Fernando Iglesias - Periodista - Especial para Los Andes
Raro país, la Argentina. Extraño territorio en el que los mismos oficialistas que cuando Rodríguez Larreta ganó el balotaje porteño con más de la mitad de los votos se burlaron de su “derrota” anuncian hoy el “contundente triunfo de Scioli”, que tuvo una performance por debajo de las grandes derrotas peronistas (40% de Luder frente a Alfonsín y 39% de Duhalde frente a De la Rúa) y sacó menos de lo necesario para evitar el balotaje.
Desde que Menem festejó su victoria en la mesa de Perico el justicialismo no ha dejado de celebrar. Ganen o pierdan, a los muchachos peronistas les da igual. Ellos festejan. Inclusive si las PASO del domingo les han traído cinco malas noticias: 1) Scioli no llegó al 40%. 2) Cambiemos superó el 30%. 3) Cambiemos quedó a menos de los diez puntos de distancia que permitirían al FpV ganar sin balotaje. 4) Aníbal Fernández será el candidato a gobernador del FpV en el principal distrito del país. 5) María Eugenia Vidal hizo una excelente elección y pasó de ser un lastre a convertirse en un activo. Se trata de un escenario con ventaja para el oficialismo, es cierto, pero el triunfo por goleada que anticipaba el formidable aparato reproductor de mentiras que encabeza 6/7/8 se demostró tan falso como las declaraciones juradas de la familia Kirchner.
Presos de un pesimismo injustificado, muchos salieron a criticar a Macri por no haber acordado con Massa. Con los votos de ambos, juntos, se le ganaba al kirchnerismo, argumentaron, y aconsejaron algún pacto tardío para que Massa se baje en octubre. Como si viviéramos en el siglo XX y se pudieran transferir los votos de un candidato a otro automáticamente.
En cambio lo obvio, lo evidente, es que la buena elección de Massa y su subsistencia como oferta electoral de peso no necesariamente fue ni es una mala noticia para Macri; ni una buena para Scioli. Depende de dónde se crea que hubieran ido los votos de Massa y De la Sota si UNA no existiera, que es lo mismo que preguntarse a dónde irían en octubre en caso de una renuncia de Massa a su candidatura.
Los cuatro millones y medio de votos de UNA, ¿son votos básicamente opositores o votos principalmente peronistas? Nadie lo sabe, pero dos cosas son fáciles de entender: 1) si fueran a Macri, difícilmente le permitirían ganar la elección en primera vuelta, y 2) basta que un tercio de ellos vaya hacia el FpV para que en primera vuelta gane Scioli. Aunque tanto para Macri como para Scioli es obligatorio intentar pescar en el electorado de UNA, bajar a Massa es, por lo menos, un arma de doble filo. Aún más para Macri y Cambiemos.
Lo que lleva directamente a la pregunta del título: ¿A qué se opone la oposición, al kirchnerismo o al peronismo? Y bien, los analistas políticos se dividen hoy entre quienes ven estas elecciones como kirchnerismo vs oposición y quienes las vemos en la óptica peronismo vs oposición. Asunto crucial, ya que si se las ve como kirchnerismo vs oposición, entonces Massa divide el voto opositor.
Pero si se las ve como peronismo vs oposición, entonces Massa divide el voto peronista. ¿Cuál es la perspectiva apropiada? Desde luego no la que prefiere nuestro corazón, sino la que dicta la realidad; que es ésta: decir que una caída de Massa beneficiaría a Macri es afirmar que ni siquiera un tercio del total se correrá hacia Scioli, en cuyo caso el FpV superaría 45% y ganaría en primera vuelta. Una apuesta arriesgada.
Por supuesto, nadie puede dar al problema una respuesta definitiva; pero afirmar que con Massa bajándose de la candidatura presidencial la elección estaba resuelta a favor de Macri es, por lo menos, una lectura sesgada. Una lectura peronista, agregaría yo, de quienes creen que el ex jefe de la Anses y del gabinete kirchnerista puede ser opositor al kirchnerismo, y que la elasticidad peronista que mudó multitud de dirigentes del menemismo al duhaldismo y del duhaldismo al kirchnerismo es cosa del pasado.
Mejor harían los directores de la campaña opositora, según creo, en observar las razones de la resurrección massista, que no se basó en una actitud amigable hacia el peronismo sino en una buena y visible relación con su aliado De la Sota; un cambio de eje del discurso hacia la inseguridad, la corrupción y el crimen organizado; una decidida actitud opositora y un tono firme y seguro del candidato, con menos miedo a perder votos que voluntad de ganarlos. Cosas que han faltado en estos meses en Cambiemos.
