La geografía del imponente paisaje que rodea al Juan Gilberto Funes de la ciudad de La Punta era la antítesis de los que estaba ocurriendo adentro de la cancha. La cautela estaba venciendo por goleada a la audacia y ni Estudiantes ni Independiente podían dar tres pases seguidos.
La (pobre) pelota andaba más por el aire que en los pies de algún rebelde que fuera capaz de sacarse dos jugadores de encima y ensayar algún remate al arco. La tarde se encaminaba para un cero para los dos.
Pero el señor destino suele asomar cuando menos se lo espera. Y ahí, más que nunca, el fútbol se convierte en la dinámica de lo impensado.
Cualquier análisis, por más profundo que precie de serlo, es difícil de explicar sin comenzar por ese increíble final en el que un defensor metió la mano, el viento le jugó a favor al posterior tiro libre de González, el arquero rival se quedó corto en el rechazo, el balón pegó en el travesaño y encontró (o buscó, vaya a saber por qué) la cabeza de Tarragona. Un pleno para la Lepra. De otro partido…
Independiente, que nunca en la tarde le había encontrado la vuelta al pleito (salvo en esos primeros 20 minutos en los que se paró en campo rival y contó con situaciones como para abrir el marcador) jugaba a la ruleta rusa con su futuro.
Y a Estudiantes, que el empate le sentaba mejor, se ponía verde de la bronca por los polémicos goles anulados de Pablo Dóvalo (los dos del complemento son correctos), no le quedaba otra que clavar la mirada fija en el suelo pensando en que había sido un guiño en contra de la diosa fortuna.
La determinación con la que Independiente apoyó los tapones en el verde césped del Funes se diluyó con la misma facilidad con la que Diego Cardozo encontraba espacios a la espalda de Curima. Fueron veinte minutos iniciales muy buenos de la Lepra, que tuvo en los pies de Tarragona la situación más clara del Azul pero Lupardo, primero, y Sosa, después, conjuraron lo que iba a ser el primero del Azul.
Bastó que Estudiantes aplicara parte de lo ideado por el Turco Asad en su plan de partido. Con Acuña por derecha y Cuello por izquierda, el Verde insinuaba cierta verticalidad por las bandas. Obligado por las circunstancias de un rival que proponía constantemente dividir el balón para apostar por la segunda jugada, la Lepra retrocedió y el trámite se ensució.
Tarragona quedó aislado del resto y Estudiantes lastimó con dos jugadas de balón detenido. En ambas falló el cálculo de Aracena y en el Azul se salvó de milagro. Primero, Montero fue el ángel guardián del "1". Acto seguido, Dóvalo percibió un offside (¿y falta?) de Moreira Aldana cuando el asistente Altavista ya había levantado para convalidar y luego se arrepintió.
A pesar de haber protagonizado otras dos acciones (goles -bien- anulados a Felice y un claro penal de Yeimar sobre Moreira Aldana no cobrado) Estudiantes no fue mucho más que eso. Jamás dominó el partido. Típico equipo de la divisional, jugó a forzar el error. Pero como Independiente ya no soltaba con tanta asiduidad a sus volantes externos, Tarragona jugaba al Llanero Solitario.
Tarra es un delantero acostumbrado a pelear contra toda la defensa rival y a exigir a los contrarios con su despliegue. Su primer cambio evidenció su postura: sacó a Disanto y puso a Irañeta. Nacho parecía más apto para jugar a atacar los espacios que pudiera dejar el Verde en el fondo.
Metió un volantazo, arriesgó un más, cuando faltando 13 minutos hizo ingresar a Gautier y sacó a Cerutti. Ahí intentó rodear al ex Juventud Unida de San Luis, Peor es nada... Sin embargo, la Lepra nunca lo fue a buscar con la decisión que requería la contienda.
Era un cero para los dos. Pero Tarragol usó la cabeza y la Lepra se llevó de San Luis un triunfazo de la punta madre, que encima, lo dejó a 8 de los que pelean el segundo ascenso.
