El despilfarro que generan todos los tipos de consumo, de los que todos consumen, genera una abundancia sobrante que cuanto menos invita a la reflexión. Solemos definir nuestra sociedad esencialmente como sociedad de consumo. Compramos, gozamos el acto de adquisición (muchas veces más que el objeto), digerimos y olvidamos. Nos volvemos esclavos de lo uno, y eso imposibilita el cómo, el cuándo, o el porqué referirnos “a los otros” que no somos nosotros.
Un halo de conciencia colectiva repara en parte tamaña injusticia a través de la buena voluntad individual, por eso es que nace de allí, de la subjetividad singular. Las redes sociales cumplen su rol de difusión con contenidos visuales que hacen de la diferencia, un culto; de la lástima, una caridad.
La sociedad neoliberal que protagoniza el individualismo y el progreso personal, se avergüenza de lo que genera. Entonces un grupo pequeño se emancipa en la forma de una conciencia colectiva, de una culpa que no tienen (la responsabilidad de eliminar la desigualdad es siempre del Estado), y llevan a cabo una red solidaria que toma hoy el nombre de “Heladera social” o “Perchero social”, que ya ha comenzado en varias provincias del país y ahora también en Mendoza.
Al desarticularse los mecanismos de una política de transformación total, aparecen pequeños resquicios sobre los que contribuir en una instancia ciudadana, “sumisa”, y positiva. Se dirige la voluntad a un hecho específico. Parece espectáculo, parece show; sin embargo, siempre todo parece algo y no siempre se echa mano a los sin manos, o abrigo a los sin abrigo.
Como triunfa la ética del egoísmo, se reinventan estas prácticas aunque más no sea como miniayuda o como recordatorio de la desigualdad y la injusticia, y visto así será una gratificación social, material o de conciencia, pero al gratificación al fin.
Hoy que todo reclama espectáculo, parece también formarse una tierna exhibición de lo mínimo. La desigual distribución de casi todo, abre siempre nuevos grifos sobre economías microscópicas/sociales. Habrá que ver si la gente es observada cuando accede a su ración de alimento, o a su abrigo, su estado, su presentación, o si es sólo “dar de lo que sobra”. Pienso que esa diferencia es la que inclinará la balanza interpretativa sobre esta propuesta comunitaria, que ya se hecho con libros, pero claro, los libros no se comen ni abrigan, en el sentido de las condiciones materiales de existencia básica para vivir como personas.
A la globalización desmesurada la sanean hombres y mujeres de buena voluntad. Eso no puede ser. Ése es el lema que reproduce infinitamente la diferenciación y el desigual acceso a las cosas. Esa no debiera ser la forma de recomponer ausencias y derechos básicos. Superficialmente es un intento plausible, casi precioso, pero estructuralmente, enmascara el sistema de exclusión y violencia en el que sobrevivimos, en el que andamos sin pensar en nadie más que en nosotros mismos.