La historia de la Argentina nos pone frente a la triste realidad de que, desde nuestros comienzos, nunca pudimos ponernos de acuerdo ante las decisiones políticas que nos involucran y debieran buscar el bien de todos y no de una facción, sea ésta mayoritaria o impuesta por la fuerza.
Ni la república ni el federalismo han arraigado en nuestro suelo. La Organización Nacional tuvo que esperar que transcurriesen casi cuatro décadas, entre la independencia y el año 1854, para que las armas cedieran -en parte- su lugar a las palabras.
Es bueno hacer este ejercicio de memoria de nuestros orígenes como país para entender lo que hoy vivimos; para aprender, para no cometer los mismos errores y para mejorar nuestra convivencia ciudadana.
Se suele decir, mejor dicho: los que aspiran a cargos políticos -desde los distintos partidos- sientan cátedra diciendo "somos adversarios y no enemigos". La realidad, en la mayoría de los casos, se encarga de desmentir esa afirmación. De lo contrario, ¿cómo se explica tanta violencia verbal y, a veces, material y de hecho?
Para mí, este es el mal argentino por excelencia. Que no es fruto del destino sino de nuestra incapacidad, egoísmo y mala fe.
Permítanme recordar, al respecto, algunas frases célebres del, también célebre, Tato Bores: “(...) compraba una vaquita, la dejaba sola en medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas... Créame, lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hdp sembró un almácigo de boludos y a la plaga no la pudimos parar ni con DDT. Aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hdp que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hdp”. Es muy duro volver a escribir y leer esto. Pero, infelizmente sigue siendo realidad.
El país sigue empecinado en fabricar divisiones. Se divide entre quienes quieren ver todo reducido al partido (¡bien de parte!) al que pertenecen y del que son voceros, y quienes se consideran representar a la mayoría (en realidad, primera minoría) y no a una fracción de la ciudadanía. Nada se puede esperar de alguien, o de algunos, que no se deciden a dejar de confundir “lo que representan” con lo que hoy “la Argentina necesita”.
La palabra y los hechos de los “partidos o sectores” son legítimos en la medida en que buscan los consensos necesarios para el mejor bien posible “del todo”, en la medida en que superan sus propuestas mediante la integración con las otras opiniones. Tanto el oficialismo como la oposición siempre se han considerado dueños de la verdad. Haciendo esto, abortan la posibilidad de que seamos una Nación y no un conjunto de grupos dispersos.
En mi nota anterior, hacía referencia al diálogo necesario para sentar las bases buenas de toda ciudadanía y de toda democracia.
A la vez que explicitaba que "diálogo" es mucho más que palabras y que el mismo se verifica en las actitudes y en los hechos. "No hay peor sordo que el que no quiere oír", dicen por allí.
Parecería que estamos empecinados en no entender que “el todo” (la República) es mayor y mejor que “las partes” (los ciudadanos agrupados en partidos) y que ese todo -por derecho y por hecho- nos debe contener a todos. Sin respeto irrestricto a la Constitución y a las Leyes, ninguna sociedad puede subsistir y estará siempre al borde del abismo.
María Elena Walsh se siente feliz de que corone esta reflexión con algunos de sus lúcidos y premonitorios versos: “Porque el camino es árido y desalienta/ Porque tenemos miedo de andar a tientas/ Porque esperando a solas poco se alcanza/ Valen más dos temores que una esperanza. (...) Porque la vida es poca la muerte mucha/ Porque no hay guerra pero sigue la lucha/ Siempre nos separaron los que dominan/ Pero sabemos que, hoy, eso termina/ ¡Dame la mano y vamos ya!”
De cara a la celebración del Bicentenario de la Declaración de nuestra Independencia -que debe ser bastante más que actos conmemorativos, declaraciones, renombres de edificios o calles y festivales- estamos históricamente desafiados a construir una mejor y mayor democracia para sentirnos agradecidos y orgullosos de la Patria-Matria que nos cobija.