En un mundo en cambio acelerado, nada fracasa mejor que los antiguos éxitos. La estrategia de “ir solos” y el tono propositivo y no conflictual de la campaña que fueron tan útiles a Macri para avanzar hasta aquí parecen haber llegado a su límite. Hoy es al menos contradictorio el mensaje de quienes aconsejan mantener una actitud de blandura opositora.
Primero, porque si hay posibilidades de que el FpV gane en primera vuelta se la debemos al emblema insigne de esa estrategia: el Pacto de Olivos que habilitó este balotaje trucho hecho a la medida del peronismo. Segundo, porque -como el peronismo ha descubierto hace rato y la oposición tarda en entender- el primer problema de la política no se plantea en el eje “Derecha o Izquierda” sino en el de “Gobernabilidad o Caos”.
La sociedad que emergió del diciembre trágico de 2001 quiere cualquier cosa menos un nuevo y dubitativo De la Rúa. Sabedora de que el peronismo bombardeará a cualquier candidato opositor apenas asuma necesita demostraciones de coraje y firmeza de carácter más que ninguna otra cosa. Por ahí, precisamente, lo corrió a Macri la astuta Cristina cuando dijo que con chamuyo y globito no se gobierna, aunque ellos lleven doce años de relato y globos inflados.
Tercero, la blandura frente al peronismo kirchnerista es innecesaria porque para aparecer como un líder capaz de empuñar el timón Macri no debe salir a criticar al peronismo sino, simplemente, mostrarse opositor a la alianza entre el estalinismo kirchnerista y lo peor del peronismo, el bonaerense.
Poner el foco en las horribles duplas Scioli-Zannini y Aníbal-Sabbatella, cortadas por la misma tijera pejotista-camporista, y no en Perón y Evita, podría ser de ayuda.
“Siete de los últimos presidentes argentinos han sido del Partido Justicialista, que ha gobernado 24 de los últimos 26 años. Los resultados son pésimos: un tercio de la población en la pobreza, 16 millones de personas en edad laboral que no trabajan, millones de jóvenes ni-ni, villas, trapitos y cartoneros por todos lados, trenes que chocan, jueces destituidos, fiscales asesinados, acusaciones de “narco” y “drogón” entre los candidatos peronistas, inflación entre las más altas del mundo, recesión desde hace más de un año, una infraestructura que se cae a pedazos, provincias inundadas, una educación que sigue empeorando, déficit financiero y energético, inseguridad, corrupción, narcotráfico e instituciones devastadas.
Es hora de mandarlos a casa por cuatro años y darnos a otros la oportunidad de hacer mejor las cosas, como se hace en todos los países cuando un gobierno fracasa. Alternancia no es golpismo sino una condición básica de la democracia”.
No es difícil de decir, ni va más allá de lo que las oposiciones dicen de los oficialismos en todos los países normales, ni promueve bombardeos de la Plaza de Mayo, ni parece un discurso que vaya a espantar a quienes tienen en su casa el cuadro de Perón y Evita. ¿Por qué tanto “qué lindos son los peronistas”? ¿Por qué tanto miedo? La gente no va a creer que la oposición puede manejar las cosas si no siente que le ha perdido el respeto al chantaje de “A este país sólo el peronismo lo puede gobernar”.
Si ningún opositor dice que el peronismo ha tenido todas las oportunidades y lo ha hecho horriblemente mal, ¿por qué van a votar a otros partidos y no al justicialismo? Por otra parte, llevamos un cuarto de siglo de resignación y calma ante las barrabasadas peronistas y no parece que la estrategia de mirar para otro lado haya dado buenos resultados.
La cuestión decisiva de estas elecciones es, por lo tanto: ¿a qué se opone la oposición? Y la respuesta es “al peronismo”, es decir, a su encarnación realmente existente: la alianza pejotista-camporista, sciolista-zanninista, anibalista-sabbatellista, que sigue navegando a pesar de hacer agua porque nadie se atreve a mandarla a pique.
Una simple observación del mapa electoral muestra la base de su poder y la razón de su agónica decadencia. El peronismo ha ganado ampliamente y es fuerza monopólica en los distritos en que peor ha gobernado: el norte feudalizado; la Patagonia desierta y extractiva; el devastado conurbano. El escándalo de que aún se vote en la Argentina con tecnologías de la era preindustrial también lo dice todo.
Tecnópolis y listas sábana. Boleta de papel y científicos repatriados. Candidato triunfal pero provincia inundada. El rey peronista está desnudo, pero nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.