Para aquellos a los que nos tocó vivir de cerca el triunfo de Piñera en Chile, los acontecimientos que comenzaron a producirse a partir del pasado 10 de diciembre, traen a la memoria desafíos, perspectivas y una sana preocupación.
En 2009, Sebastián Piñera, economista y empresario representante de la Alianza por Chile, triunfó sobre el candidato de la Concertación, Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Piñera llegaba con el ímpetu de un discurso basado en la gestión, el emprendedurismo y la idea de un “gobierno de los mejores”, muy parecido al de Mauricio Macri (aunque marcado más por el peso de una derecha conservadora y católica que por la jovial retórica del coaching y la autoayuda).
Frei, por su parte, como candidato de una Concertación agotada tras dos décadas de gestión, se aproximaba a la figura de Scioli: un tipo parco, adusto, que había logrado llegar a ser candidato más por persistencia y negociación que por apoyo popular, y que tenía a su favor una gestión presidencial moderadamente exitosa (1994-2000). En su contra, tenía la figura titánica de Michelle Bachelet, que dejó el gobierno con una aprobación estratosférica y con una serie de avances sociales innegables, incluso para la derecha.
Al igual que con el triunfo de Macri, Piñera alcanzó la presidencia en un balotaje y con la mínima diferencia de tan solo 222.999 votos.
Piñera, al igual que Macri, propuso avanzar con un ímpetu arrollador sobre las estructuras previas y acabar con todo aquello que, para él y su coalición, se presentaban como vicios persistentes en la estructura del Estado. Este ímpetu llegó a figurarse, en la retórica de uno de los ideólogos de la Alianza, como la estrategia de "el Desalojo".
Y sin embargo… la propuesta de Piñera, que había logrado legitimarse como deseo de cambio en la mayoría de la sociedad, se truncó rápidamente, por su propia lógica.
Tan sólo enumeraré cinco ejemplos:
El primer problema al que se enfrentó fue la de los cuadros técnicos y políticos necesarios para ocupar el Estado. Aquellos que venían del empresariado se vieron rápidamente disuadidos por las formas y los salarios que implicaba el pase a la gestión pública.
La segunda dificultad, quizás la mayor, fue que, mal que les pesara, la Concertación había logrado instituir canales de diálogo con la sociedad, estrategias de reconocimiento de derechos y ámbitos de negociación que eran incompatibles con la lógica empresarial con la que se quería investir el nuevo gobierno.
La tercera, consecuencia de la anterior, fue la necesidad de continuar e incluso profundizar políticas exitosas, efectivas y bien gestionadas que, además, habían transformado la subjetividad de una ciudadanía, ahora mucho más organizada y movilizada.
Una cuarta fue el innegable origen de clase de aquellos que ocupaban la gestión de la Alianza. Un gobierno dirigido por gerentes generaba una distancia abismal. Piñera y su gabinete se mostraban ante las cámaras con expresiones que pendulaban entre un jefe enojado y un broker de la bolsa, lo cual lo llevó a sus famosos lapsus linguae y a perder parte de su investidura.
La quinta fue la guerra intestina dentro de la propia Alianza, que se vio claramente al final de la gestión en su incapacidad de definir un delfín presidencial capaz de enfrentarse a Michelle Bachelet, cuya figura había alcanzado dimensiones hagiográficas. En la Alianza se disputaban no sólo dos almas (conservadurismo popular vs. liberales tecnócratas), sino un archipiélago enorme de identidades y liderazgos que se volvieron ingobernables.
Las semejanzas con el panorama que hoy contemplamos son muchas.
Mauricio Macri se enfrentará a un FPV que, aunque dividido, goza de buena salud y de una capacidad de movilización enorme, además de una ciudadanía que defenderá derechos adquiridos. Sin conducción clara, y aún procesando la derrota, es innegable que el FPV fue una experiencia colectiva intensa y popular, que supo ganar durante 12 años elecciones e impulsar sus políticas e intereses, lo cual no es menor.
De ahí la preocupación de muchos sobre el futuro de políticas que no pueden, y no deben, ser planteadas como innecesarias, a menos que se esté dispuesto a sacrificar la paz social. La avanzada de Mauricio Macri en esta primera semana, DNU mediante, contra la política de retenciones (que podía modificarse y no necesariamente eliminarse, en particular en un momento en que el Estado está vaciado), o alguna movida apresurada y poco reflexiva en lo que refiere a la Educación (y que debería ser revisitada con urgencia), entre otras, da las primeras señales de que este error se repite de este lado de la cordillera.
A su vez, deberá hacerse preguntas respecto a los propios sectores que lo apoyaron y lo empoderan. Por ejemplo, el desafío del trabajo no registrado: la Argentina tiene hoy, según las cifras oficiales, más de un 33% de trabajadores no registrados. El gobierno del FPV impulsó políticas para reducir esta cifra y para ello desarrolló planes junto con la AFIP, mejoró la inspección del trabajo y estableció programas para los sectores más vulnerables (trabajo agrario y doméstico). Sin embargo, la cifra sigue siendo inmensa: un tercio de los trabajadores argentinos están en una condición irregular. Si bien es un problema de múltiples aristas, resolverlo implica hacerse la incómoda pregunta por la matriz productiva. Una matriz que no cambió durante los gobiernos del FPV y que capitalizó generosamente a algunos de los sectores que apoyaron a Macri.
Finalmente, y quizás lo más preocupante, es que esta fiebre por el cambio sea incapaz de comprender el fino tejido que implica la gestión de un país como la Argentina. Macri y su equipo deberán comprender que hay estructuras que los preceden, y que los superarán largamente, y que tiene que ver con experiencias históricas profundamente enraizadas en la sociedad.
En los últimos 12 años muchas de las demandas identitarias, ambientales, ciudadanas y sectoriales fueron apropiadas y convertidas en políticas de gobierno, con lo cual se reconocieron derechos y se fortaleció un movimiento que superó las estructuras partidarias.
¿Será capaz Macri y Cambiemos de aprender de estas experiencias?
*Por Juan Carlos Moraga Fadel - Sociólogo y escritor (actualmente me desempeño como consultor del PNUD y el MTEySS