Clásico de clásicos: así fue la despedida de Paloma Herrera en 2015

Un capítulo importante del ballet se escribió ese año en el Teatro Independencia: la célebre bailarina argentina, poco antes de cumplir los 40, se retiró de la danza con una inolvidable función de “Giselle”.

El 19 de noviembre de 2015, la célebre bailarina le dijo adiós a la danza en Mendoza. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.
El 19 de noviembre de 2015, la célebre bailarina le dijo adiós a la danza en Mendoza. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.

Es hora de decir adiós”, le dijo Paloma Herrera a Los Andes en el 2015, poco antes de visitar la provincia para despedirse definitivamente de los escenarios. Ese honor que le dio a Mendoza, que fue el punto final de una mini gira que incluyó Rosario y Córdoba, fue una de las noches más significativas que se vivieron en el Teatro Independencia: Herrera, la niña prodigio del ballet, primera bailarina del American Ballet Theatre de Nueva York durante 25 años, se retiraba interpretando “Giselle” en un modesto teatro de provincia. 

Fue el 19 de noviembre de 2015: después de la función, se sentó en el piso y se desató las desgastadas zapatillas y el público, que se convocó desde diferentes provincias, la ovacionó de pie durante 15 minutos. Allí había fanáticos, neófitos, amigos, familiares, su entonces novio Matías Elicagaray y, sobre todo, devoción en estado puro. Aplaudiendo se vio al mismo Maximiliano Guerra, quien monitoreó desde el tablero técnico la representación, que contó con su propia coreografía. 

El momento exacto en el que se saca las zapatillas que la acompañaron desde los siete años. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.
El momento exacto en el que se saca las zapatillas que la acompañaron desde los siete años. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.

Después de ese día, empezó otra aventura para Herrera, quien estaba por cumplir 40 años. Casi inmediatamente, abrió las alas para dedicarse a otras cosas: publicó su autobiografía, lanzó su marca de perfumes y, principalmente, se convirtió en la directora del Ballet Estable del Teatro Colón, que fuera su primera casa (poco antes, en septiembre de ese año, se había despedido de ese escenario con el ballet “Romeo y Julieta” de Serguéi Prokófiev). 

Me siento feliz”, le aseguraba a este diario previamente a esas dos fechas que dio en nuestra provincia y que quedaron registradas en bellísimas fotografías (desconocemos si existe grabación audiovisual). “Creo que ese sería el sentimiento que más refleja este momento. Hace un año que anuncié el retiro y a lo largo de todos estos meses lo he podido digerir. Mientras fueron pasando los días me fui convenciendo de que he tomado la mejor decisión”.

“Desde entonces he experimentado momentos súper emocionantes (...), pero te puedo decir que en ningún momento lo vivo con nostalgia. Estoy disfrutando cada segundo  diciéndome a mí misma que ya es hora de decir adiós”, aseguró. 

En la crónica de esa noche, el periodista Daniel Arias Fuenzalida escribió que “lo que volcó a los mendocinos al teatro Independencia el jueves por la noche no fue solo la oportunidad de ver a una bailarina extraordinaria, o la mística que despierta el final de algo, en este caso de una carrera: Todos fuimos a verla para vivir en carne propia un capítulo en la historia del ballet”.

“A las 21.15 la música sonó, contundente y pletórica, desde los parlantes, el telón se izó y un teatro colmado se dispuso a emocionarse con el eterno idilio entre Giselle y el duque Albrecht, interpretado en esta ocasión por Juan Pablo Ledo, un partenaire de alto vuelo.

En el transcurso de los dos actos, las pasiones por las que evoluciona la protagonista encontraron su más perfecta expresión en Herrera, que demostró una vez más el porqué de su grandeza. Esa grandeza que prefirió guardar intacta en la mente de sus seguidores, optando por retirarse en plena madurez artística.

La evolución desde la inocencia hacia el amor, del amor a la locura, y de ésta hacia la muerte (esa clásica receta del romanticismo), tuvo en la sensibilidad de la bailarina un puente directo al corazón del público, que la ovacionó en cada uno de sus números.

Paloma recibiendo la última ovación de su vida. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.
Paloma recibiendo la última ovación de su vida. Foto: Gentileza de Marcelo Aguilar López.

El ballet estable del Teatro Colón cumplió de forma excelente su parte, pese a la cantidad de bailarines en un espacio más bien reducido, y cautivó con el vestuario (y escenografía) de Nicola Benois y, por sobre todo, la estilizada coreografía de Maximiliano Guerra, que la trabajó sobre la original de Marius Petipa.

Sin embargo, el espacio reducido y la música de parlante no quitaron nobleza a la ocasión. Al contrario, el Independencia, que por estos días festeja sus 90 años, con su foso orquestal tapado, estrechó el sentimiento entre el público y los artistas. Ella, la pequeña y ágil corporalidad que surcó los escenarios más grandes del mundo, se despidió como si aleteara sus pies en la intimidad de la familia, a poquitos metros de un público que le agredeció cada movimiento con miradas enardecidas.

Tenues y feéricos, sus pies se desplazaron en el escenario y se despidieron lentamente de la vista de todos, al igual que Giselle, ya convertida en hada, se despide de su amante. El telón final dio paso a una ovación unánime, de pie y de varios minutos, pero que dejó sabor a poco para muchos.

Paloma, incluso después de la música, siguió dando todo de sí: se sentó en el proscenio, se desató las zapatillas en punta, las besó y las dejó en el medio de las tablas, como agradeciéndoles haber vivido 25 años sobre ellas”. 

Se despidió en plena madurez artística. Foto: Orlando Pelichotti / Los Andes
Se despidió en plena madurez artística. Foto: Orlando Pelichotti / Los Andes

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