Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) halló durante las excavaciones que realizan habitualmente en los meses de verano en distintas zonas de Mendoza restos óseos de un niño que tienen 5.750 años de antigüedad. Se trata de uno de los descubrimientos más reveladores de los últimos tiempos.
El cadáver del pequeño de entre 3 y 5 años se encontró en el último sitio que exploraron los científicos: Las Cuevas, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, justo al lado de una roca. Ocurrió en el marco del proyecto de investigación dirigido por Víctor Durán y Alejandra Gasco en 2015.
Todo el grupo de investigadores forma parte del Laboratorio de Paleoecología Humana (LPEH) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) de la UNCuyo y del International Center of Earth Sciences (ICES, Centro Internacional de Ciencias de la Tierra) también de la Universidad. En su gran mayoría, el grupo está conformado por arqueólogos.
Las excavaciones tuvieron que detenerse a un metro de profundidad de la superficie cuando los arqueólogos detectaron huesos de humano en pleno trabajo de campo. Los restos fueron llevados a que se analizaran en el Museo Cornelio Moyano, donde permanecen hasta el momento.
Mientras que también se seleccionaron unos pocos huesos para ser enviados a Estados Unidos, donde determinaron –mediante un estudio de dataje radiocarbónico de AMS (Accelerators Mass Spectrometry, espectometría de masas con aceleradores)–, la edad y antigüedad de los vestigios encontrados, según detalla una nota de Ciencia del portal de la UNCuyo. Los expertos manejan hipótesis acerca de por qué el niño pudo haber sido enterrado en ese lugar.
Es que entre 10 mil y dos mil años atrás, los pueblos nómadas se trasladaban de un lado a lugares cálidos en busca de alimentos y protección. Así se cree que el niño viajó junto a su familia para aprovechar el verano para cazar, alimentar a sus ganados y recolectar alimentos para el invierno.
Pero en uno de esos días estivales, el niño murió y fue enterrado justo al lado de una gran roca, donde estos grupos se refugiaban de las inclemencias del tiempo. Justamente la intención de la familia era dejar el cuerpo en un sitio donde pudieran visitarlo cada verano.
Según explicó en la entrevista el arqueólogo Víctor Durán, la edad del “Niño de Las Cuevas” les indicó que los grupos de la época se movían en familias y no eran sólo los varones cazadores los que realizaban la travesía hasta los valles andinos para obtener alimentos.
También indicó que es indudable que eligieron ese lugar para enterrarlo porque era un sitio que visitaban con determinada frecuencia, lo consideraban una especie de territorio.
“Quizás la idea de dejarlo aquí no les generó tanta pena porque ellos sabían que al año siguiente probablemente iba a estar en el mismo sitio”, dijo el especialista. Otra de las conjeturas es que los que hacían la “veraneada” en la Villa Las Cuevas procedían particularmente del lado oeste de la Cordillera, es decir de lo que actualmente es la República de Chile.
Para Alejandra Gasco estas sociedades no veían a las grandes montañas como las planteamos nosotros hoy en día. En aquellos tiempos, la Cordillera no era una frontera ni una división, no delimitaba, sino que era una zona donde se vivía gran parte del año y sus habitantes se movían a distintos lugares para aprovechar todos los recursos que daban los lugares.