Subir para pintarla

La montaña y el arte son indisociables en la vida de Pablo González (hermano de Chanti). Esta vez el arquitecto mendocino acerca el resultado de sus expediciones en una muestra individual en la Galería Killka.

Los primeros recuerdos en la altura, el silencio y la magnitud del Cordón del Plata se remontan a la niñez. En el encuentro con los cerros y sus microclimas y más tarde en la contemplación desde las cumbres, Pablo González abraza su historia de vida y su comunión con la naturaleza, los veranos en la casa familiar de la villa El Salto y la pasión de su padre al transmitir su amor por la montaña.

También las primeras aventuras cuesta arriba y la noche en carpa que a los 6 años pasó a la orilla de una cascada en la Quebrada de la Manga con una pequeña mochila de poca ropa como único equipaje.

“Todos los cerros cercanos a mi casa de El Salto fueron el ‘patio de juegos’ de mi infancia y mi adolescencia. A los 13 años comenzamos a subir los más altos, los de ‘alta montaña’. Esas primeras cumbres sembraron la pasión de volver una y otra vez y a partir de ahí la montaña pasó a ser el ‘motor de todo’. Después de subir las cumbres más altas del Cordón del Plata, llegaría el turno del Aconcagua a los 18 años”.

Un buen día el juego de la aventura a pie se trasladó primero al dibujo y luego a la pintura, y los garabatos fueron líneas y las curvas, la memoria de aquellos paisajes imponentes que no para de elegir. Porque en cada regreso al llano, comparte, lápices, acuarelas y colores son el modo de revivir experiencias y la forma de reinterpretar su encuentro con la naturaleza.

“Así como la montaña está presente en mi vida desde niño, también lo está el dibujo. A mi padre le gusta dibujar, me acuerdo que nos hacía posar a nosotros para retratarnos. Si bien no venimos de una familia de artistas, sí fuimos muy motivados a hacer todo tipo de exploraciones en ese sentido y creo que por eso en varios de mis hermanos el dibujo se dio naturalmente como un juego e inclusive algunos hoy en día se ganan la vida de esta manera, como mi hermano Chanti. Los paisajes de la villa El Salto y el Cordón del Plata son motivos de los primeros dibujos que hice con lápices, tinta china o acuarela, cuando aún estaba en la escuela primaria”.

Al hito del Aconcagua le siguió una incontenible inclinación por sitios menos explorados como el macizo de La Jaula y otros rincones poco visitados de la Cordillera.

A Pablo González lo motiva la montaña solitaria y el proceso que antecede cada nueva ascensión: prepararse para sobrellevar el aislamiento y las dificultades del terreno, estudiar el objetivo y largarse a la aventura. No por eso postergó su carrera profesional. Cuando en 1994 finalizó sus estudios de arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba, regresó a Mendoza y buscó el modo de integrar sus gustos y hacerlos convivir.

“En la esencia de las tres, montañismo, pintura y arquitectura, está la creatividad. La forma de vivir la montaña que más me gusta es la de ir a lugares inexplorados, a cumbres nunca antes visitadas, algo que exige creatividad desde el momento en que buscás información, trazás la ruta de ascenso y elegís el nombre que le vas a dar a esa montaña. La pintura es esencialmente exploración, en respuesta a esa necesidad de crear. Y la arquitectura te exige una respuesta creativa, acorde a las limitaciones y condicionantes del problema a resolver. Las tres actividades las realizo en forma paralela, y hay mucho de transferencia entre ellas”, considera.

Cada vez que la situación lo permite, Pablo pinta al aire libre, es por eso que en su maletín de arquitecto y en su mochila de montañista, están al alcance los papeles y un pequeño set de acuarelas para aprovechar cualquier momento y soltar sus imágenes del infinito. Este año fue más allá, y durante una experiencia de montaña llevó un atril y en el resguardo de su auto volcó los paisajes atesorados en acrílicos sobre lienzo. En su estudio continúa el repaso visual y otra vez piensa en las alturas y trabaja sobre bocetos y fotografías tomadas desde “arriba”.

Fue en 2011, durante una estadía en Canadá, que este hombre exploró seriamente en la pintura de modo autodidacta. En aquel semestre sabático indagó en materiales desconocidos y vivió el desplazamiento geográfico como una oportunidad para vender sus primeras obras.

“De vuelta en el país y ya reincorporado a mis actividades, la decisión estaba tomada: la pintura sería una actividad laboral más, a la par de la arquitectura. Tuve entonces que buscar la forma de darme el tiempo para seguir en el mismo ritmo que había logrado”.

En Mendoza ha llevado sus trabajos al “Banff Mountain Film Festival” (2014-2016) y al “VII Encuentro de Artistas Visuales”, en el Museo Casa de Fader, entre otras exposiciones.

Sus obras integran colecciones privadas de Canadá, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Chile y Argentina, mientras que otras ilustran el libro de su autoría “50 Cumbres”, una guía de ascensiones publicada en 2014 que va por su segunda edición.

(El Cordón del Portillo en Tunuyán, el Valle de Uco, el macizo La Jaula o Los Penitentes integran las obras que puede visitarse todos los días de 10 a 18. Para más información, 02622 429500).

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