El cambio real, ahora sí, vino para quedarse por un largo tiempo. La transición de un cambio sociocultural profundo, es uno de los escenarios más complejos y difíciles para vivir, porque la indefinición, los errores, la ambigüedad, las acciones contradictorias, las resistencias fuertes, son un lugar común, al enfrentarse dos realidades: la vieja sociedad, en crisis, que se va, pero que todavía es y la nueva sociedad que, por ser nueva, no se conoce bien y todavía no es.
La transición, dentro de un proceso de cambio, a medida que avanza va separando las aguas entre las dos sociedades que se enfrentan, no dejando opciones intermedias. Por eso, la famosa grieta comenzada hace casi diez años, se profundiza cada día más, porque es así como se desarrolla la lógica intrínseca de una transición hacia un cambio cultural real.
Del mismo modo, los que hablaban y hablan de “oposición responsable”, de “transversalidad”, de “liderar el espacio independiente y pluralista”, de “debatir políticas públicas y modelos de desarrollo de fondo”, de “discutir políticas de Estado”, de “la moderación en el debate público” o de “buscar el equilibrio ecuánime” se ven, cada día más, como oportunistas o poco creíbles y van a ir quedando fuera de la oferta política competitiva, siendo sólo la opción para aquellos independientes que ponderan lo económico, la baja de inflación y creen que el problema es el presente, aunque muchos de estos votantes, frente a la polarización en aumento hacia octubre, van a terminar tomando partido por uno de los dos polos enfrentados.
Estas políticas de acuerdos, consensos y de largo plazo sólo serán posibles si la propuesta superadora del pasado deja afuera de la discusión a la propuesta que se resiste a cambiar de sociedad, ya sea en las elecciones de octubre o en las próximas.
Entonces, en ese tiempo futuro, licuado el pasado resistente, se deberán ir creando las condiciones para ese modo nuevo de hacer y entender la política, basado en acuerdos, consensos, en la reconciliación y en políticas de Estado, que operarán como bases de la nueva sociedad a la que se aspira.
Esta nueva sociedad se pretende sin autoritarismo en sus múltiples variantes, sin cerrazón dogmática y corrupción, con una república que sostenga una plena división de poderes, con transparencia en la gestión del Estado y controles eficientes, junto a diputados y senadores que sancionen todas las leyes que necesita la comunidad, para que sea más segura y transparente.
Las encuestas recientes, después de la manifestación del 1A, dan que más del 70% de los votantes están divididos entre los que votarán por el pasado o su negación.
La ancha avenida del medio, por la que creían que iba a transitar el peronismo renovador, como así también una parte del radicalismo, va quedando como una calle cada vez más angosta.
Y será así hasta octubre indefectiblemente, si Macri, Vidal y Cambiemos siguen decididos a enfrentar las reales manifestaciones socioculturales y políticas de la resistencia de la vieja sociedad que son: el kirchnerismo, con Cristina Fernández a la cabeza; el viejo sindicalismo enriquecido con una crisis de representatividad terminal; un sector importante del empresariado formado en la protección y el lobby que siempre termina pidiendo lo mismo: ventajas o prebendas para su sector, créditos especiales, regulaciones o medidas que les permitan seguir sacando ventajas, como así también las mafias enquistadas en la Justicia , la Policía y en la administración del Estado; gobernadores que han tomado como coto de caza al Estado y todas estas fuerzas juntas, representantes de la vieja sociedad, sigan decididas a enfrentar el cambio porque saben que va en ello su supervivencia.
No menos adecuado es el análisis que sostiene que Macri busca enfrentar al kirchnerismo a propósito, como si tuviera otras opciones y elige ésa porque le da más rédito y más votos.
Por el contrario, Macri y Vidal no quieren sino que deben enfrentar la fuerte resistencia porque el nivel de respuesta de los que conducen el cambio, es siempre proporcional a la fuerza de su resistencia.
Ver a Macri cómo evolucionó desde su asunción al cargo, es todo un ejemplo: empezó hablando de unidad, con aquello de "todos juntos podemos", apelando a la moderación, el consenso, el diálogo, etc., pero activó, a través de su gestión, las poderosas fuerzas del cambio profundo y ahora esas fuerzas están en acción, con todo su poder de enfrentamiento y resistencia, con el agravante de que debe, a su vez, convertirse en el líder de ese proceso, ya que todavía no lo es.
Veamos cómo se ha manifestado este proceso en los últimos meses:
La resistencia al cambio que expresa a la vieja sociedad y el pasado a nivel de la Justicia se viene viendo desde hace 15 meses con todas sus contradicciones, su desprestigio y resistencias corporativas. El kirchnerismo y el sindicalismo se tomaron todo marzo para poner en vilo a la sociedad, con 6 marchas movilizando todo lo que podían, dos paros e infinidad de piquetes, junto a la huelga docente, llegándose a plantear la “resistencia”, “a ganar la calle”, a hablar de “guerra civil”, con defensa de la lucha armada y calificando de dictadura al actual gobierno surgido de las urnas por más del 52% de los votos y opera sin tapujos para su destitución.
La otra parte de la sociedad, que aspira a un futuro superador, fue la manifestación del 1A, cuando se pudo ver el efecto de los llamados "emergentes sociales", procesos que van por debajo de la sociedad a nivel muy profundo y salen a la superficie sólo cuando la transición del cambio entra en etapa de definiciones entre las partes en pugna y eso fue el 1 de abril.
Por último, una transición sociocultural y política de una sociedad puede durar entre 5 y 10 años o más, por lo que: ¡Bienvenidos al cambio!