Rito, la leyenda

Era un maravilloso amanecer entre el olor de las jarillas y el fresco de una pequeña helada. Rito junto con el resto de la caballería descansaba, antes de dar comienzo a las faenas diarias. Eran tiempos de mucho trabajo, comenzaba marzo y el pueblo se vestía de fiesta y esperanzas.

Cuando Secundino apareció en el corral, todos sabían que la tregua se terminaba. Limpió los tachos de agua y repuso los fardos de pastos.

Los caballos disfrutaban de ese momento, al parecer todo indicaba que ese día iban a resurgir. Secundino se acercó a Rito y como de costumbre preparó su montura. Luego, juntos, siempre juntos, partieron rumbo a la villa, para comprar algunas mercaderías que hacían falta en el rancho.

La relación de Secundino y Rito era especial, hacía muchos años que se conocían, ambos habían compartido travesuras, juegos y diferentes andanzas. Secundino Herrera sentía al caballo como su amigo, Restituto. Hace algunos años, una mañana como ésta, salió con su amigo a vender unas tortitas caseras que había amasado la señora de Moreno.

Antes de irse, la mamá, les advirtió a los pequeños que no las comieran pero al cabo de un tiempo, cuando ya quedaban unas pocas, Rito, como lo apodaban, saboreó una.

Desde ese momento las cosas cambiarían. Restituto Moreno, su amigo, comenzó a tener comportamientos raros. Mientras jugaban a las bolitas, Rito, realizaba sonidos anormales, semejantes a los relinchos, se detenía a observar a los caballos y hasta pasaba horas sentado entre ellos. Secundino pensaba que su amigo quería mucho a los animales pero le asombraba su conducta y su creciente semejanza con los equinos.

El tiempo, otro fiel compañero, marcó un rumbo inesperado. Rito, el niño, se perdía en las actividades ecuestres y Rito, el caballo, aparecía en la vida de los lugareños. A Herrera los malos comentarios no lo asustaban porque su relación con Rito sería siempre de una amistad sincera y metamorfoseada. Rito, su amigo, fue y sigue siendo su compañero, camarada, aliado y colaborador diario.

Rara vez en el caserío santarrosino no se habla de esta amistad y de los fantásticos hechos que la custodian.

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