“Disfruto mucho cuando escribo”

Federica Pohl demostró sus habilidades literarias en la última edición de la Beca Dr. Adolfo Calle. La exalumna de la Tomás Alva Edison cursa en el CUC.

“Disfruto mucho cuando escribo”
“Disfruto mucho cuando escribo”

Federica Pohl (13) siempre fue una niña prodigio. De hecho, sus padres recuerdan (con el pecho inflado de emoción y orgullo) que aprendió a leer cuando tenía tres años y ella misma confiesa que le “encanta” leer y le “gusta mucho” escribir.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, quizás no sorprenda mucho que Fede, quien cursa la secundaria en el Colegio Universitario Central, sea la ganadora de la beca Dr. Adolfo Calle, que entrega Diario Los Andes para destacar las capacidades literarias, creativas e imaginativas de los estudiantes mendocinos. Sin embargo, para ella y su familia fue una inmensa y agradable sorpresa.

“Mi mamá me propuso que participara y como a mí siempre me gustó escribir y leer, decidí hacerlo. El tema sobre el que escribí fue el bullying y fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando nos dieron la idea que tenía que ser disparadora: ‘Siempre recordé esa frase’.

De inmediato asocié la frase al bullying. Me enteré de que había ganado la beca cuando volví del colegio y me emocioné mucho”, contó la niña en compañía de su familia en su casa de Guaymallén.

Hasta el año pasado, Fede iba a la escuela Tomás Alva Edison, donde le inculcaron -y muy bien- el amor por la literatura y la escritura. “Me gusta mucho escribir. No soy de hacerlo mucho, pero disfruto cuando lo hago”, contó la adolescente. Casi de inmediato su papá, Alejandro Pohl, acotó: “Cuando le pedían en el colegio que escribiera una redacción, la maestra esperaba que le llevara una hoja. ¡Y ella le llevaba siete!”.

Entre las cosas que le gusta hacer, enumera algunas como escuchar música y leer. “Escucho rock y pop y la mayoría de las bandas que escucho son en inglés. Para leer me gustan mucho los libros juveniles y las sagas. Además salgo con amigas y vamos mucho al cine”, dijo Fede, quien si bien aún no está muy convencida, se ve estudiando una carrera universitaria más vinculada a las Ciencias Naturales. De hecho, ésa es la modalidad que ha elegido en el CUC.

“Lo bueno de leer es que te lleva a otros mundos, te saca de la realidad de siempre y te permite vivir en otras personas. Mis compañeras también son de leer mucho y nos prestamos los libros entre nosotras”, continuó la ganadora de la beca, quien no quiso dejar de recordar a dos docentes en especial que le incentivaron los hábitos de la lectura y la escritura: la “seño” Ana María (de segundo grado, cuando aún iba al Normal) y el “profe” Darío (de tercer grado, ya en la Edison).

“La base de la escuela y el sello de los profesores han sido fundamentales. Lo bueno es que Fede hace un balance en su vida entre la amistad, las nuevas tecnologías y la lectura. No es que esté todo el día leyendo sino que dedica tiempo a estar en la compu, en el Facebook y con sus amigas”, agregó Silvina Giudici, madre de la joven ganadora.

Sorprendidos y orgullosos

Los padres definen a su hija mayor como una "máquina de mascar libros", costumbre que adoptó de pequeña.
"De chiquitita los abuelos le regalaban muchos libros y ella también los exigía. La verdad es que sentí una emoción enorme, porque no tenía muchas expectativas.Yo quería que participara y tuviera esa experiencia, pero cuando me dijeron que habían elegido su trabajo, me sentí más ancho aún de lo que ya me sentía", contó Alejandro.

Por su parte, la madre indicó que la posibilidad de participar de la beca era aprovechar una oportunidad de reconocer sus logros de la primaria y el buen promedio que tenía (fue abanderada en la escuela Edison). “Nos emocionamos mucho. Es un logro por el esfuerzo, un reconocimiento a los maestros que la influenciaron y a los abuelos que fomentaron el hábito de la lectura”, sentenció Silvina.

