¿Festejo, protesta o conmemoración?

¿Festejo, protesta o conmemoración?

El día de hoy me trae a reflexión varias cuestiones que deseo despejar. A mi entender, se conmemora en esta fecha -o sea, se recuerda- a las humildes operarias que se animaron a movilizarse para realizar las primeras acciones de mujeres trabajadoras organizadas contra la explotación a la que eran sometidas.

Desde mediados del siglo XIX, eran las mujeres -en amplia mayoría- las que trabajaban en el ámbito textil, con extenuantes jornadas de doce horas y pagas miserables. Laboraban abrumadoramente fuera de sus casas y luego continuaban con las tareas de sus hogares. Como protesta por sus derechos las mujeres organizaron manifestaciones. En una de ellas su consigna fue “Pan y rosas”: aspiraban a que sus necesidades fueran satisfechas en integridad (respeto a su salud física, psíquica, moral, espiritual e intelectual). La respuesta de la sociedad y de las autoridades fue ignorarlas o atacarlas por medio de la policía. Más grave resultó el hecho sucedido el 5 de marzo de 1909, día en que ciento cuarenta mujeres que luchaban por sus derechos -disminución de la jornada laboral, mejor paga y derecho a amamantar a sus hijos- murieron calcinadas en la fábrica textil donde trabajaban. La tragedia se produjo en una fábrica de Sirtwoot Cotton. Encerradas, sin poder escapar del siniestro, las llamas las liquidaron. El incendio fue atribuido al dueño de la fábrica, quien lo provocó como venganza por la huelga de las obreras.

Luego de varios episodios similares, en 1910, durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague (Dinamarca), a propuesta de Clara Zetkin (alemana), se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora (actualmente Día Internacional de la Mujer). La idea tuvo apoyo unánime de las más de cien mujeres que asistían en representación de diecisiete países. Se determinó esta fecha en homenaje a las valientes obreras que, con ejemplar coraje, propulsaron la igualdad de derechos (entre ellos el sufragio).

Para este 8 de marzo se ha propuesto un “parón laboral” en más de treinta países, por la igualdad para la mujeres y para detener la violencia machista. Se pretende además, explícitamente, dejar sentado que el trabajo doméstico es un real trabajo -duro, exigente, sin horarios, múltiple en tareas, preocupante y agotador- pero que la mujer cumple con sacrificio, dedicación, comprensión, amor indeclinable y ternura.

No creo en festejos por el Día de la Mujer, y no los promuevo. Desearía que la sociedad, en vez de entregar rosas en los comercios o restaurantes, y publicitar regalos y felicitaciones para las mujeres, se preocuparan en promocionar carteles o tarjetas que dijeran: “Respeten y protejan a sus hijas, hermanas, madres, esposas, novias, parejas, suegras, abuelas” o “Respeto y protección para todas las mujeres” o “No a la violencia contra la mujer” o “Iguales salarios para las mujeres en puestos similares con iguales responsabilidades y riesgos que tienen los hombres” o “Igualdades políticas, sociales, morales, financieras, económicas, religiosas, intelectuales para todas las mujeres del mundo”.

Lo digo sinceramente: no festejo nada durante el 8 de marzo. Recuerdo, simplemente. Hago memoria de asesinatos, masacres, discriminaciones, maltratos, acosos, abusos, castigos inhumanos, mutilaciones, desigualdades, menosprecios, desvalorizaciones, indignidades y deseo, con toda el alma, que algún día termine nuestro infierno. Ese infierno que comienza cuando nacemos mujeres, que tiñe nuestra infancia y adolescencia y que resquebraja nuestra madurez.

En la actualidad prima el mal ejemplo de dos representantes políticos de fuste: Trump y Putin, que van del brazo en deleznable misoginia y machismo irrazonable.

Los 8 de marzo, por la magia de la exacerbación que me transporta hacia una realidad intolerable, me vuelvo tábano de la conciencia de los torpes irresponsables que permiten, toleran y autorizan, por desidia e indiferencia, tantas desgracias. No festejo. Sigo en protesta y conmemoro.

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