Milei ante el desafío de la “gran dinámica”

Milei ha demostrado que usa de manera pragmática dos modos de relación con la política: una descalificación discursiva que dispara en general como metralla al bulto, y una negociación más transaccional que aplica en dosis homeopáticas. Tras la marcha, reaccionó primero con las vísceras y moderó después su evaluación.

Javier Milei
Javier Milei

¿Se puede disociar la economía de la política? Hace unos días, el economista Ricardo Arriazu se hizo esa pregunta al analizar la marcha del programa económico de Javier Milei y respondió con contundencia: no se puede. Los programas económicos de laboratorio, que no atienden al impacto social de sus medidas, son tan poco viables como los programas políticos que pretenden acelerar en el vacío. Arriazu sugiere mirar siempre el desarrollo social de la “gran dinámica”: la interacción simultánea entre economía y política. No se puede disociar el avance de un programa económico, de los problemas de la gobernabilidad.

En cuestión de horas, el presidente Milei pudo comprobar la relación inescindible de esos engranajes. Dirigió un mensaje por cadena nacional celebrando los resultados fiscales superavitarios del primer trimestre y una baja de la inflación que está ocurriendo a un ritmo más rápido de lo previsto. Al día siguiente, se produjo una marcha de protesta por el ajuste presupuestario en las universidades que tuvo una dimensión muy superior a todas las manifestaciones precedentes en contra del Gobierno nacional.

El contraste entre las novedades económicas y la protesta social impactó en los días subsiguientes. Se tornaron febriles las negociaciones para que el gobierno obtenga su primer resultado legislativo favorable y la oposición más reactiva a ese resultado recobró protagonismo.

A diferencia de otros economistas, Arriazu tiene una opinión positiva sobre el programa económico. Sostiene que las decisiones tomadas para la primera parte de ese programa han sido acertadas. A quienes señalan los efectos recesivos del ajuste, les recuerda que no cabía esperar consecuencias distintas tras una devaluación inevitable. La comparación admisible no es contra lo que venía sucediendo, sino contra lo que era evidente que podía pasar.

Pero la segunda parte de un programa económico son las reformas estructurales. Sin el ajuste inicial nunca se llega a esa segunda etapa y sin las reformas estructurales los resultados del ajuste no duran. El tránsito del ajuste a las reformas es el ámbito específico de la construcción política.

Aquí es donde despuntan los interrogantes de la gestión Milei. Por eso la manifestación masiva convocada por los universitarios debe ser observada desde diferentes vectores. ¿Qué hizo el Gobierno antes y después? ¿Qué hizo la oposición? ¿En cuánto puede afectar la estrategia política de Milei para recorrer el puente desde el ajuste a las reformas?

Caminos opuestos

Milei ha demostrado que usa de manera pragmática dos modos de relación con la política: una descalificación discursiva que dispara en general como metralla al bulto, y una negociación más transaccional que aplica en dosis homeopáticas cuando percibe el riesgo de que el rechazo a sus medidas pueda dañar el capital político obtenido en el balotaje.

Con la manifestación universitaria, Milei fue y vino de ambos métodos sin poder frenar el resultado evidente. Intentó ignorar primero y atender de urgencia después lo que se preveía como una protesta masiva. Tras la marcha, reaccionó primero con las vísceras y moderó después su evaluación.

La oposición usó la marcha con perspicacia. El volumen en la calle estaba garantizado con un piso alto: el que aportarían los rectores movilizando en conjunto las estructuras propias de las universidades y el movimiento estudiantil. El aporte secundario de organizaciones gremiales y sociales agregó logística, pero la sumatoria de burocracias no explica la masividad de la marcha. Hubo en el medio consignas de alto impacto que fortalecieron la convocatoria.

Los rectores de las universidades públicas vienen administrando una de las corporaciones estatales más opacas y refractarias a la autocrítica de las últimas décadas, pero también son a su modo “expertos en mercados regulados”. Organizaron una manifestación con un disparador tan drástico como incomprobable: que las universidades enfrentan su cierre inminente. La comunicación arrogante del Gobierno nacional se comió la curva de esa exageración notoria y les facilitó las cosas.

Los universitarios convocaron sin preocuparse por “los bichos que pudieran pegarse en el radiador”, como describió el exministro de Educación, Hugo Juri. Pero la oposición también sobregiró el abordaje. Cristina Kirchner logró asomarse de nuevo a un balcón. Sergio Massa fue admitido en una marcha que él mismo construyó al iniciar el ajuste de las universidades con el presupuesto desenganchado de la inflación que produjo. Alberto Fernández, el egresado más egregio de la UBA en la cronología reciente, encontró un espacio (más seguro) para hablar como mayoría.

Sobre todo, la oposición a Milei logró enclavar en el palco de cierre un par de discursos insinuantes: los de Adolfo Pérez Esquivel y Lidia “Taty” Almeyda. Esos mensajes desbordaron a los rectores y le dieron al cierre de la marcha un sesgo en línea con el pedido de destitución de Milei que esos mismos actores políticos presentaron en el Congreso Nacional, en la comisión de Juicio Político de Diputados, donde la impericia política del Gobierno no cesa de jugar con fuego.

Interrogante

El interrogante central que dejó la marcha universitaria es cuánto de la protesta fue amplitud sectorial y cuánto tuvo de expresión general de rechazo al ajuste. Hubo un contenido genérico de la protesta -la defensa de la educación pública, de su potencia para el ascenso social por mérito- que involucró uno de los aspiracionales propios del electorado de Milei. ¿Hubo además una expresión de inquietud más general, señales de agotamiento ante la severidad del ajuste?

Esa es la política que, para un economista sensato, nunca conviene desatender. La construcción de condiciones de gobernabilidad para la etapa de estabilización económica y especialmente de las reformas. Milei insiste en que, si no consigue esas condiciones ahora, las tendrá después de las elecciones del año entrante.

Sus adversarios sistémicos más leales le advierten que para obtener esa nueva legitimación necesita tener hasta entonces no sólo la inflación domada, sino derramando efectos tangibles sobre el salario real.

Los restantes opositores a Milei, los del discurso destituyente y la reacción corporativa más reaccionaria a los cambios, temen que llegue a esas elecciones incluso con una escena parecida a la del ajuste actual.

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