¡Crear o morir!

¡Crear o morir!

Como educadora preocupada y ocupada por la realidad que nos toca vivir en contextos argentinos, en el lapso de una semana viví dos experiencias contrapuestas.

Por un lado, lo que está sucediendo en nuestras escuelas públicas, al tener la oportunidad de visitar dos escuelas primarias, con superpoblación de alumnos por deficiencias edilicias de escuelas que han debido cerrar por esta causa y, por otro, leer el reciente libro de Andrés Oppenheimer: “¡Crear o morir!: La esperanza de América Latina y las cinco claves de la innovación”. Ed. Debate. Bs. As. 2015.

Se trata de una investigación periodística de los principales centros de investigación y producción tecnológica, especialmente los situados en Sillicon Valley, considerada la capital mundial de la innovación, en Palo Alto, California.

Es evidente que el mundo avanza exponencialmente en materia científica y tecnológica; entramos en la era de la comunicación y el conocimiento. El relato que realiza el autor es de una prospectiva escalofriante: las impresoras 3D, que permitirán la manufactura casera de cualquier objeto, los productos de la robótica, las lentes inteligentes como Google glas, los drones y sus múltiples utilizaciones, los aviones no tripulados, los autos sin conductor. El impacto del “internet de las cosas” con los microchip de múltiples aplicaciones, los soportes técnicos de la cibermedicina, etc.

La educación será personalizada en la “flipped schools” o “escuelas al revés”, en las que en lugar de que los alumnos vayan a la escuela a estudiar y realicen sus deberes en la casa, estudiarán en la casa -con videos y programas interactivos- y luego harán sus tareas en la escuelas trabajando en equipo con sus compañeros y el asesoramiento de sus maestros.

The New York Times señala que casi todos los expertos están de acuerdo con que la estrategia de invertir las clases funciona. Desde el 2008, la Khan Academy, una empresa sin fines de lucro, ofrece videos gratuitos, en 28 idiomas a más de 10.000 estudiantes por mes.

El atraso de América Latina es apabullante si consideramos diversas estadísticas: no hay ninguna universidad latinoamericana entre las 100 primeras universidades del mundo. En ninguno de los tres ránkings internacionales que miden, entre otras cosas, el porcentaje de profesores que tienen doctorados, trabajos publicados, patentes registradas, las universidades latinoamericanas comienzan a aparecer detrás del número 100, entre ellas, se mencionan la Universidad de San Pablo, Brasil, y la UBA de Buenos Aires.

En cambio, en el ránking de Educación Superior, aparece San Pablo entre las instituciones agrupadas en los puestos 226 y 250. En el tercer ránking, realizado por la Universidad de Jiao Tog de Shangai, conocido como ránking QS, de las mejores universidades del mundo, la Universidad de San Pablo figura entre las agrupadas entre los puestos 101 y 150, mientras que la Universidad Autónoma de México (UNAM) y la de Buenos Aires (UBA) en el grupo de 151 y 200. Ni qué decir de los resultados ya conocidos de los test PISA, en los que la Argentina ocupó el puesto 59.

Según la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología en América Latina, 63% de egresados pertenecen a carreras de ciencias sociales y humanidades, 18% en ingeniería, ciencias exactas y naturales y el resto en medicina, agricultura y otras disciplinas. En nuestro país, este panorama es también el resultado de la poca inversión estatal en investigación y la escasa inversión en investigación de empresas privadas.

Desde nuestras observaciones, sobre las carreras de ingeniería advertimos la necesidad de actualización curricular continua, de considerar los tiempos de cursado, pues es común que nuestros estudiantes tarden más de cinco años en recibirse, generalmente lo hacen en una edad que oscila entre los 25 y 28 años. Al recibirse deben reciclar los conocimientos, habida cuenta de que los mismos cambian ahora con una velocidad impensable en las últimas décadas.

El desarrollo de la creatividad comienza desde muy temprano en los niños, aptitud que es necesario lograr con estrategias que le permitan vivencias, descubrimientos, nuevas respuestas, imaginación y fantasía. También reconocer sus logros y resignificar los fracasos como posibilidades de nuevas experiencias o habilidades.

Las instituciones escolares y las personas deberán reinventarse y participar de una nueva cultura de la innovación para estar mejor preparadas para lo que viene en estos escenarios complejos y cambiantes. Para lograr esta situación es necesario que los gobiernos y los encargados de gestionar instituciones deroguen leyes y reglamentos que matan la innovación, igual que la burocratización de las mismas.

Otra observación de Oppenheimer: “Los países no competirán por territorios sino por talentos”.

Volvamos al inicio de mi nota: ¿podrán nuestras escuelas públicas, con poblaciones escolares vulnerables por falta de alimentación sana, de recursos materiales, de docentes mal retribuidos, en escenarios de temor y violencia, con escasa formación de calidad, con las desigualdades económicas de las posibilidades de los alumnos que asisten a instituciones privadas iniciar el lento camino hacia ese mundo que hoy vivenciamos, desde estas realidades como los cuentos de Julio Verne?

Hay autores que nos devuelven la esperanza de que es posible y necesario recuperar los tiempos perdidos por el verticalismo y autoritarismo de nuestro sistema educativo, verdadera traba para el desarrollo de la creatividad. Entre ellos, quiero mencionar a sir Ken Robinson, notable experto mundial en desarrollo de potencial humano y creatividad, quien nos dice que la creatividad es el “proceso de tener ideas originales que tengan valor. Se podría decir que la creatividad es imaginación aplicada” (El Elemento. Argentina. 2014).

Atreverse a ser un docente innovador requiere una base de conocimientos que nos abran el horizonte de posibilidades que el mundo ofrece a quienes tienen la voluntad de descubrirlas y comunicarlas, saltando riesgos y obstáculos con valentía y vocación. Por eso, casi todos los autores de la creatividad coinciden en afirmar que el centro de esta cuestión está en la gente, en nosotros mismos, en el concepto que tengamos sobre libertad y responsabilidad. Y que se puede avanzar, lentamente, pero avanzar.


Elia Ana Bianchi Zizzias 
Educadora. zizziaseducar@gmail.com

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