Una economía muy pequeña y cerrada

Las pequeñas alteraciones vividas en el mercado cambio muestran la debilidad de una economía dependiente del Estado, pero para beneficio del mismo Estado.

Observando los movimientos de los mercados de esta semana es fácil deducir que Argentina tiene una economía muy pequeña, muy cerrada y alejada del ritmo de innovación tecnológica. Después de 10 días de suba del valor del dólar, por menores liquidaciones de los exportadores, bastó que un grupo de bancos saliera a vender para que su precio se planchara.

En esta economía de pocos operadores y muchos especuladores, pequeños movimientos de algunos avispados ponen en jaque a todo un sistema productivo, más preocupado en protegerse que en crecer agresivamente y ganarse un lugar en el mundo.

Estamos frente a empresas y particulares que no se adaptan a operar en un mercado libre de cambios, donde las fluctuaciones, naturalmente, son diarias, como en la Bolsa, y donde el valor de la mercancía (el dólar) puede variar hacia arriba o hacia abajo pero más allá de los bolsillos de los especuladores no debería generar alteraciones en la economía.

Todavía quedan resabios culturales de empresas que, ante la baja de las ventas, deciden aumentar sus precios para cubrir la brecha de ingresos, pero no están dispuestos a sacrificar márgenes y tampoco a realizar inversiones para mejorar la productividad de sus empresas.

Esto muestra que la inflación es una enfermedad muy grave, ya que, además de un fenómeno monetario, produce alteraciones psicológicas en muchas personas.

¿Dónde está el verdadero cambio?

A medida que el proceso inflacionario va cediendo, se va llegando a un escenario de mayor previsibilidad. Algunos se quedan con la foto y otros ven la película y, los más osados, tratan de imaginarse el final. Los finales suelen ser inciertos pero es en estos escenarios donde se ve la diferencia entre los verdaderos empresarios, que emprender, arriesgan, crean, que no le temen a fracaso, y los que quieren seguridades del Estado.

En estos días, donde el dólar subía, era notable cómo, desde el sector financiero, que había ganado mucha plata en la “bicicleta financiera” que le aseguraba un dólar quieto, salieron a pedir al Banco Central que interviniera en el mercado para frenar la suba, mientras desde el sector productivo algunos esperaban más subas y los emprendedores veían que sus proyecciones tenían sentido cuando decidieron comenzar a invertir, innovar y desarrollar.

Este último sector es el que menos ruido hace y está manejado por gente con el arrojo necesario para manejarse y arriesgar en un territorio turbulento, como lo es el mundo de los negocios. Las demás empresas están en manos de ejecutivos acostumbrados al mundo financiero, los cuales en poco tiempo más quedarán desempleados, ya que si siguen manejando sus empresas como lo hacen hasta hoy las van a chocar, sin ninguna duda.

El cambio se está dando en el sector empresario, aunque no sean todos los que están poniéndose a caminar. Los que han reaccionado más rápido han asumido más riesgos, pero tienen mejores chances de llegar bien posicionados para cuando nuestra economía muestre datos inflacionarios menores al 15% anual, para lo cual no falta mucho. En un mundo en constante cambio, este no es escenario propicio  para para los más grandes sino para los más rápidos.

Pero cuando se repasa la economía en forma sistémica, aparece un sector que no solo no cambia sino que sigue generando resistencias muy grandes, y es el Estado. Esta mega estructura se queda con el 50% de lo que produce el sector privado y usa esos recursos, básicamente, para autosatisfacerse. Solo una parte muy pequeña se devuelve en servicios y, además, son de mala calidad.

Esta semana aumentaron el precio de los combustibles con una pauta muy por encima de las previsiones que se habían hecho a principios de año. El justificativo era reponer rentabilidad a las empresas, pero todavía seguimos pagando el barril de crudo más caro que el mercado internacional. Este aumento, además de satisfacer a las empresas, está destinado a los impuestos y regalías que favorecen al gobierno nacional  y las provincias petroleras.

Por otra parte, cuando alguien quiere comenzar una empresa la cantidad de requisitos que se ponen desde el Estado (entiéndase Nación, provincia y municipios) hacen que sea más complicado satisfacer al Estado que competir en el mercado.

El problema es que hay una lógica del Estado que parece apoderarse de cada uno que llega y dice que va a mejorar. En realidad nada va a cambiar si seguimos haciendo lo mismo, aunque lo hagamos con más prolijidad. Lo que no va más es esa lógica del Estado, al cual hay que pedirle autorización de todo pero después no controla y le pide a los privados que lo hagan en su nombre.

El jueves se publicó en el Boletín Oficial la designación de una Directora Nacional de Movilidad en Bicicleta. Suponemos que se desempeña en el Ministerio de Transporte. Y aquí uno comienza a preguntarse dónde quedó el espíritu del cambio con el que este gobierno asumió. Sería interesante saber qué opina de esta designación el Ministro de Modernización de Estado. No importa la persona sino la función creada, que es una de las más creativas de la neo burocracia del “no cambio”.

En realidad el Estado no cambió nada ni los funcionarios quieren cambiar nada. El proceso “gradualista” parece más una forma en la que se piensa que, con el crecimiento de la economía, el tamaño del elefante se va a ver un poco menos grande y asustará menos, pero el elefante sigue comiendo y gastando y por ello la reforma impositiva también será gradual para no afectar a todos los elefantes que hay que seguir alimentando.

Hay que cambiar en serio

La Argentina se ha empequeñecido a la sombra de un Estado megalómano, que no deja crecer al sector privado. Solo se han salvado los que se cobijaron bajo su sombra, en un sistema de capitalismo de amigos, típicamente populista. Los únicos cambios que se han visto son la corporaciones favorecidas, que cambiaban según el gobierno que llegaba. Algunos, especialistas, supieron jugar al cobijo del Estado siempre.

En la época de Menem, cuando se hicieron algunas aperturas, solo se perjudicó a los que no estaban protegidos. Desde esa época están protegidas automotrices y petroleras y se manda a competir a productores de duraznos, de aceitunas o de vinos.

Cambiar implica modificar en forma profunda la lógica del sistema. El Estado es una organización social que debe estar al servicio de la sociedad, pero no servirse de ella para autosustentarse o, lo que es peor, para generarles ingresos a los amigos del poder.

Argentina tiene que salir adelante para venderle al mundo productos o servicios, pero deben ser productos competitivos. Hoy, estamos exportando impuestos con productos. Todo el sistema impositivo está diseñado para gravar el valor agregado, por eso les va bien a los que producen materia prima y muy mal a los que producen bienes industriales sin protección. Por esta razón es que las empresas prefieren comprar tecnología antes que generar trabajo, ya que mucho valor agregado es por el uso de recursos humanos, y estos recursos están gravados de forma alevosa.

Si vamos a pensar en grande, hay que partir de reformar en serio el sector público. De lo contrario, no hay destino y seguiremos a los tumbos.

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