La orden de Donald Trump de cerrar las puertas de Estados Unidos a los ciudadanos de Irak, Libia, Irán, Siria, Somalia, Sudán y Yemen, pese al provisorio freno de la justicia, ha provocado un auténtico terremoto a lo largo y ancho de Oriente Medio, una tierra en llamas donde la historia reciente ha alimentado recelos e incomprensión.
“Es una decisión catastrófica. Nuestras vidas están en peligro y necesitamos salir de este país”, lamentaba Ali Salah desde la castigada Bagdad en conversación con el diario español El Mundo.
Ali es uno de los miles de iraquíes que buscan desesperadamente poner tierra de por medio con un país arrasado por la violencia sectaria y las embestidas del Estado Islámico (EI) que florecieron desde la invasión estadounidense en 2003.
Desde el sábado y no obstante la acción del juez James Robart, la orden ejecutiva dictada por el flamante presidente cuelga de la Embajada estadounidense en Bagdad y el consulado en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí donde cientos de miles de seres han hallado refugio huyendo de los territorios bajo dominación de los yihadistas. Muchas familias están pendientes de las decisiones que se tomen en las próximas horas.