especializadas de Argentina, Chile, Colombia, Venezuela y otros países.
Su más reciente emprendimiento es la fundación del Centro de Estudios Poéticos Alétheia, que dirige juntamente con Alejandro Drewes. Ha cultivado una línea de pensamiento humanista, renovada por la Fenomenología y la Hermenéutica moderna, y defiende la legitimidad de un pensamiento americano. Su obra publicada, que se extiende a más de treinta libros, ha merecido varias distinciones. Abarca la poesía, el ensayo y la investigación literaria. Contrajo matrimonio con el poeta Alfonso Sola González con quien residió en Chacras de Coria.
Actualmente Graciela reside en Buenos Aires donde mantiene una agitada actividad académica que incluye viajes y visitas a nuestra provincia.
La poesía: entre lo terrestre y lo celeste
Como poeta se ha confesado más próxima a la Generación del 40, con la cual se formó -aunque es más joven- que de la generación del 50 a la cual pertenece por razones de edad. “En esta última prevalecía una estética de la cotidianidad que no me chocaba por serlo sino por su rechazo de la metafísica poética” confesó hace poco. “Tuve grandes amigos en ambos grupos, pero estéticamente me he sentido más ligada al primero”.
Propugna un arte libre, sin ataduras ni rumbos predestinados. Una poesía franca y pura, respetuosa de sus compromisos libremente asumidos… o de ninguno más allá del propio – y enorme- desafío de la belleza. “El encuentro con la belleza del mundo y la búsqueda de producir belleza a través de la forma” para usar sus palabras. “El arte ‘al servicio de’ siempre ha sido un arte menor”, explica. “No creo en ningún deber ser de la poesía”, remata con seriedad, Graciela.
“La poesía está ligada a un logos racional, pero el trabajo del poeta no es tan sólo racional”, aclara. Habla de la “razón poética” y de una prosa válida siempre y cuando tenga una raíz poética. La crítica misma no puede subsistir, sin poesía.
Desde los años 60, Graciela ha formulado algunos cuestionamientos a ciertos cuerpos teóricos muy arraigados. La Lingüística de Saussure, su Teoría del Signo como base de los estudios literarios, y con esto, la semiología, el estructuralismo, y “todo ese paquete de orientaciones que han hecho de la literatura una cosa a ser disecada”, sin posibilidad de retomar su carácter propio de vida y expresión espiritual.
Así, recuerda a Leopoldo Marechal al decir que "cuando la letra se separa del espíritu, la letra se suicida rigurosamente".
Estudiosa de la literatura hispanoamericana, juzga a América en un laberinto entre una democracia de verdad, y otra ilusoria. Y ve en la cultura de su pueblo, una insoslayable guía.
Los libros
En el centenario de nacimiento de Julio Cortázar, su exégeta y amiga Graciela Maturo nos trae “Cortázar, Razón y Revelación”, un exhaustivo examen de la obra del gran escritor argentino. Un profundo recorrido por su obra poética, su narrativa, su obra crítica y sus traducciones, incluyendo al final del libro la correspondencia que mantuvieron hasta la muerte del escritor.
Sobre “La poesía, un pensamiento auroral” explica Maturo: “La poesía ha sido la vía de mi búsqueda espiritual, búsqueda que se confunde con la vida misma; es también el medio familiar y amistoso en el cual me he movido siempre, acompañada por grandes poetas y maestros; y es, en fin, el centro de mis preocupaciones teóricas como docente e investigadora.” Y confiesa las dificultades.
“No ha sido fácil avanzar con una propuesta nacida de la poesía, y de su concepción como parte de un logos espiritual, en un medio universitario marcado por la ciencia del signo lingüístico y de los signos en general. Los poetas -no todos-, y algunos filósofos formados en la fenomenología, la vecindad de Heidegger o de María Zambrano, alentaron mi labor: destaco, entre muchos, el nombre de Héctor Délfor Mandrioni. Sin menosprecio de la ciencia, fui abriendo rumbos hacia la razón poética”.
Esta obra -que dedica a María Zambrano- es un importante paso entre los muchos que Graciela Maturo ha venido dando en su investigación y teorización de la palabra poética, teorización que es también un aporte al diálogo entre las culturas: “pensar poéticamente no es sólo pensar desde Occidente. Me apoyo en los poetas – explica la investigadora- me inspiro en sus hallazgos, los reconozco como los primeros teóricos y, a la vez, me descubro con ellos en lo abierto, frecuentando una lógica de opuestos que nos pone a cubierto de los extremismos; es preciso volcarse al pensamiento de la complejidad y, en última instancia, aceptar la inasible presencia del misterio.”
