En un tono de confianza que acostumbra a usar cuando no se trata de declaraciones públicas que podrían comprometerlo, el eterno dirigente gastronómico Luis Barrionuevo explicó ante un grupo de amigos las razones por las cuales la CGT unificada estaría a punto de cometer un enorme error estratégico. “No hay clima para hacerle ahora un paro a Macri. Ni en el grueso de la sociedad, ni en la mayoría de los trabajadores”, afirmó.
La de Barrionuevo no es palabra santa, por cierto, pero lo interesante es que completó la idea diciendo que esa percepción no venía de una opinión subjetiva, sino de información que la mayoría de los gremios maneja en contacto con sus afiliados.
De ser así, el flamante triunvirato que conduce la central obrera tiene en sus manos no solamente el excepcional desafío de concretar o no la medida de fuerza, sino también de garantizar su éxito y a la vez evitar la ruptura de la unidad que se ha logrado.
Otras fuentes aseguran que también en la intimidad y por los mismos motivos, el camionero Hugo Moyano y el metalúrgico Antonio Caló desaconsejan la realización del paro general. Ambos siguen teniendo peso en la dirigencia y estarían evaluando que en el balance de los costos políticos que siempre se pagan con las medidas de fuerza, en este caso sería la representación del movimiento obrero y no el Gobierno el más perjudicado.
En la Casa Rosada hacen los mismos cálculos y al igual que entre los sindicalistas, hay halcones y palomas.
Los funcionarios más duros hasta sostienen que al Gobierno, luego de anunciar de manera oficial el bono de fin de año y la exención del impuesto a las Ganancias para los aguinaldos de determinados montos, le convendría la realización del paro. “Nos conviene tanto como las apariciones de Cristina Kirchner, porque la gente condena la intolerancia”, aseguran.
Las conveniencias
El sector más dialoguista del Gobierno, en cambio, prefiere mantener una buena relación con la CGT. La quieren integrada a una mesa junto con empresarios para definir políticas comunes cuando la economía esté normalizada. En ese caso, la resistencia gremial quedaría limitada a las dos versiones de la CTA y a las representaciones de la izquierda, sectores que por razones ideológicas jamás harán la paz con la presidencia de Mauricio Macri.
Lo que queda claro sobre este tema que se mantendrá hasta el miércoles próximo como uno de los ejes del debate público, es que las decisiones tanto del Gobierno como de la CGT no pasan solamente por huelga sí o huelga no. Hay detrás toda una compleja negociación que incluye los dineros de las obras sociales sindicales y, entre otras cuestiones, la modificación antes de fin de año de las escalas del impuesto a las Ganancias, un viejo reclamo de los trabajadores comprendidos en ese segmento tributario.
Sin tanta centralidad como la pulseada con los gremios, otros temas no tan coyunturales y más de fondo en lo político y económico caracterizaron a la semana que pasó. Aunque hay pequeños brotes verdes en algunos sectores, la reactivación sigue demorada, las inversiones no llegan como lo imaginaba el Gobierno y el blanqueo de capitales no resulta hasta ahora atractivo y probablemente tendrá que sufrir modificaciones en su normativa.
Lo que sí se puede exhibir como un logro es la baja de la inflación que, al menos, evita por un tiempo un mayor deterioro salarial. La macroeconomía está sufriendo una transformación importante, cuyos resultados se verán más adelante, siempre y cuando la dirección de los cambios sea la correcta y el contexto internacional comience a ser más favorable.
Los cruces
Respaldado por encuestas que todavía indican una prolongación importante de la confianza en Macri, el Gobierno tiene en el terreno político un cuadro positivo, a pesar de los reiterados errores no forzados que comete. Quizás uno de sus mayores problemas sea la resolución de su interna, que no sólo se agita con el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió, sino también dentro del Pro.
El armado en la provincia de Buenos Aires para lograr gobernabilidad primero, y luego para enfrentar el año electoral que se viene, ha creado antagonismos inimaginables hasta hace poco. Cuentan en los pasillos de la Cámara de Diputados que el presidente del cuerpo, Emilio Monzó, uno de los artífices del triunfo presidencial de Macri, ha dicho de manera reservada que María Eugenia Vidal “es Scioli con polleras”. Hasta ese punto llega su malestar por haber sido prácticamente excluido de los acuerdos en territorio bonaerense, de donde él proviene.
En algunos despachos de la Casa Rosada Monzó está sospechado de facilitarle el crecimiento político a Sergio Massa, situación que enturbia las relaciones dentro de Cambiemos. De todos modos, integra la mesa de la coalición y sigue participando del grupo de consulta del Presidente, pero las tensiones van en aumento.
La peor situación interna, sin embargo, se advierte en el peronismo. Los intentos de José Luis Gioja de encabezar un proceso de unidad incluyendo al kirchnerismo, hasta ahora han fracasado. Varios de los gobernadores que propusieron al sanjuanino han comenzado a arrepentirse y se vuelcan a la idea de reconstruir el peronismo sin vestigios de la influencia kirchnerista liderada por Cristina Fernández.
Más todavía cuando la ex presidenta se muestra siempre dispuesta a dinamitar cualquier posibilidad de éxito para el gobierno de Macri, que por efecto arrastre involucra al conjunto de los gobernadores, peronistas o no.