Sonnia de Monte: “Creo en el ser anarquista”

La actriz y escritora Sonnia de Monte nos lleva de la mano por su biografía: fincas, bodegas, teatro, cine y pasión por escuchar el lenguaje del pasado y el presente. Hoy, entre otros proyectos, escribe un libro en el que persigue la sombra del escritor m

Sonnia de Monte: “Creo en el ser anarquista”

Nací en General Alvear hace mucho, pero soy de Bowen. Allí, a ese pueblo entrañable, llegó un grupo de italianos entre los que se cuenta mi abuelo, el nonno Augusto. Esos gringos compraron la tierra a los ingleses que, por ese entonces, tenían como propiedad suya las tierras que bordeaban las vías del ferrocarril.

Podría, sobre esto, contar muchísimas cosas, pero me quedo con tres: cuando comenzaron a desmontar para hacer las fincas que luego cultivaron, les habían cedido (eran todos varones) un vagón de tren para habitar.

Cuando volvían del trabajo, en la oscuridad de ese pueblo apenas crecido, cantaban y tocaban con sus instrumentos las canciones de su tierra. Alguien me contó alguna vez: “Se decía: ‘Ahí están los gringos cantando; cómo tienen fuerza todavía, después de desmontar a lo bestia’”.

Otra, su sentido de solidaridad: una vez limpiados los predios, iniciaron la construcción de las casas. Una por vez. Entonces, hecha ya una, mandaban a buscar a la familia y se ponían a levantar otra, para la próxima familia. Algunos apellidos recuerdo: los De Monte, obvio, Ermácora, Pontelli, Rumiz… Venían de la guerra.

Y la tercera, mi abuelo materno, Elías, un sirio buen mozo y más bueno que el pan. Un avanzado. Sus paisanos pretendían casarse con sus dos hijas (mi madre y una tía) porque “era lo que debía ser”. Nunca lo permitió. “Que cada una elija a quien quiera”, dicen que dijo.

Me acuerdo de mi infancia y mucho. No sé si me gusta hablar tanto de estas cosas íntimas, así es que resumiré algunas: mi tía Ottilia, llegada después de la segunda guerra, ordeñaba las vacas y me enseñaba. No lograba sacarles una gota, pero insistía. Así nos criamos: nutridos pero todos flacos. (Ahora eso ya se me pasó).

Mi primo Jorge, con quien me dejaban salir a bailar, porque era “serio”. Me encantaba el “boliche”. (Eso también ya se me pasó).

Nuestro perro Catriel, un extraordinario Collie, enseñándole a caminar a mi hermano Néstor, el menor. Gateaba por el patio y el perro lo levantaba de la camisita o el saquito y lo ponía en pie. Era una fiesta. (Mi hermano Néstor ya no está entre nosotros).

Las comidas. Mi pueblo es un lugar de inmigrantes de muchas partes del mundo. Así es que la cocina allí es de veras extraordinaria, sabrosa, importantísima, ecléctica, si cabe.

Y los libros y las sobremesas. Todos fuimos muy lectores. Papá viajaba mucho por el trabajo de la finca y la bodega, ya que había dos plantas de vino en Buenos Aires, y cuando regresaba nos traía libros.

Esas sobremesas eran dignas de Fellini: chistes, discusiones, debates, proyectos, risas, algún llanto. Nunca concilié con el fútbol, no como deporte sino por su mugre capitalista. Ahí sí que se ponían bravas las discusiones, porque era a la única que no le gustaba.

Cuando en la dictadura se cerró la biblioteca de Bowen, un grupo de adolescentes y un poco más grandes creamos una comisión pro biblioteca. ¡Hay que leer esas actas! Llamábamos a una asamblea del pueblo para decidir… ¡Qué locos! Cuánto hemos perdido.

Mi papá se trajo los libros a la finca y los resguardó. Pasada esa época de mierda, vinieron de la delegación municipal a llevárselos para reabrir. Era un camión destartalado, sin barandas. Mi papá dijo que ahí en la finca quedarían hasta que vinieran a buscarlos en las condiciones que los libros merecen.

Me gustaba la radio. Me gusta aún. Escuchábamos “La tercera oreja”, que llegaba desde Chile y “Las dos carátulas”, creo que por Radio Nacional. La música. Escuchábamos óperas, por ejemplo. Y mi padre, además, tocaba la armónica y la “verdulera”, un instrumento del tamaño de un bandoneón, pero con otras particularidades que no sé explicar.

Mi padre y mi madre creían en la educación. Trabajaron por todas las escuelas que había en la zona. De hecho, generosamente, una de ellas lleva el nombre de mi padre porque peleó mucho, junto a tanta gente, para que los chicos que vivían muy lejos pudieran estudiar. Es una escuela albergue, técnica, maravillosa.

Me gustaba la escuela también. Estudiar, leer. (Pero me trepaba a los árboles y andaba en zancos que me había hecho mi papá, que era un osadísimo zanquero). Una maestra inolvidable: María Esther Ruiz. Dos profes inolvidables, la “Negrita” Boustani y Mary Parola, que me estimularon en “esa cosa de escribir”.

