¡Finalistas!

La Selección se clasificó para la definición de la Copa del Mundo y se enfrentará en la final con Alemania, igual que en 1990. El juego con Holanda terminó sin goles en los 90' y el suplementario; en los penales, el A

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Es tu destino, Argentina. Lucharás, podrán golpearte, y hasta caerte, pero ahí estás, levantándote. Siempre. Tenés derecho a esas lágrimas, emoción contenida, grito visceral, abrazo, disfonía, saltos, brazos que tocan el cielo, ojos que derraman gotas en celeste y blanco. Es así, esa celebración que nace en las entrañas de San Pablo, pero que se conecta desde Ushuaia hasta La Quiaca. Y vamos. Se puede. Ciento veinte minutos tensos. Dos posibilidades de quebrar el cero. Y los penales. Condensación de las tensiones. Y los penales. Y el cuatro a dos. Y entonces, esas remeras al vuelo, ese recorrido de jugadores alrededor de la cancha y esos hinchas en estado de éxtasis. Y no sólo aquí, en todo lugar donde haya argentinos. Y crece, también, esa imagen final imborrable de las tribunas con holandeses respetuosos y brasileños en retirada.

Deciles qué se siente. No te privés. Y vamos. Que hoy te pusiste los guantes de arquero, y fuiste Romero, enorme, sepultador de críticas previas, Romerito, el heredero de Goyco. Deciles qué se siente. No te prives. Que hoy raspaste el piso porque fuiste Mascherano, león eterno, suela de botín salvadora, chichones en la cabeza, golpes en todo el cuerpo, a lo Masche, el símbolo. Deciles qué se siente. No te privés. Que estamos de vuelta, después de veinticuatro años, como si el espíritu de Diego se encarnara en Leo. Deciles que se siente. No te prives. A quien quiera escucharlo. A quien quiera escucharte. Y quien quiera oír, que oiga.

Y fue así: sufrida y trabajosa victoria. De las que entran en la historia. De las que nos pusieron tensos hasta el segundo final. De las que sirven para que el sueño se expanda. De las que permiten volver a Río de Janeiro, el mismo lugar del punto de partida. De las que permiten la esperanza de un Maracanazo albiceleste. Sufrida y trabajosa victoria. A lo Argentina. No podía ser de otra forma. Es otra señal del destino. Con el sudor de tu frente. Como está escrito con tinta indeleble en otro capítulo de la leyenda que no cesa. Y será así. Siempre será así. Siempre.

La resignación de Holanda. El respeto para reconocer al vencedor. El saber perder también vale un triunfo. Es la deportividad. Que no sabe de pragmatismo. Qué va a saber. Si el fútbol no es una ciencia exacta. Acá uno más uno suman once. Y si ese color naranja viajará a Brasilia, lo hará empapando una camiseta que supo ofrecer sus armas para luchar con dignidad. Como en 1978, los festejos son ajenos. Sin embargo, vale ese reconocimiento. Si hasta su gente saludó a compañeros de tribuna vestidos con una camiseta a rayas. Te espera Brasil. Hay otra razón para no bajar los brazos.

Y ahí está. Se vendrá Alemania. El eterno candidato. El que lleva cuatro mundiales seguidos dentro de los cuatro primeros. El que se recompuso de la caída en el Azteca para sumar su tercera Copa del Mundo en Italia. El de los siete goles a la verde amarela. El equipo que parece perfecto, pero no lo fue tanto contra ghaneses y argelinos. El rival a vencer. El mismo del que de algo se puede estar seguro: hubiera preferido a sus vecinos holandeses antes que a esta combativa Selección.

De ajedrez, cual si fuera una partida en la que se calcula cada movimiento. Minimizar el margen de riesgo fue la premisa para los dos. Circulación del balón asegurándolo, sin importar que fuera hacia los laterales o para atrás. Nada que implicara un error. Dos, tres, cuatro toques y si era necesario, vuelta a empezar.

Argentina se sintió cómoda cuando apareció Enzo Pérez como un estandarte para encarar, sea cual fuere la banda que elegía. El mendocino se corporizó como un volante suelto, referente y descarga, en otra performance consagratoria, de las que convalidan su derecho a la titularidad. Entonces, Messi le dio juego, Rojo o Zabaleta también, Lavezzi e Higuain se le mostraron como eventuales receptores y allí se generó la primera ventaja en lo táctico sobre el antagonista.

Es cierto, no sirvió para marcar una clara diferencia sobre una defensa con dos líneas en continua rotación de nombres para ocupar alternativamente los puestos, bien al estilo Van Gaal. Sin embargo, Argentina fue levemente superior tanto en el tiempo reglamentario como en el suplementario y esa seguridad animó también a sumar hombres en zona de definiciones cuando Leo arrancaba en diagonal buscando la triangulación en corto, el pase filtrado o jugársela en la personal.

Holanda fue tan rígida en su estructura defensiva que mantuvo la idea base de su entrenador: tomar decisiones para ocupar los espacios. De Jong y Sneijder, según por donde se moviera, fueron la primera línea de contención sobre Messi. Kuyt, aquel punta que se transformó en volante de salida, y Wijnaldum trabajaron en relevos y en el primer pase hacia campo rival. Robben y Van Persie quedaron aprisionados entre Mascherano, Rojo y Garay, especialmente en el juego aéreo, y entonces se prefirió resguardarse antes que quedar expuesto a la contra albiceleste.

De las escasas situaciones en las cuales pudo haber desnivel, hay tres para rescatar: 1) Robben en posición de remate, el cual fue amortiguado por el heroico esfuerzo de Mascherano para desviarle el disparo a un par de minutos del final; 2) las flojas respuestas de Palacio y de Maxi Rodríguez, respectivamente, en dos pelotas que terminaron en las manos del arquero casi sin riesgo alguno.

Estaba escrito: desde los doce pasos se iba a resolver todo. Y ese todo fueron las dos tapadas de Romero, y ese todo fueron las ejecuciones precisas de Messi, Garay y Agüero, hasta que Maxi Rodríguez tuvo la gloria en su botín derecho...y esa red que se infla, y ese balón que descansa en el piso, y esos abrazos que tienen un efecto multiplicador, igual que ahora, con quien se tenga al lado, porque de éso se trata el fútbol: compartir emociones. Y a prepararse, entonces, que a esta película todavía le falta su mejor final: la Final.

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