Siempre recordó esa frase

La brisa resoplaba por las calles de la ciudad enfriando, un poco, el clima de esa mañana de verano. 
Clara observaba las hojas moverse desde la ventana de su habitación. La abrió, dejando que la frescura la invadiera, haciendo volar sus negros cabellos. Llevaba puesto el uniforme de su colegio. Tenía que emprender su viaje hasta allí. Con un suspiro de tristeza salió de su cuarto y subió, mochila en hombro, al auto de su padre, que la llevaría a destino.

Las horas pasaban y Clara se sentía abrumada por su soledad. No era una sorpresa que no le agradaba ir a clases. 
Ella no entendía por qué, pero sus compañeros la dejaban de lado. Era una buena chica, agradable, y tenía su lado divertido pero, aún así, los chicos la molestaban y se burlaban de ella, continuamente.

El ruido del timbre resonó en los oídos de todos. La mayoría se veía feliz por los minutos siguientes de recreo. Pero Clara, no. Trató de quedarse dentro del aula, pero sabía que los profesores no la dejarían. Tenía que salir de la seguridad del salón. Abrazando su cuaderno y con la mirada gacha dirigió sus pasos hacia el patio. Se sentó en una esquina alejada y comenzó a dibujar. Solía hacer eso: descargar sus sentimientos en las páginas vacías dejando que su mente viajara a un lugar mejor.

Tan perdida en sus pensamientos se hallaba, que no se dio cuenta de ese grupo que se acercaba, hasta que estuvo frente de ella. Levantó la mirada con susto, apurándose a cerrar el cuaderno y levantarse para irse de allí. Pero Julieta y sus amigas no permitirían que la morocha huyera. Una de ellas empujó a Clara hacia atrás, encerrándola, sin posibilidad de escapar.

Entonces, otra intentó quitarle su cuaderno. Forcejearon durante unos momentos, pero la 
muchacha era mucho más fuerte que Clara, y sus súplicas no servían para mucho más que para ganarse otro golpe. Julieta tomó el cuaderno y las demás jóvenes se reunieron alrededor de ella, observando los dibujos que ahí había. 
Soltando risas y burlándose, los arrancaron de su lugar, destrozándolos en pequeños pedazos que eran pisoteados o el viento se llevaba. La pobre chica recogió los trozos de su único amigo, entre sollozos. Las demás se alejaron, sin dejar de comentar lo ocurrido, como si fuera divertido. Julieta volvió hacia Clara con una sonrisa de autosuficiencia:

-¿Te cuento una cosa?- dijo, acercándose- Jamás tendrás un amigo - susurró para, luego, correr hacia el grupo, que la esperaba con ansias.
Clara se deslizó con la espalda en la pared, hasta quedar sentada en el suelo de nuevo, con los destrozados papelitos en su regazo. Cubrió su cara con las manos, permitiéndose llorar por lo ocurrido.

Más pisadas resonaron a su lado y Clara se secó las lágrimas, preparada para otro ataque. Aunque, quien estaba frente de ella no era Julieta sino una chica menuda de cabellos castaños rojizos y ojos marrones que, si no se equivocaba, llevaba por nombre Marisa. Esa chica había estado mirando el episodio desde lejos y Clara estaba segura de que, de vez en cuando, la observaba en clases. De seguro, sería para reírse de ella. Cuando la pelirroja se agachó y colocó una mano sobre el hombro de la chica llorosa, se estremeció, esperando un golpe. Pero, simplemente, la tocó, como una muestra de afecto.

-¿Estás bien?- preguntó Marisa, en tono dulce.
-No- respondió.

Y, por alguna razón sintió la confianza para contarle todo a la chica: sus problemas, sus golpes, las burlas y la soledad, por primera vez. Cuando terminó, Marisa le dedicó una pequeña sonrisa, antes de hablar.
-Te prometo que no estarás sola nunca más.

Y Clara supo que era cierto. Nunca hubiera imaginado que su vida cambiaría ese día. Ahora podía decir que tenía una amiga. Ése fue un momento que jamás olvidará pero, sobre todo, siempre recordó esa frase de esperanza que Marisa le otorgó. / Federica Pohl

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