Cinco años consecutivos de crisis hídrica. Un proceso de retracción de glaciares sin precedente. Tormentas de granizo, aluviones y eventos climáticos extremos que tienden a agudizarse. El panorama se presenta apocalíptico, pero el científico local Ricardo Villalba confía en las “medidas de adaptación” que pongan en juego los mendocinos. “Somos gente de desierto, lo hemos transformado en un oasis, pero damos dos pasos y estamos en el desierto. Todo dependerá del uso eficiente que hagamos del agua de ahora en más”, dijo.
Este referente de América del Sur en estudios sobre calentamiento global -que incluso ganó un Nobel de la Paz junto al equipo que integra en la ONU- es uno de los cien científicos que los últimos días se reunieron en Vista Flores para debatir sobre las realidades de los desiertos del hemisferio Sur. Qué procesos enfrentan hoy, cómo la gente fue ocupando estos territorios áridos a lo largo de la historia, los desafíos para mejorar la calidad de vida fueron algunos puntos que abordaron especialistas australianos, sudafricanos y latinoamericanos.
Parte de la información que compartió Villalba con sus pares se basa en sus investigaciones actuales. Entre ellas, un estudio sobre los cambios en las precipitaciones de los últimos mil años en la región, usando como registro los anillos de árboles de bosques autóctonos. “Si llueve mucho en un período, el árbol crece mucho. Si llueve poco, el anillo es más finito. Estudiamos si lo que vivimos hoy ocurrió pocas veces en el pasado o no tiene precedente”, explicó contagiando su entusiasmo.
-¿Qué diferencia a los desiertos de América Latina?
-A diferencia de la mayoría de los del mundo, que están distribuidos de una forma este-oeste, los desiertos de América del Sur se extienden a lo largo de la llamada diagonal árida sudamericana, que nace en un océano y termina en otro. Empieza en la costa pacífica sur de Ecuador y atraviesa la cordillera de Los Andes a la altura de San Juan y Mendoza para terminar en la zona patagónica.
-¿Eso le imprime alguna dinámica?
-Le aporta una gran variedad climatológica. Aquí hay que rescatar el papel clave que juega la cordillera de Los Andes, moderando la circulación atmosférica, regulando la entrada de aire húmedo. Entonces en la cuenca amazónica, la cordillera frena el transporte de humedad hacia el oeste y es al revés en el sur.
-¿Cómo influyó la acción del hombre en los desiertos?
-Obviamente, con el manejo del agua. En cada lugar, el hombre se ha adaptado en base a la oferta de agua que le da el sistema y en base a ello se han creado formas distintas de vida. Y en función de la variabilidad de la diferencia climática, hay distintos tipos de actividades.
-¿Cómo lo hizo Mendoza?
-Nuestra provincia tiene un 4% de su superficie cultivada, el 96% restante es sólo desierto. Que no tengamos más áreas cutivadas está mostrando que no tenemos más agua. En la cuenca del Río Mendoza ya están todos los derechos de agua otorgados. Ya no hay tierra con derecho a agua que se pueda comprar en este momento. Lo que significa que el agua ya está distribuida. Este recurso define el desarrollo.
-Entonces, ¿no hay chances de ampliar el oasis?
-La única es aumentar la eficiencia en el uso del recurso. La agricultura se lleva entre el 80 y el 85% del agua que baja de nuestros ríos. En general, de cien litros destinados para cultivos sólo se aprovecha el 40%. El resto se nos pierde por la mala calidad de los sistemas de conducción y regadío. Si pudiéramos aprovechar el 80%, podríamos duplicar la eficiencia y la superficie cultivada.
-¿Hay experiencias de otros lugares que nos puedan servir?
-Algunos países han avanzado en una jardinería basada en plantas nativas, que no hay que regar. Todos queremos tener un pulmoncito verde en la casa, pero podríamos ir incorporando esta alternativa de plantas xerófilas, que además son preciosas.
-¿Cuáles son los desafíos?
-Primero reconocer que somos aguadependientes. Que ese agua viene de la montaña y no nos podemos dar el lujo de que esos recursos hídricos sean afectados por ningún otro tipo de actividad. Es importante reconocer que la cordillera cumple una función clave. Que los glaciares representan menos del 1% de la superficie provincial y que hay un 99 % que se puede utilizar pero que depende de ese 1%. Respetemos ese 1%.
-¿Se puede evitar la retracción de los glaciares?
-Es un proceso natural, producto del calentamiento global, en el cual nosotros como personas podemos hacer muy poco. Por eso no podemos darnos el lujo de contaminar lo poco que hay. Nuestra reserva hídrica estratégica está disminuyendo en el tiempo, de forma más rápida de lo que hay registros históricos.
-También ocurre con los eventos climáticos.
-Todo se asocia a una atmósfera mucho más caliente, más dinámica. Allí tenemos a los famosos eventos climáticos extremos, las tormentas convectivas.
-Entonces, ¿no es algo cíclico?
-No. Es una cuestión que se va a ir agudizando a medida que no tengamos la capacidad de ir reduciendo las emisiones de gases invernadero, a medida que sigamos quemando petróleo, que sigamos deforestando a escala global. La situación va a ser crítica y como región deberíamos estudiar cómo vamos a ser más eficientes con el agua, cómo mitigamos el efecto de tormentas desfavorables como granizo, aluviones, etc.
-La sequía que viene de hace 5 años, ¿también se agudizará?
-Desde que Irrigación comenzó a registrar las lluvias, en 1951, es la primera vez que tenemos cinco años consecutivos con precipitaciones por debajo de la media. Esperamos que esto se revierta, porque el ambiente en las zonas desérticas es enormemente variable. Pero hay una tendencia clara.
-¿Los gobiernos valoran los aportes de la ciencia?
-La comunidad científica hace el esfuerzo por poner a disposición de los tomadores de decisión la información que produce, pero también el gobierno debe tener a su equipo técnico con la capacidad de utilizar esos aportes. Si no está la capacidad de trabajarla y aplicarla no sirve de nada.
Un centenar de científicos en el Valle de Uco
Después de seis años, científicos de todo el mundo se reunieron en Tunuyán a debatir sobre las problemáticas que atañen a los desiertos del Hemisferio Sur. Hace dos años que los investigadores mendocinos vienen organizando la cuarta conferencia de este encuentro, que nació en 2003 en Canberra, capital australiana.
Exponiendo una gran camaradería, compartiendo investigaciones entre copas de malbec y con el marco inigualable de la cordillera y viñedos del Valle de Uco, una centena de científicos de todo el mundo vivió una semana intensa de conocimientos en el hotel Fuentemayor, de Vista Flores.
Después, las ponencias allí compartidas se convertirán en publicaciones en libros y artículos de revistas científicas. “Todos los temas han estado interesantes. Aunque la comunidad científica está en permanente diálogo epistemológico, aquí se compartieron los últimos avances, los datos actualizados, algunos recién relevados del campo”, apuntó Valeria Cortegoso, licenciada en Historia y doctora en Ciencias Naturales-Antropología. La investigadora integra el equipo del Laboratorio de Paleoecología Humana de la UNCuyo, que desde hace dos años estuvo organizando el congreso internacional.