Su arte magnífico no necesita mitificaciones

Mi vínculo con Los Andes muy poco tiene que ver con el testimonio que traigo a la memoria. Tampoco mi relación personal con él. No lo conocí, cuando lo detuvieron, tenía 19 años y estudiaba derecho en Santa Fe. Lo cuento casi por casualidad. Buscábamos unas fotos de Antonio Di Benedetto y surgió el recuerdo de aquella tertulia en la madrugada, regada con wiski,  en la casa de uno de sus grandes amigos, don Emilio Fluixá. Aunque Di Benedetto es una presencia vigente e ineludible en el diario Los Andes y su nombre sobrevuela cada tanto en la conversación de los periodistas. Los mayores que lo conocieron y trabajaron con él, lo recuerdan de distintas maneras.

La calidad de su arte no admite discusión. Al decir de Juan José Saer, las tres principales novelas, “Zama”, “El silenciero” y “Los suicidas”, “…constituyen uno de los momentos culminantes de la narrativa en lengua castellana de nuestro siglo…” (siglo XX) y “… la deuda inmensa de la cultura argentina con Antonio Di Benedetto aún no ha sido saldada”.  Su obra no necesita de una mitificación militante del artista a la que algunos son proclives.

Al salir, tarde, de una reunión social, el viejo escribano, destacado político peronista, simpatiquísimo y conversador inteligente, Emilio Fluixá, nos invitó a un amigo, sobrino de Edmundo Cuervo que fue el dueño del diario La Libertad para el que Di Benedetto comenzó a trabajar como periodista y a mí, a seguir nuestra animada conversación en su casa compartiendo unos tragos.

Allí don Emilio, que ya pisaba bastante más de 80, fue deshilachando la historia de su estrecha y larga amistad con Di Benedetto, que nació en el secundario, junto con otros dos mendocinos José Federico Monfort, que fue abogado y Joaquín Calomarde, médico, con quienes, para divertirse, organizaron una secta que a la que llamaron “Enseñanzas del Patay Sancho”.  Siguieron cultivando esa amistad en la universidad, en Córdoba,  allá por los años  40. Los cuatro amigos entrañables, cumplieron durante años el ritual de juntarse a cenar una vez por semana a compartir cada uno “su bagaje de miserias”.

Emilio hablaba del amigo sin rodeos, eufemismos ni medias tintas. Se sabe que como sub-director del diario, Di Benedetto era rígido, parco y hasta soberbio y distante. Don Emilio decía que Antonio “tenía una ‘crueldad florentina’ en el trato con los periodistas y que éste la justificaba diciendo a sus amigos que esa era la única forma de lidiar con 150 periodistas.

Hablando del año y medio que los militares lo mantuvieron preso, del exilio y de su retorno a Buenos Aires donde vivió hasta su muerte, en un departamento que el propio Emilio le había prestado, también nos contó esa madrugada,  que Di Benedetto no tenía nada que ver con ninguna forma de violencia ni organización terrorista ni nada que se le pareciese, porque era manso y miedoso, dijo. Era periodista y artista fuertemente relacionado y apegado a las ideas de los ambientes literarios socialistas franceses de la época.

Emilio nos contó esa noche que él atribuía la detención de Di Benedetto a un brindis que  éste pronunció unos días antes del golpe militar, durante una comida que el comandante de la 8va. Brigada de Infantería de Montaña ofreció a un grupo de periodistas. Invitado a hablar en nombre de los periodistas, el escritor analizó la realidad coincidiendo con otros en la idea de que convenía mantener la institucionalidad pero concluyó diciendo algo así como que “los militares son tan brutos que es difícil que comprendan esta situación..”

Esto que cuento lo sabe mucha gente en el pago chico. Incluso ha sido escrito y publicado pero a mí me lo dijo uno de sus amigos más entrañables.

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