¿Es necesaria una vasta desigualdad?

¿Es necesaria una vasta desigualdad?

Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times - © 2016

¿Cuán ricos necesitamos ser? Esta no es una pregunta ociosa. Discutiblemente, es lo que constituye la política estadounidense sustancialmente. Los liberales quieren aumentar impuestos a altos ingresos y usar lo ganado para fortalecer la red de seguridad social; los conservadores quieren hacer lo contrario, alegando que las políticas de tasar a los ricos lastiman a todos al reducir los incentivos para crear riqueza.

Ahora, la experiencia reciente no ha sido amable con la posición conservadora. El presidente Barack Obama impulsó un sustancial aumento a las principales tasas fiscales, y su reforma del cuidado de salud fue la mayor expansión del estado asistencialista desde Lyndon B. Johnson. Confiadamente, los conservadores pronosticaron el desastre, justamente como lo hicieron cuando Bill Clinton aumentó impuestos al 1 por ciento superior. Más bien, Obama ha terminado presidiendo sobre el mejor crecimiento de empleos desde los años 90. Pero, ¿hay, acaso, un argumento a plazo más largo a favor de vasta desigualdad?

No le sorprenderá oír que muchos integrantes de la élite económica creen que lo hay. Tampoco le sorprenderá enterarse de que yo no estoy de acuerdo, que yo creo que la economía puede florecer con mucha menos concentración de ingresos y riqueza en la cima misma. Pero, ¿por qué creo eso?

Considero útil pensar en términos de tres modelos estilizados de donde pudiera venir la desigualdad extrema, con la verdadera economía involucrando elementos de los tres.

En primer lugar, podríamos tener descomunal desigualdad porque individuos varían enormemente en su productividad: algunas personas solo son capaces de hacer una contribución cientos o miles de veces mayor al promedio. Esta es la perspectiva expresada en un reviente ensayo citado ampliamente del capitalista emprendedor Paul Graham, y es popular en Silicon Valley: esto es, entre personas a las que les pagan cientos o miles de veces más que a trabajadores ordinarios.

En segundo, podríamos tener enorme desigualdad fundamentada mayormente en suerte. En el filme clásico "El tesoro de la sierra Madre", un viejo minero explica que el oro vale tanto - y aquellos que lo encuentran se vuelven ricos - gracias al trabajo de toda la gente que fue a buscar oro pero no lo encontró. De manera similar, pudiéramos tener una economía en la que aquellos que se sacan la lotería no son necesariamente más inteligentes o más trabajadores que aquéllos que no, sino que casualmente están en el lugar indicado a la hora correcta.

En tercer lugar, podríamos tener gran desigualdad fundamentada en poder: ejecutivos en grandes corporaciones que logran fijar su propia compensación, embaucadores financieros que se enriquecen con información privilegiada o reuniendo cuotas inmerecidas de inversionistas ingenuos.

Como dije, la verdadera economía contiene elementos de las tres historias. Sería imprudente negar que algunas personas, de hecho, son más productivas que el promedio. Sin embargo, sería igualmente una imprudencia negar que un gran éxito en negocios (o, efectivamente, cualquier otra cosa) tiene un firme elemento de suerte; no solo la suerte de ser el primero en tropezar con una idea o estrategia altamente lucrativa, sino también la suerte de nacer de los padres correctos.

Además, de la misma forma, el poder seguramente es un gran factor. En una lectura de alguien como Graham, se pudiera imaginar que los ricos de Estados Unidos son principalmente emprendedores. De hecho, el 0.1 por ciento superior consiste principalmente de ejecutivos de negocios, y si bien algunos de estos ejecutivos pudieran haber hecho sus fortunas siendo asociados con riesgosas empresas nuevas, más probablemente llegaron a donde están trepando por escaleras corporativas bien establecidas. Además, el aumento en los ingresos en la cima refleja en buena medida la disparada paga de altos ejecutivos, no las recompensas a la innovación.

Sin embargo, la verdadera pregunta, en cualquier caso, es si podemos redistribuir una parte del ingreso que actualmente va a los pocos de la élite hacia otros propósitos sin paralizar el progreso económico.

No digamos que la redistribución es inherentemente errónea. Incluso si altos ingresos reflejaran perfectamente la productividad, los resultados del mercado no son lo mismo que una justificación moral. Y dada la realidad de que la riqueza con frecuencia refleja ya sea suerte o poder, hay un fuerte argumento a esgrimirse por cobrar una parte de esa riqueza en impuestos y usarla para fortalecer a la sociedad en general, siempre que eso no destruya el incentivo de seguir creando más riqueza.

Además, no hay razón para creer que así lo haría. Históricamente, Estados Unidos logró su crecimiento más acelerado y progreso tecnológico en la historia durante los años 50 y 60, pese a tasas fiscales mucho mayores en la cima y desigualdad mucho más baja de la que tiene actualmente.

En el mundo actual, países de altos impuestos y baja desigualdad como Suecia son también altamente innovadores y hogar de muchas nuevas empresas. Esto puede deberse parcialmente a que una fuerte red de seguridad alienta la toma de riesgos: la gente podría estar dispuesta a buscar oro, incluso si una incursión exitosa no los vuelve tan ricos como antes, si saben que no morirán de hambre si regresan con las manos vacías.

Así que regresando a mi pregunta original, no, los ricos no tienen que ser tan ricos como lo son. La desigualdad es inevitable; no así la vasta desigualdad de Estados Unidos hoy día.

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