La noticia dio la vuelta al mundo y hasta hay quienes dicen que desde entonces una maldición cayó sobre Mendoza: en 1985, un grupo de andinistas halló la momia conservada de un niño.
Estaba semienterrada, a 5300 metros de altura y casi intacta, en un cerro que mira al Aconcagua.
"Primero encontramos una pirca de piedras y nos llamó la atención porque era un montículo que se diferenciaba del resto de la superficie. Después vimos plumas y pensamos que se trataba de un cóndor muerto. Pero cuando vimos un cráneo humano, nos dimos cuenta de que habíamos encontrado algo importante", decía entonces a diario Los Andes Juan Carlos Pierobón, uno de los excursionistas que lo halló.
Los andinistas bajaron a la ciudad de Mendoza, alertaron a un arqueólogo y se organizó una expedición para recuperar los restos del niño, que se coserva congelado a menos de 20 grados desde hace más de tres décadas.
No se sabía si el nene tenía hermanos, si vivía en Mendoza, si estaba de paso. Todo hacía suponer que lo habían sacrificado en un ritual religioso llamado capacocha, en el que se elegía a chicos sanos y fuertes para ofrecer a los dioses, hace cinco siglos.
Ahora, un equipo de investigadores españoles y argentinos liderado por Antonio Salas, de la Universidad de Santiago de Compostela, se dedicó a analizar el ADN con la biopsia de un pulmón del chico para secuenciar su genoma mitocondrial.
Los detalles se presentaron en la revista Scientific Reports y dieron la vuelta al mundo.
De acuerdo con Salas, "es la primera vez que se analiza el genoma de una momia andina". El niño es oriundo de un grupo poblacional que apareció hace 14.300 años en Perú.
Los autores consiguieron identificar en el perfil genético de la momia un nuevo linaje (haplogrupo) bautizado en este estudio como C1bi, que no había sido identificado previamente en poblaciones contemporáneas.
Utilizando otra base de datos de más de 150.000 variaciones de ADN los autores encontraron que podría haber miembros afines a este linaje C1bi viviendo en Perú y Bolivia en la actualidad.
La muestra de tejidos analizada fue extraída hace unos 20 años y se conserva hasta ahora en una cámara del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en Córdoba, el mismo que nació con el fin de identificar restos de personas desaparecidas durante la última dictadura en el país sudamericano (1976-1983).
El investigador del EAAF Carlos Vullo, que participó en el análisis del genoma de la momia, espera ahora que haya también avances en otros ámbitos, ya que el haber podido obtener información esta información genética, genera esperanzas en otros casos en los que se trabaja con material degradado, como cadáveres en estado de putrefacción o huesos encontrados en fosas ilegales.
El imperio inca se extendió del actual Perú hasta el norte argentino y concluyó con la muerte del inca Atahualpa en manos de conquistadores españoles en 1533.
Decenas de momias de niños fueron encontradas en los Andes, muchas de ellas bien conservadas por la altitud de la montaña.
La momia analizada por el equipo de investigadores es propiedad de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo). Según dijo Roberto Bárcena, director del Instituto Etnológico de la UNCuyo, "dado su estado", no les pareció adecuado exhibirla en público".
Hay además actualmente un debate nacional e internacional muy fuerte sobre el uso de cuerpos de pueblos originarios. Incluso se devolvieron esqueletos a sus lugares de orígenes, por ejemplo de la Universidad de La Plata, como una especie de gesto de reparación", añadió.