Una carta de 1810 nos adelanta los festejos del 25

Se trata de un fragmento de una misiva encontrada en el baúl de Marcelina Orma y publicada por Vicente Fidel López.

(...) la Junta queda provisoriamente encargada de la autoridad superior de todo el Virreinato; (...) se ordena que ahora mismo vengan los nombrados a prestar juramento de conservar la integridad de estos dominios a nuestro amado soberano el señor don Fernando VII. A muchos nos ha chocado esta última cláusula por que es una reverenda mentira; pero dicen que por ahora conviene hasta que tengamos bien firme el terreno; y la cosa ha pasado riéndose los unos y rabiando mucho los otros.

" Hazte cargo del júbilo general que estalló. De allí corrimos a los cuarteles a hacer tocar diana y a las iglesias para echar a vuelo las campanas (...) los cohetes reventaban por todas partes; las calles llenas de barro porque llovía bastante, y sin embargo llenas de señoras y muchachas que victoriaban a la patria a la par del pueblo. ¡Aquello era hermoso!

Los nombrados estaban todos en lo de Azcuénaga, Menos Moreno, que como tú sabes andaba muy desconfiado de Saavedra y su círculo (...). Lo habían visto entrar a una de las piezas del cura de San Miguel Dr. Ruiz; y nos fuimos para allá. Allí estaba y lo sacamos, trayéndolo en comitiva hasta lo de Azcuénaga donde se juntó con los demás y salieron todos a jurar el cargo en el Cabildo.

(...) La ceremonia fue solemne y tierna. El Cabildo ocupaba sus asientos bajo el dosel. A uno y otro costado del salón (...) los comandantes y jefes con muchos oficiales, los prelados y gran número de personas de distinción. Los miembros de la junta soberana elegida por el pueblo entraron por el centro (...). A una señal que les hizo el alcalde mayor (...) se postraron de rodillas por delante de la mesa municipal: el síndico le alcanzó los Evangelios al presidente Saavedra, y le hizo poner sobre ellos la palma de la mano; Castelli puso la suya sobre uno de los hombros de Saavedra; Belgrano la puso sobre el otro, y sucesivamente los demás los unos sobre los hombros de los otros según la posición que ocupaban. ¿Qué crees tú que hacíamos todos nosotros sin excepción?. ¡Llorábamos y llorábamos todos de gozo, amadísimo Juan Ramón! (...) Sentíamos el hálito de Dios sobre nuestras frentes al vernos pueblo libre, pueblo soberano, y a nuestros queridos condiscípulos y amigos en el solio de los virreyes... ¡Qué virreyes, al diablo los virreyes! En el solio de la soberanía popular que es más que los reyes. (...) De allí la Junta pasó a la Fortaleza, donde queda establecido su despacho. ¡Decirte el júbilo y el frenesí del pueblo es imposible! (...)

La tarde ha estado lluviosa, y la noche ha continuado lo mismo, pero la calle del Cabildo, la de las Torres, la del Colegio y la Plaza, llenas de gentes y hasta de señoras con paraguas y con piezas de cintas blancas y celestes, cuyos pedazos andan repartiendo a los jóvenes y la mozada de los regimientos de hijos del país. Ha sido imposible iluminar la ciudad por causa de la lluvia y la garúa: las candilejas se apagan; ha sido imposible encontrar faroles: no hay vidrios ni quien los arregle: miles de negros y mulatillos han luchado por guarnecer de candilejas las rejas de las ventanas y las cornisas de las puertas ,¡imposible!, se apagan. Pero se ha recurrido a otro expediente, se han hecho abrir todas las puertas e iluminar los zaguanes: la mayor parte de las ventanas están abiertas e iluminados por detrás los vidrios con candelabros y en las piezas hay niñas y señoras recibiendo a sus amigos, tocando el clave y bailando. Yo no he visto jamás una alegría más expansiva ni más cordial (...). C:A: (¿Cosme Argerich?) 

Fuente:
López, Vicente Fidel.  La Gran Semana de 1810. Crónica de la Revolución de Mayo. Recompuesta y arreglada por cartas según la posición y las opiniones de los Promotores, Buenos Aires, 1909, pág 76.

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