Trump, el archienemigo de la verdad

Basándose en teorías de conspiración en su contra, Trump ha emprendido una verdadera cruzada en contra de los medios de prensa.

El asalto implacable de Donald Trump contra los medios es, de hecho, un asalto contra la implacabilidad de la verdad, la noción de la rendición de cuentas y el poder de la libre expresión.

También es un poco una inclinación a teorizar conspiraciones, como acostumbra Trump.

La semana pasada, en la Conferencia Conservadora de Acción Política (CPAC, por sus siglas en inglés), el políticamente paralizado Reince Priebus pronunció un soliloquio en el que lamentó la cobertura mediática negativa que se hace de Trump, y dijo: “Esperamos que los medios se pongan al día, finalmente”.

El jefe de Trump, Steve Bannon, lanzó explosivamente la noción en la forma en la que una pistola le da a una codorniz que levanta el vuelo desde los arbustos: “La razón por la que Reince y yo somos buenos socios es porque podemos diferir. No solo no va a mejorar. Va a empeorar día con día”.

Bannon continuó: “Y este es el porqué. Por cierto, la lógica interna tiene sentido. Son medios corporativistas, globalistas, que se oponen obstinadamente; opuestos obstinadamente a una agenda económica nacionalista, como la que tiene Donald Trump”.

Más tarde agregó: “Y, a medida que mejoren las condiciones económicas, a medida que mejoren los empleos, van a continuar peleando. Si creen que les van a devolver a su país sin pelear, están tristemente equivocados. Cada día; cada día, va a ser una pelea”.

La teoría de la conspiración que plantea en ese discurso está perfectamente formada para el xenófobo: los medios de Estados Unidos tienen intereses económicos que se se extienden mucho más allá de las fronteras de este país y, por tanto, el primer mensaje de Trump de “Estados Unidos primero” y sus políticas representan una amenaza muy real, final, para la prosperidad mundial de los medios.

La amenaza es tan urgente que, tozudamente, los medios estadounidenses están dañando el único activo real que tienen -la credibilidad- al inventar falsedades diseñadas para dañar a Trump y aislar su propia rentabilidad.

Por muy inverosímil que esto pueda sonarle a cualquier persona razonable, uno siempre debe recordar que Trump no es una persona razonable, ni siquiera una particularmente inteligente, lo que lo hace ser la personificación perfecta de las vanidades pseudointelectuales de Bannon.

El día después de que habló Bannon, el propio Trump fue al CPAC y reafirmó su compromiso con esta cruzada en contra de los medios, repitiendo como un loro el lenguaje de Bannon.

Primero Trump dijo: “Hace unos días llamé a las noticias falsas el enemigo del pueblo. Y lo son. Son el enemigo del pueblo”.

Continuó con una diatriba apenas coherente, con fragmentos de oraciones, ideas incongruentes y lógica averiada. Sin embargo, si se escuchó con cuidado, se pudo haber oído ecos de Bannon. En un punto, Trump dijo: “Tenemos que combatirlo, gente, tenemos que combatirlo. Son muy listos, son muy astutos y son muy deshonestos”. En otro, dijo sobre los medios: “Muchos de estos grupos son parte de grandes corporaciones mediáticas que tienen su propia agenda y no es la agenda de ustedes y no es la agenda del país, es su propia agenda”.

Trump es el títere de Bannon, cuyo permanente truco de salón es decir incoherencias con seguridad en sí mismo. Curiosamente, la gente halla consuelo en este tipo de forma de hablar imperfecta. La divagación es la retórica del conservador.

El lenguaje demagógico es reduccionista. Saca su poder de su falta de proximidad a una oratoria agobiante. Puede ser pintoresco y hasta torpe, todo lo cual puede darle un aire falso de autenticidad a la idiotez, la incomprensibilidad y la mentira.
Así es que Trump y Bannon inventan su cuento simplón sobre la corrupción de los medios para darle a aquél un enemigo necesario en su campaña perpetua y una necesaria distracción de la enormidad de sus desastres. Esto le viene perfectamente a Trump porque no solo tiene una inseguridad constante, sino que también ve a la naturaleza polémica de las noticias como algo dirigido de forma maléfica.

Pareciera que Trump no registra que no está permitido mentir... ¡todo el tiempo! Pareciera que no comprende que las noticias, por su misma naturaleza, son la publicación de aquello que quienes están en el poder preferirían ocultar. No parece darse cuenta de que la promoción servilista de posiciones de los políticos no es el ejercicio del periodismo sino la promoción de la propaganda. O, quizá, sí lo hace y está encolerizado por la ausencia de propaganda.

Así es que Trump se lanza con babosadas idiotas e insinúa que los medios han abandonado por completo los pilares y principios del periodismo para unirse a la oposición.

El hecho es que Trump, simplemente, quiere que la verdad no sea cierta, así es que asalta su cualidad. Quiere que los proveedores de la verdad no la busquen, así es que cuestiona sus motivos.

Y, con todo, la verdad persiste, rígida y aguda, implacable y sin temor. Es nuestra única defensa contra la tiranía, y los hombres y mujeres valientes que trabajan a su servicio son, simple y llanamente, patriotas y héroes.

La prensa no va a darle palmaditas en la cabeza a Trump ni una estrella dorada por las pocas cosas que hace bien, y luego hacer la vista gorda ante la abrumadora mayoría de las que hace mal. No es así como funciona. No es así como ha funcionado alguna vez. Trump quiere etiquetar a la prensa como enemiga del pueblo estadounidense cuando es exactamente lo opuesto; una prensa libre, intrépida y provocativa es la mejor amiga que puede tener la democracia.

La prensa es la luz que dispersa a las cucarachas.

Hay que recordar esto cada vez que se oiga que Trump ataca a la prensa: solo las personas que tienen algo que ocultar deben temerle a quienes tienen como misión buscar.

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