Con estas palabras, presenta Maturo una obra dedicada a leer a poetas argentinos, y al mismo tiempo a una fina teorización sobre el quehacer poético, que ha resistido a las transformaciones modernas de la cultura. En sus páginas se refiere a la poesía de Enrique Banchs, Marechal, Borges, Cortázar, entre otras figuras de la literatura argentina.
Así escribe
La razón poética
La filosofía occidental, tanto antigua como moderna, ha legitimado la razón poética. Los filósofos, que partieron del mito antes de proponerse el ejercicio autónomo de la razón, se plantearon tempranamente su relación con las fuentes míticas de la cultura, y ofrecieron diversos escorzos en la confrontación de estos dos universos mentales: razón (ciencia- lógica racional) y mito (poesía- símbolo). Lo que fue en la filosofía platónica el lugar del mito como instancia connatural al lenguaje y al pensamiento —pese al parcial rechazo expresado en el Libro II de la República— se convirtió en Aristóteles en una neta discriminación de campos disímiles, que alcanzaron su máxima distancia en la época de la Ilustración.
Tanto la filosofía racionalista, como por su parte el positivismo, relegaron al mito a la condición de ilustración alegórica de verdades que podían ser demostradas directamente, restándose validez a la imagen y a los lenguajes metafóricos. El mito fue considerado como un pensamiento infantil, balbuceante y confuso: era la etapa prelógica de la humanidad.
Sin embargo, al mismo tiempo desde la Antigüedad prosperó una postura filosófica distinta, que denunció continuamente las aporías de la razón logicista, la insuficiencia del lenguaje discursivo, y la necesidad de una razón ampliada, poética, vital, religiosa. Esta tradición, creadora de lazos permanentes entre razón y mito, alentó el desarrollo de las artes reconociéndolas como vías de conocimiento y autotransformación humana.
Asentado en los cultos iniciáticos de la antigua Grecia, este rumbo filosófico pasa por la mítica figura de Orfeo, antes de presentarse entramado con la ciencia y el filosofar racional en los presocráticos, así como en Pitágoras, Platón, Plotino, Dionisio y una vasta corriente reconocida en los tiempos del Renacimiento como humanismo. Más que una ciencia de desciframiento de textos, o suma de conocimientos filológicos, el humanismo del Renacimiento fue una filosofía integral, asentada en la doble facultad del hombre de razonar y de creer, descubrir el mundo por sus propias luces racionales y ser al mismo tiempo guiado por la luz del mito. Fe y razón se equilibraron en una cultura que hizo lugar al mito, la poesía y las artes, y expuso su doctrina tanto a través de tratados como de poemas, dramas y ficciones.
En pleno siglo de las Luces, que realizó la apoteosis de la Razón, se alzaron las voces de Giambattista Vico y Friedrich Schelling, peticionando una mayor atención al mito como vía fundante del conocimiento. Nietzsche llevó al extremo ese reclamo de una razón poética, relegada en el transcurso de la historia occidental.
Sin embargo hubo que esperar al siglo Veinte, con la revolución filosófica de la fenomenología para alcanzar la plena revalidación del mito que desde distintos ángulos realizaron pensadores europeos de disímil formación como Bergson, Husserl, Ernst Cassirer, Sigmund Freud, Carl G. Jung, Mircea Eliade, Van der Leew, Petazzoni, Heidegger, Ortega, Zubiri, Zambrano, Ricoeur, Gadamer, y asimismo escritores y filósofos americanos.
Sin duda no es ésta la única posición que toma la filosofía de la última mitad del siglo ante el mito. A partir de una parcial interpretación de la epojé fenomenológica, y del concepto de destrucción o deconstrucción utilizado por Heidegger, un grupo de filósofos que se titularon posmodernos declararon la abolición del mito, negando la cultura, el sentido y también el sujeto.
Con ello, inevitablemente cayeron en la negación de la historia como constructo de sustentación ético-mítica. Su gesto se transformó en clausura de un futuro posible para la humanidad, condenada a vivir el vaciamiento de los relatos-guías en un presente dominado por la cibernética. En las obras, ciertamente atractivas en algunos casos, que produjeron Michel Foucault, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Roland Barthes, Gilles Deleuze, y otros intelectuales a partir de los años 60, marcados por el descubrimiento del microchip, se dio por terminada la era del logos, la vigencia de los grandes relatos, en suma, el final del imperio del mito como núcleo semántico de la cultura y de la historia.
Tal ha sido la posmodernidad europea y norteamericana que irradió en las últimas décadas sobre nuestras universidades y medios intelectuales, en tanto una minoría humanista siguió mostrando su fidelidad a la herencia occidental, al clasicismo y a su propio contexto de cultura, incluyendo la cultura popular.
(Extraído de su libro “Palabra y símbolo”)