Sarmiento y las mujeres

En 1849 Sarmiento elevó un informe sobre la educación primaria al Congreso chileno. Allí observamos su pensamiento general sobre la instrucción femenina:

“... es más la notable desproporción entre las personas de uno y otro sexo. Por seis hombres que concurren a las escuelas establecidas solo podrá contarse como término medio una mujer (…) El derecho a la instrucción impone al Estelado el deber de proporcionarla a todos los que se hallen en aptitud de recibirla, estableciendo escuelas en número suficiente. Ambos sexos merecen igual atención. La preferencia que se ha dado a los hombres, si en la práctica ha debido disculparse por las mayores dificultades que se presentan para crear escuelas de mujeres, sería en la ley una injusticia que privaría a la mitad de los habitantes del Estado de las ventajas de la instrucción, y precisamente a la mitad que tiene a su cargo la formación del corazón y de la inteligencia en la época de la vida en que más se graban los errores o verdades que se inculcan hasta decidir con frecuencia de la suerte del individuo.”

Moviéndose toda la vida dentro de un mundo en el que las féminas fueron sus mejores aliadas, Sarmiento se preocupó siempre por educarlas. Exiliado en Chile -en un artículo de 1841, para el Mercurio-  expresó convencido que “el grado de civilización de un pueblo puede juzgarse por la posición social de las mujeres”, creyó en el derecho de las mismas a instruirse y luchó por volverlo una realidad.

Su pluma fustigó todo tipo de barbarie, esto incluyó denuncias contra los malos tratos que sufría el género femenino en el ámbito doméstico, la marginalidad a nivel educativo que protagonizaban y la falta de independencia. La obra educativa monumental que emprendió Sarmiento las incluyó siempre. Adelantándose décadas a sus contemporáneos fue uno de los primeros en otorgar a la mujer espacio fuera del hogar. Así, por ejemplo, durante su presidencia Juana Manso se convirtió en la primera vocal del Departamento de Escuelas y luego de la Comisión Nacional de Escuelas. Recordemos que por entonces las damas eran prácticamente un accesorio al servicio del hombre y el lugar de éstas dentro del entramado social distaba mucho del actual.

Como buen estadista, Domingo Faustino entendía a la educación femenina como parte del avance hacia la conformación de un Estado Moderno, considerándolas ciudadanas con la obligación y el derecho de participar en la construcción de la nueva sociedad. Una vez más toma relevancia la magnífica definición sobre el sanjuanino dada por Anderson Imbert, señalándolo como “una fuerza histórica” más que como un individuo.

Mañana, al cumplirse un nuevo aniversario de su muerte, nuestro país vuelve a homenajearlo, recordando este y otros aspectos que le dieron el mote de Padre del Aula. Nuevamente su himno suena con fuerza en los patios de las escuelas argentinas, del que sólo una conducción ignorante pudo desplazarlo. Pero mañana no sólo será su día, sino también el de todos los que ven a la educación como el camino. Feliz día del maestro y gracias por sostener con vocación, en sus inmensas manos, a un país que les viene pagando mal hace tantas generaciones.

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