Todos los jugadores a la cancha

Superada la primera instancia definitoria (la presentación de las listas), el oficialismo aparece a priori mejor posicionado que la oposición, si por tal se entiende básicamente al kirchnerismo.

¿Cuál será la Argentina política que maquetarán las PASO del próximo 13 de agosto cuando al día siguiente llegue al país el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, el circunstancial testigo privilegiado, a poco de conocidos  los números de esta “gran encuesta nacional” que pasaron a ser las primarias criollas? ¿Tendrá ante sí un anticipo de lo que podría ser la ratificación electoral legislativa, en octubre, a lo hecho por el gobierno de Mauricio Macri, y que lo habilitaría a avanzar en las reformas de mercado que tiene en carpeta? ¿O podrá constatar, en cambio, que hay un rechazo mayoritario a tales reformas implementadas en la primera mitad de su mandato y un acotamiento en lo que resta hasta diciembre de 2019?

Superada la primera instancia definitoria (la presentación de las listas de precandidatos a diputados en todo el país y a senadores en ocho provincias), el oficialismo aparece a priori mejor posicionado que la oposición, si por tal se entiende básicamente al kirchnerismo.

El primer dato en ese sentido es la extensión de la presencia de la alianza gubernamental Cambiemos a casi todo el país (la excepción es la Capital, cuna del Pro), lo que representa un crecimiento y consolidación significativos respecto del mapa de 2015.

También lo es el hecho de que salvo en La Pampa y en Santa Fe, en las demás provincias logró, con sus más y sus menos en la no del todo cordial relación con la UCR, y en menor medida con la Coalición Cívica, conformar listas de unidad.

Pero hay un dato quizás más relevante que aquellos, potencialmente decisivo al momento de las PASO  y rumbo a las legislativas de octubre: la división en el “panperonismo”, si se incluye en él al kirchnerismo. Tendrá segura y especial incidencia donde se librará “la madre de todas las batallas”, la provincia de Buenos Aires.

La unidad a la que convocó Cristina Fernández de Kirchner desde su liderazgo reconocido por propios y extraños, mostrado en su vigencia el martes pasado en el estadio de Arsenal con un mensaje y un estilo que hasta el mismo asesor gubernamental Jaime Durán Barba reconoció como parte de su capacidad de “reinventarse”, no terminó por cuajar.

Finalmente su desafiante Florencio Randazzo, más por una pelea de poder que de proyectos, al menos según lo que dejó trascender desde su silencio, será precandidato a senador en el Frente Justicialista, donde tendrá disputa en las PASO.

Cristina hará lo propio desde su Unidad Ciudadana, una forma de construcción política que no sólo en la Argentina parece un camino novedoso de movimiento ciudadano y de distanciamiento de los partidos políticos.

Apuesta así a rehacerse con una estrategia similar a la de 2005, cuando le ganó al “pejotismo” en manos del duhaldismo, aunque esta vez hizo a un lado al aparato, pero no a la “territorialidad”.

Desde un primer momento reunió tras su liderazgo a la inmensa mayoría de los intendentes de los municipios más populosos, que ponen en juego su poder en los concejos deliberantes. Y con una invitación a los movimientos populares (“piqueteros”) con la postulación como segundo del ex canciller Jorge Taiana, del Movimiento Evita, quien había considerado precipitada la ruptura de esa organización con el kirchnerismo.

Desde ese lugar central, al que el propio oficialismo ha contribuido a instalarla con su estrategia de polarización, Cristina buscará rehacerse en la medida en que pueda superar el “techo” de rechazo entre los votantes. De ahí sus cambios.

De ello depende en buena medida que pueda hacer una diferencia ganadora frente al rival a enfrentar, el ministro de Educación, Esteban Bullrich, ahora que el distanciamiento definitivo con Randazzo le acorta las distancias, según todas las encuestas; las mismas que contrariamente le aseguraban una victoria más o menos cómoda de haber ido unidos.

Una centralidad que también le dan Randazzo con su pelea, como Sergio Massa, cuya proclamada condición de opositores parecieron quedar en duda en las horas previas al cierre de listas.

El viernes Massa hizo saber que la postergación de la candidatura que ocuparía estaba supeditada a la que decidiera Cristina porque de lo que se trata, dijo, es de “frenarla”. Impropio de quien se proclama opositor.

Semejante definición está en línea con la estrategia de Cambiemos: transformar a las PASO y las legislativas de octubre de un plebiscito sobre los efectos de su política económica y social en la primera mitad de gobierno, en uno sobre “la pesada herencia” y la supuesta corrupción de su antecesores kirchneristas.

De ahí que las precandidatas que encabezan las listas a diputados porteña y bonaerense sean dirigentes con recorrido en las denuncias de supuesta corrupción, Elisa Carrió y Graciela Ocaña.

De este modo están planteadas las posiciones hacia esta  elección de medio término que, desde 1983, resultaron claves para la continuidad de los gobiernos, sea para su  consolidación, sea para su debilitamiento.

No será distinto ahora, y así lo admitió el propio Gobierno en el documento dirigido a inversores interesados en suscribir el martes pasado los bonos para la inédita toma de deuda a un siglo, un plazo sólo comparable con el empréstito de la compañía inglesa Baring Brothers, que tomó Bernardino Rivadavia y terminó de pagar Juan Perón casi 120 años después.

“El resultado electoral podría impactar en la política argentina y por tanto en la economía”, señaló en el texto. O, dicho en palabras del Morgan Stanley para postergar el pase de Argentina a una mejor categoría financiera: “Para (ese pase) aún debe evaluarse la irreversibilidad de los cambios recientes”. Traducido: cuan políticamente muerta está Cristina y el kirchnerismo.

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