Un tema que siempre despertó curiosidad es el de conocer acerca de la vida privada del líder cubano. No es propósito de este ensayo abordar dicho tema, pues lo que nos interesa es indagar si fue un gobernante probo, abstracción hecha de su ideología y de su vida privada.
Ya hemos señalado que los gestores de la Revolución Cubana, como los de cualquier otro hecho histórico, no son demonios ni santos; son sencillamente hombres y, como tales, capaces de las acciones más nobles o de los procederes más repulsivos. En síntesis, indagar si quienes detentaron el poder, lo usaron en beneficio propio o al servicio del bien común. Por lo tanto la cuestión de fidelidades o traiciones amorosas u otros detalles de la vida privada de aquellos, no son motivo de nuestra preocupación. Sí, en cambio, cuando ese accionar es delictivo y afecta al erario público o a los intereses del país en el concierto de las naciones.
Con respecto a la honestidad de un hombre que manejó discrecionalmente su país durante media centuria, cabe esperar juicios favorables, calumnias o acusaciones serias respaldadas en hechos concretos. En el caso que nos ocupa, los mayores agravios son de naturaleza política y muchos menos sobre su actuación como administrador de los bienes del Estado.
Sobre este último aspecto, un reciente libro de un ex guardaespalda, relata aspectos poco conocidos sobre la vida de Fidel, en particular sobre el manejo de los dineros públicos. No hay sobre el particular una amplia bibliografía pero, sin lugar a dudas, circulan muchas acusaciones, que pueden ser veraces o no pero siempre que se ha tratado sobre la vida de Fidel, el énfasis se ha puesto sobre su quehacer político.
Castro ejerció el poder de una manera totalitaria y omnímoda, de manera pues que las acusaciones pueden tener cierto grado de verosimilitud. Claro que también pueden provenir de la campaña de desprestigio que sus acérrimos enemigos, los exiliados en Miami e incluso de organismos estatales como la CIA, pueden haber orquestado. Si se atentó contra su vida en numerosas oportunidades, con mayor razón no debe sorprender la calumnia, proveniente de aquellas mismas fuentes.
La conocida y supuestamente seria revista estadounidense Forbes, colocó a Fidel en sus acostumbrados ranking de las mayores fortunas del mundo, entre las diez primeras, junto a Isabel II, el príncipe Alberto de Mónaco y un dictador de Guinea.
Fidel reaccionó indignado ante lo que calificó de infames calumnias; el gobierno autócrata que lideró, con un manejo centralizado y dictatorial de los dineros del Estado, de las empresas nacionalizadas, etc. “Todo pasaba por sus manos; él llevaba el control de todo”. Además, debe computarse, asimismo, las importantes ayudas en efectivo de la Unión Soviética y más tarde de la República Bolivariana de Chávez. Recibía petróleo crudo de ambas fuentes a precios promocionales, parte del cual podía ser vendido en el mercado negro, etc.
Este ocultismo se presta a lógicas sospechas, cuando el manejo y el control recae en una sola persona, aunque ésta fuera la Madre Teresa.
Si bien esa posibilidad existe, hay que reconocer también que nunca hizo ostentación de lujo, consumismo u ostentación de ninguna naturaleza, como otras figuras de la “farándula política”, verbigracia Berlusconi, Menem, Cristina, etc.
Si bien es repudiable la corrupción y el latrocinio, sea cual fuere su monto, debemos convenir que comparados con los de la era Kirchner y su capitalismo de amigos, aquellos resultaban poco significativos.
Fidel Castro registra en propiedad numerosos bienes inmobiliarios y hasta un yate de 30 metros de eslora pero, al no existir mercado inmobiliario interno, dice el ex guardaespaldas, es difícil calcular su valor. Además, supone que debe poseer dinero en el exterior. Lo que sí es cierto, es que tales bienes no podrían haber sido adquiridos, como aseguró Fidel, con su módico sueldo de presidente de 900 pesos mensuales, equivalentes a unos 23 euros.
Intertanto no dispongamos de pruebas más sólidas, el mayor cargo que se le puede hacer es de naturaleza política y deriva de la falta de transparencia, de controles independientes, del juego de los tres poderes que pergeñó con gran sabiduría Montesquieu, del libre juego de la democracia partidaria, de elecciones libres, de una prensa que investigue y publique con absoluta libertad.
Esto no significa matar la Revolución Cubana ni restarle méritos a quien defendió el honor y la soberanía de su patria, sometida al más largo y amplio bloqueo económico, que produjo mucho dolor y sufrimiento en el pueblo cubano, sino admitir que aquélla ha llegado a su mayoría de edad y que se halla madura y apta para que en la isla perdure el auténtico espíritu revolucionario, con democracia y respeto por los derechos humanos, con los valores y la impronta que le imprimió su creador, quien dio su vida por ella, don José Martí.
Fidel tiene ahora la oportunidad de pasar al bronce de los grandes de la historia, y su hermano Raúl, de conducir el gobierno hacia la pluralidad política, despejando rumores y quizá infundadas acusaciones, nacidas al calor de la confrontación y de la falta de participación política.