Trump es como el canal “Volver”

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Capítulo I

Paradójicamente, en el mundo de la globalización económica está triunfando el aislacionismo político, que se extiende como una plaga en toda la superficie del globo. Y de una extraña manera.

Ocurre que en el mundo cada vez quedan menos estadistas. La crisis de la política -unida a las incertezas poblacionales generadas por un sistema socialmente muy injusto- produce dirigentes tan temerosos como las sociedades existentes. La tentación de encerrarse en sí mismo es una tentación mundial. De los de arriba y de los de abajo.

Los nuevos políticos que aparecen, entonces, no se distinguen por su ideología, sino por una similar actitud, anacrónica y subalterna a la vez. Se trata, en la mayoría de los casos, de  personas con mentalidad de policías, de sargentos... de hombres de orden, no de autoridad. Que sobreviven por el miedo colectivo y porque prometen fulminar ese miedo con más miedo. No porque puedan aportar alguna esperanza. Que estimulan patrioterismos segundones (hoy patéticos e inviables) en vez de intentar conducir a un puerto razonable la inevitable integración de los pueblos. Aislacionistas versus aislacionistas. De derechas y de izquierdas.

Para colmo, en la universal tierra de la universal revolución francesa, un esperpento como Le Pen, se da el lujo de desalojar a la izquierda del segundo puesto y marcha al balotaje creando  un nuevo derecho, según sus propias palabras,  el “derecho” de los inmigrantes para irse de Francia.

Estas posturas políticas retrógradas no conducen hacia atrás como quisieran sus protagonistas, sino hacia adelante. Están dejando la globalización en las manos exclusivas de los intereses mercantiles y financieros. Quienes sólo quieren una internacionalización a su imagen y semejanza. Un mundo donde las empresas discuten cómo hacer una sola humanidad y donde los políticos se empecinan en aislar su comunidad del resto del mundo es el peor posible. Donde el interés privado es el único que habla. Y el interés público se confunde con un intento inútil de retornar a pasados imposibles.

De este aislacionismo cultural no están ni siquiera exentos los intelectuales... Encerramiento conservador de los supuestos progresistas.

Así, mientras los políticos y los intelectuales prefieren morir encerrados defendiendo las cajas de cristal de su privilegiado aislamiento, y mientras los aventureros privados toman para sí mismos lo que debería ser de todos, los pueblos cada día están peor. Y en sus justificados miedos, optan también por refugiarse en el pasado. Como sus políticos e intelectuales. Siendo la culpa principal de todo lo que estamos narrando de la ceguera histórica de los que en vez de intentar dirigir la inevitable globalización, quieren detenerla desde las estrecheces de su aislacionismo mental.

Capítulo II

Una buena descripción de lo que está pasando en el mundo la da el filósofo Slavoj Zizek cuando sostiene que "Washington básicamente borró al resto del mundo como socio confiable. El objetivo final por lo tanto ya no es más la utopía de Fukuyama de expandir la democracia liberal universal sino la transformación de EEUU en la Fortaleza América, un superpoder aislado del resto del mundo".

Zizek es uno de los que reivindican las tesis del libro “Imperio” de Toni Negri y Michael Hardt, acerca de que el nuevo orden mundial propuesto por los EEUU tiene patas cortas. Porque más allá de la brutalidad que a veces exhiba, se trata simplemente de un imperialismo voraz desconfiado de todo el mundo que cree posible utilizar un poder nacional de dimensiones mundiales para satisfacer un objetivo de política interior norteamericana y no mucho más. Un imperialismo que renuncia a ser Imperio, o sea, sin dimensión alguna -ni positiva ni negativa- de universalidad.

Zizek vislumbra entonces la posibilidad de que la globalización pueda, en tanto proceso histórico, no ser exclusiva ni principalmente norteamericana en tanto el resto del mundo se organice para conducir el desafío en vez de negarlo o repudiarlo.

Capítulo III

Todo lo expresado en el capítulo I de este artículo fue escrito por mí en esta misma columna de Los Andes, pero del 30 de abril de 2002. Hace quince años. Solamente no se incluyeron los nombres propios de ese entonces, como el de Bush o Chávez. Excepto el de Le Pen pero en realidad se trata del padre, no de la hija que hoy le continúa sus pasos.

Mientras que lo expresado en el capítulo II por Slavoj Zizek también fue reproducido por mí en nota de Los Andes del 30 de noviembre de 2004, donde el autor se refería a la segunda presidencia de Bush (h) en vez de a Donald Trump.

Capítulo IV

Con sólo releer estas ideas, que eran materia común hace quince años (después de las voladuras de las torres, cuando como hoy también se decía que Bush crearía un nuevo orden mundial), nos damos cuenta que posiblemente sea muy temprano para adjudicarle a Donald Trump la autoría de una ruptura histórica de dimensiones mundiales. Quizá se trate, simplemente, de otra más de las rebeliones reaccionarias contra la modernidad propulsada por el neoconservadurismo y la paleoizquierda añorantes de los tiempos previos al muro de Berlín, cuando EEUU y Rusia se dividían el mundo casi exclusivamente entre ellos dos. Mientras que ahora la globalización les hace aparecer infinidad de nuevos actores que les disputan ese exclusivismo. Incluso los países considerados dominados o dependientes pasan a ser “emergentes”, incrementando notablemente sus capacidades de decisión autónoma.

Es cierto que Trump y la mancha de aceite fascistoide que se expande por Europa parecen hoy aún más fuertes que a principios de siglo, pero nada indica que hayan inaugurado una nueva etapa histórica en ruptura con la anterior. Quizá se trate de un ciclo político electoral más, pese a lo burdo del trumpismo, cuyo carácter farsesco lo hace aparecer más excepcional de lo que realmente es.

También es cierto que -como ya se podía prever hace quince años- una izquierda como la latinoamericana que se inició con Chávez y que por una década cubrió a medio continente, fortalecería con su aislacionismo populista de izquierda, a un renacer por derecha de la misma concepción del mundo.

Pero, por el otro lado, en ese mismo tiempo el mundo fue pariendo líderes con vocación global muy valiosos como Barack Obama desde el progresismo, Angela Merkel desde el conservadurismo e incluso el Papa Francisco que a pesar de sus simpatías populistas locales, en la realidad mundial es un gran aporte a una sociedad abierta, universalista y más justa. Estilo de líderes con capacidad de estadistas, que pueden seguir surgiendo.

O sea, vivimos en un mundo que no tiene definido aún un rumbo permanente, hoy más dirigido por las fuerzas inconscientes de la globalización científica, financiera y tecnológica que por el pensamiento humano. Y que frente a ello se debate entre globalizar el pensamiento creando instituciones supranacionales adecuadas a la nueva realidad, o reforzar el viejo Estado Nación para declararle la guerra a la globalización.

Y tal como estamos viendo, esta nueva gran contradicción histórica no nace con Trump sino que lo hizo con el nuevo siglo. Y vino para quedarse.

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