Cuando Pedro mira, lo hace con el corazón. Como El Principito, encuentra lo invisible del mundo cotidiano y lo comparte, a su manera. Tiene cinco años Pedro, y un diagnóstico de tres letras que lo vuelve distinto a todos los (nos)otros distintos: TGD. La sigla significa Trastorno Generalizado del Desarrollo y consiste en una problemática neurológica que afecta áreas como la comunicación y el lenguaje; la socialización; y la imaginación e intereses. Lo que antes se denominaba sintéticamente autismo.
“Cuando te enterás de que tu hijo tiene TGD hay tanto por hacer que no podés parar”, cuenta Paula Boscaroli, mamá de Pedro y de cinco hijos más (Camila, Tomás, Valentina, Abril –melliza de Pedro– y Juan Martin). El desarrollo del nene fue “normal” hasta el año y medio, cuando comenzó a perder habilidades que había adquirido. Dejó de responder a su nombre, no fijaba la vista en otras personas, caminaba en puntas de pie, lloraba o se reía demasiado. Con esos síntomas, hubo muchas consultas médicas y una larga serie de exámenes clínicos para descartar cualquier enfermedad. Cuando Pedro tenía dos años y medio, se confirmó el TGD.
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