Me afectó mucho la ida de mi hermano mayor, cuando partió a estudiar medicina. Mierd… que habré llorado extrañándolo. Pero luego, sus regresos trajeron otras cosas: otra vida, novedades, política. Y todos los amigos más grandes que se fueron del pueblo a estudiar. Eso me marcó. Aprendí mucho. (Hoy no descreo de lo que creímos; descreo de la política como empresa y me enfurezco).

Aún conservamos la casa de la infancia. Cocino casi tan bien como mi madre. Siempre dije: “mi casa”, aunque he vivido mucho tiempo en otros lugares.

Pensé en estudiar psicología y danza, pero se cerró la Facultad (Antropología escolar, creo) y pensé que el teatro era más politizado, así es que renuncié al baile e inicié teatro.

La dictadura. Los desaparecidos. Los terrores. La detención. La protección de personas en esos momentos: Beatriz Casucci  Drago Brajak, Betty Michaux. Mi inquebrantable compañera de estudios, Pato de la Torre. La querida Pocha Camín, que tanto me enseñó sobre DDHH. Acompañar a las Madres apenas nacidas, antes de la democracia.

El regreso del Flaco Suárez del exilio me cambió la vida. No daba pie con bola con el teatro. Me inicié con él y fue otra cosa. Después de todo lo vivido, me divertí, aprendí, jugué, volví. Hice lo que quería.

“La huelga de las mujeres”, Franky Frankenstein”, “La cenicienta”, “La conquista”… Qué manera de trabajar y vivir. Los fines de semana desocupados en la casa de los Pardo y si no en la finca… La Asociación de Actores, la enseñanza del verdadero y honesto sindicalismo por parte del David Blanco.

Me publicaron tres novelas. Viví en Italia un año. Me invitaron a hablar de realismo mágico en la Universidad de Udine, también en Italia. Mucho trabajo; grupos como El Taller, Viceversa teatro, con Walter Neira; Sobretabla, con González Mayo; Trinidad Guevara, con Celeste Guiñazú Fader y Rubén Tapiz.

Subsistir. Ser docente. La Escuela de cine y mi pasión por el cine, por estar ante la cámara. Aunque se sorprendan mis amigos teatristas, me gusta más hacer cine, a veces.

Ahora trabajo con “Los ex”, un grupo que “juntó” el negro David Blanco con la idea de hacer un documental sobre sus peripecias en la vieja escuela de teatro y la represión posterior. Nunca hicimos el documental, pero seguimos juntos; hacemos teatro “por afuera”.

Me gusta la soledad y el silencio con música. A veces me siento muy descolocada con mi profesión y mi necesidad de callar y de soledad.

Soy una atea bastante fanática. También me dicen “gorila”. Creo ser anarquista. Creo en el ser anarquista.

Ahora soy profe en el IPA (Instituto Profesorado de Artes) en San Rafael. Me cansé de Mendoza. Estoy dirigiendo “Franky Frankenstein” en el elenco estable del IPA; un homenaje a aquella época en la que conté antes que volví a vivir.

Y con los estudiantes de tercero, estamos montando “El Bumbum”, una obra de Manuel Chiesa, otro exquisito del teatro que murió luego de un estreno y nunca se fue porque nos dejó su teatro, su maestría y su recuerdo.

Y cuando voy a Mendoza por trabajo, tengo una puerta abierta siempre: la de la casa de Susana, amigas desde que llegué a Mendoza a estudiar. Menos por la muerte, todo me dura.

Y como necesito escarbar el pasado, estudiar y conocer la historia para seguir reviviendo día a día, la Secretaría de Cultura me encargó hacer dos libros y en eso ando también, tras la sombra de Antonio Di Benedetto. Un libro con testimonios, algunos insólitos, tiernos, duros, bellos y fotografías. La cosa es sacarlo al sol y reconstruirlo.

Y otro libro: la novela inédita de Alberto Rodríguez (h): “República canalla”. Otro olvidado en esta provincia ingrata. En esta república canalla.

Trasladarán los restos de Di Benedetto y estrenarán filme

Basándose en la investigación de Sonnia de Monte, los cineastas Federico Cardone y Alejandro Alonso se embarcaron en la realización del documental “Antonio Di Benedetto (Zama)”.

En medio del rodaje, han propiciado y gestionado el traslado de los restos del escritor que, hasta la fecha, permanecían en el subsuelo del panteón de periodistas, sin siquiera una placa recordatoria.

A raíz de esta propuesta (que surgió de conversaciones con la propia hija, Luz Di Benedetto), los restos de Antonio  serán trasladados al sector de Personalidades Ilustres del cementerio de Capital.

El este nuevo material audiovisual que indaga en la vida y obra del autor más importante de nuestra tierra cuenta con el apoyo de la Secretaría de Cultura, la Secretaría de Extensión de la UNCuyo y la Municipalidad de Capital.

Es sumamente interesante saber que el documental de Alonso y Cardone cuenta con fotografías nunca publicadas y con documentos y textos inéditos del autor de “Zama”.

El mismo será estrenado en el marco de los homenajes del “Año de Di Benedetto” (ya que se cumplen treinta años de su fallecimiento) que la provincia prepara para octubre.

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